EL TREN DE NUESTRAS VIDAS
Al grato sonido de las campanas,
celestial y humano, del que hablábamos en el anterior artículo, se va a unir
otro bello ejemplo, que también alegra y motiva nuestro a veces estresado
ánimo. Nos referimos a la repetida y sensitiva acústica
que producen las ruedas metálicas de LOS TRENES, desplazándose con
muchos o menos vagones, cuando van recorriendo los kilómetros de tramos que
componen las vías del rodamiento. Ese armónico sonido “viajero” se escucha,
tanto en el exterior de los paisajes y en la “mansedumbre” de las viejas y
entrañables estaciones, como también es disfrutado por las personas que viajan en
el interior del propio “convoy”.
Todos los medios de transporte son útiles
y necesarios, contando cada uno de ellos con peculiaridades, ventajas y algún
que otro inconveniente. Pero son muchas las personas que priorizan el viajar en
tren, sobre otras posibilidades para el transporte. Podemos resumir algunos de
los “VALORES” QUE EL TREN NOS APORTA, sobre
otros sistemas para la movilidad.
El transporte ferroviario no tiene que
someterse a los bloqueos de un tráfico denso. Por su propia naturaleza técnica,
tiene el camino expedito, libre de obstáculos, gracias a esas largas vías que “suenan”
al pasar por encima de ellas la pesada corredura de máquinas impulsoras y los
vagones llenos de viajeros u otros contenidos, como las diversas mercancías que
transporta. Otras de las ventajas ferroviarias es el tiempo. No es necesario
estar una o más horas antes de la partida en la estación, para subirse al vagón
correspondiente. Los equipajes no hay que facturarlos previamente, sino que son
los propios viajeros quienes los introducen en los vagones, bajando
directamente con ellos en sus manos, cuando se llega a la estación de destino.
La puntualidad de los trenes es manifiesta, evitándose esos muy incómodos
retrasos que ofrecen otros medios para la movilidad. La inmensa mayoría de los
trenes utilizan la energía eléctrica, evitando el consumo de combustibles
fósiles, con las repercusiones negativas para el ecosistema que su uso
representa. Un tren puede tener accidentes, pero los riesgos del
descarrilamiento o drásticos choques son porcentualmente mínimos o
prácticamente inexistentes. La seguridad de ese medio de transporte es
universalmente reconocida para la elección de los usuarios. Y también debe
mencionarse la comodidad de los vagones, para que los usuarios puedan
levantarse del asiento, caminar hacia otro vagón, ir a la cafetería o incluso
poder dormir en condiciones de franca comodidad, con “camarotes” habilitados
para determinadas líneas. Y, por último, un valor “con especial encanto” para
los que viajan en tren: disfrutar de muy bellos paisajes en el recorrido, a
través de los amplios ventanales que posibilitan la perfecta y placentera
visión de la naturaleza.
Pero hay que volver a las románticas
sensaciones que nos producen los sonidos del
ferrocarril. Los pitidos del silbato del jefe de estación, anunciando la
inmediata partida del convoy compuesto de máquina y vagones. Desde la maquina
motriz, también suele darse esos agudos pitidos que anuncian la partida,
situación que ha podido generar lágrimas, besos y abrazos, promesa de una
rápida vuelta. Sentimientos que también se producen a la llegada de un tren a
la estación de destino, tras la nerviosa y excitante espera de los familiares y
amigos del viajero, que esperan en los respectivos andenes o en una dependencia
exterior en los tiempos actuales, por motivos de seguridad.
Y ya en el viaje, el sonido armónico,
rítmico y alegre del rodaje metálico sobre los tramos de vías
ensartadas, cuando las ruedas atraviesan precisamente dichas uniones. Algo así
como “tlas-tlas, tlas-tlas, tlas-tlas …” Sonidos para la movilidad que llegan a
nuestros oídos, desde el interior o el exterior de los vagones, con su
significación del “necesario” movimiento en nuestras vidas, siempre en la
búsqueda de un destino mejor, tanto en lo laboral, en lo afectivo, en la
enfermedad, en el cambio personal, etc.
Recordamos con nostálgica y cariñosa
añoranza aquellos viejos y románticos trenes de nuestra infancia, cuya fuerza
motriz era generad por la voluminosa máquina de
vapor, con su “aparta hielos o ramajes, instalada en la parte baja
frontal. Esos trenes para el recuerdo generaban un “delicioso” o soportable
humo y “carbonilla”, que llegaba a nuestros cuerpos, con el olor característico
a la caldera incandescente. Eran partículas de carbón que se mezclaban con esa
nebulosa de humo gris blanquecino, procedente de las chimeneas que aliviaban la
presión de la gran caldera. El rechinar de las bielas rodantes emocionaba y
“asustaba” a los osados espectadores y viajeros. Era la gran “máquina de fuego”
que poseía la inmensa potencia divinal como para tirar o arrastrar de todos
esos vagones, más o menos cómodos (primera, segunda o tercera clase) según la
capacidad económica de las decenas y decenas de los muy diversos,
sociológicamente, aventureros para la movilidad.
Interesante contraste de los antiguos trenes, con su halo de misterio y magia
ilusionada, con los actuales trenes AVE. Aquéllos
tardaban en realizar el viaje, por ejemplo, entre Málaga a Madrid toda una
larga madrugada (partían a las 23 h y llegaba a la estación sur, Atocha, no
antes de las siete u ocho horas del nuevo día). Hoy, ese viaje se realiza en
dos horas y media, gracias a la avanzada tecnificación de las máquinas y a la
creación de una potente infraestructura viaria que facilita la asombrosa
velocidad que supera los 300 kilómetros a la hora, en determinados tramos.
Nos encontramos, por muy diversos y
personales motivos, en UNA ESTACIÓN FERROVIARIA.
Para nuestra ilusión suena un prolongado pitido. También podemos oír la campana
anunciadora de que el tren está próximo. Vibran sentimientos y emociones,
porque ¡está llegando el tren! Rechinan y
cimbrean las vías. Casi todos los presentes se muestran nerviosos y alegres, tensionados
y expectantes. Los que viajan en el interior de los vagones y aquéllos otros que
esperan en los andenes al familiar, amigo, a la persona afecta El potente foco de luz frontal de la
locomotora o vagón motriz hace visible la realidad de una llegada, también la de una espera, que supone el final o el inicio de una nueva aventura, en el multicolor tren de
nuestras vidas. –
José L. Casado Toro
Agosto 2024
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