En estos recorridos viajeros que voy
incorporando con “cuenta-gotas” al blog
(no conviene prodigarse demasiado para no resultar pesada) hoy me gustaría
hablarles de Viena. (Un pequeño apunte). Escribir es establecer un diálogo
silencioso con el lector si lo que propone el que escribe despierta su interés.
Y es eso, precisamente, lo que intento.
Viena, capital de Austria, es la huella
categórica del poderío del desaparecido imperio austro-húngaro. Una ciudad
hermosa, sin duda, plagada de grandes palacios y edificios espectaculares casi
todos ellos de estilo barroco. El imperio fue gobernado durante cuarenta y nueve
años por Francisco José I, —esposo de la cinematográfica Sissi—y estaba
compuesto por distintos países —los más importantes Austria y Hungría—. Tras la
derrota en la primera guerra mundial quedó disuelto en trece naciones y muchos
de los conflictos bélicos del siglo XIX y XX se produjeron después de esta
separación. (Guerra de los Balcanes, Bosnia-Herzegovina…).
Viena y sus edificios son impactantes. Desde la Catedral de San Esteban, de estilo
medieval —donde se celebró la boda y el funeral de Mozart— y cuya impresionante
torre puntiaguda y su Puerta de los Gigantes (románica) causan admiración. Y
qué decir de los tejados de azulejos verdes que deslumbran bajo el sol.
Continuando por la calle Graben —la más
comercial y bulliciosa— en la que puede
visitarse una pequeña iglesia, barroca, de gran belleza y curiosamente dedicada
a San José María Escrivá de Balaguer, creador del Opus Dei y español por más
señas. Aquí tuve el placer de disfrutar de un emotivo concierto, que parecía
improvisado, y al que fácilmente pude acceder. Viena es la ciudad de la música
y esta reina sobre todo lo demás.
Avanzando por esta calle llena de
exclusivos comercios sorprende en el centro de la misma una magnífica columna
de la peste. Siempre me ha llamado la atención que en casi todos los países de
Centroeuropa aparecen estas columnas. Lo que ignoro es si las levantaban como
rogatoria o agradecimiento cuando se erradicaba el mal.
Desde allí desembocamos en el conjunto
palaciego de Hofburg, de estilo barroco y a mi parecer apabullante. Abarca las
Habitaciones Imperiales, el Museo de Sissi, la Biblioteca Nacional y la Escuela
de Equitación Española. Un acumulado de palacios separados por grandes jardines
en los que destacan las efigies de Francisco José, María Teresa de Austria y
otros nombres ilustres.
Más palacios a admirar en Viena: Schombrun, barroco, de interior suntuoso y
bellísimos jardines donde la huella de la emperatriz Sissi es más que evidente.
Al parecer no era demasiado querida por el pueblo austríaco, ya que pasaba
mucho tiempo fuera de Viena. (Las malas lenguas comentaban que odiaba a su suegra, María Teresa, y era
correspondida por ella de igual manera). Sin embargo, en Budapest la adoraban
porque se preocupó mucho en favorecerles.
Otro palacio a sumar a los anteriores:
El de Belvedere Alto y Bajo que es también un museo. Este y Schombrun estaban
dedicados únicamente al “veraneo”.
Una visita que no hay que perderse es
la del Palacio de la Ópera. Otra desmesura barroca, de interior renacentista,
aunque de gran belleza. Y tener el privilegio de asistir en él a un concierto
queda grabado en la memoria para siempre.
Otro edificio significativo es el del
Parlamento con una fachada de pórtico griego que impresiona. Sus medidas son
apabullantes.
Viena, aunque grandiosa y algo excesiva
como si se tratara de una nueva rica, es agradable de pasear, recorrer y admirar.
Su famosa noria, en el Práter, permite contemplarla desde arriba y si va
acompañada de la música de la película “El tercer hombre” te recorre un
escalofrío.
Tiene otro montón de atractivos: en las
afueras el barrio de Grinzing, lleno de cervecerías donde se consume un vino
blanco típico de la zona junto a una enorme salchicha vienesa. También te
ofrecen un vino caliente que no me atreví a probar. Y el wiener Schnizel
acompañado de un sabroso puré de patatas. Todo ello acompañado de música
austríaca, alegre, con gente que comparte tu mesa y escancia vino o cerveza con
verdadero interés.
¡Ah! Y no podemos olvidarnos de su
especial repostería. La “torte sacher” y la “appelstrudel”, dos delicias inolvidables
para el paladar.
Aquí termino con la ciudad. Y si la
visitan y tienen la oportunidad de acercarse a los Bosques que la rodean les
animo a que lo hagan y lleguen hasta la
abadía de “Heuligenkreuz” (la Abadía de la Santa Cruz). Un lugar de gran
belleza rodeado de la frondosidad de los árboles y una abadía luminosa que
irradiaba paz y serenaba el espíritu. Una experiencia casi mística.
Volveremos.
(No es una amenaza).
Mayte Tudea
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