14 junio 2024

THE END EN CADA HISTORIA

 




En el ámbito cinematográfico, como en cualquier otra actividad cultural, todos los elementos constitutivos de la obra son importantes y, en lo posible, objeto de análisis, discusión y polémica. Nadie va a poner en duda de que el contenido argumental, la dirección del rodaje, la interpretación de los actores, la calidad fotográfica, la buena y desigual banda sonora, etc. todos ellos tienen su propia o específica relevancia.

Sin embargo, cuando los afortunados espectadores abandonan esa sala “mágica” de proyección, el tema o elemento que suele ser más comentado, incluso para la controversia, en el final, el THE END de la película. Ciertamente, si lo pensamos en profundidad, es posiblemente el elemento fundamental de la historia narrada en el metraje. Y esto es debido porque, a no dudar, construir un final afortunado, que agrade a todos los aficionados es tarea complicada, casi imposible, podría decirse. Sobre todo, porque esa historia en la que hemos participado, con mayor o menor empatía, nunca finaliza. La vida continúa. Es lógico entender que la historia, por más completa que nos la hayan planteado, prosigue, para sus principales protagonistas.

Para unos, ese final será afortunado, bien elegido e incluso dejará un buen “sabor de boca” anímico, los 90 o más minutos de proyección. Pero otros pensarán lo contrario. Ese terminar de la historia será desafortunado, mal planteado, ininteligible, absurdo, erróneo, incompleto. Cada persona, lógicamente, tiene una desigual percepción acerca de lo que acaba de ver.

Pero hay que ponerse en “la piel” del guionista y del director, que ha organizado la construcción de la historia. Finalizar esa trama escénica es harto difícil, complicado, porque siempre habrá opiniones encontradas acerca de ese “mejor” final que podría haber sido certeramente elegido.

En general, los espectadores optan, aplauden y gozan por “el que ACABE BIEN”. Casi nadie va a desear que “ACABE MAL”. Otra cuestión, bien diferente, será que pensemos en un final “distinto”, lo cual es perfectamente asumible.

Para evitar toda esta controversia, “sagaces directores” optan por la idea “luminosa” y sumamente hábil, de acabar con un FINAL ABIERTO. Con ello, a modo de Poncio Pilatos, dejan que cada espectador complete en su propio “imaginario” el final que más les guste, aquél que le haga más feliz. Por ejemplo, “¿se quedará con su mujer?” “¿se irá con ese nuevo amor que parece haber surgido en su vida?” “o no seguirá su existencia, con ninguna de las dos?” El director cinematográfico “se lava las manos” no optando, claramente, por ninguna opción de esta triada.

En el ámbito literario, hay autores que se toman la libertad de redactar un final A y otro final B, para la novela que se oferta en los escaparates de las librerías o en los estantes de las bibliotecas. En el mundo del cine esta solución no ha sido llevada a cabo, al menos en la inmensa cantidad de películas que hemos tenido la oportunidad de visionar en nuestros muchos años de espectador. Sin embargo, esos finales “alternativos” sí se han aplicado en el cine para los REMAKES, siempre para películas muy afamadas por el público aficionado al séptimo arte. Sabemos que, en la mayoría de los casos, esas segundas versiones casi nunca suelen superar en calidad e impacto a las primeras versiones. Pero, al menos, el director va a tener fácil la posibilidad de modificar ese final que tuvo la primera versión de la historia narrada. En esos segundos remakes, o terceros, no sólo se puede cambiar el final, sino incluso el desarrollo argumental de la trama.

Un productor (el que financia o costea el rodaje) y el propio director de la película acordaron dos finales contrastados para el mismo guion. De esta manera, rodaron dos finales distintos. Después, en la sala de montaje no se complicaron mucho y montaron una película con un final A y la misma película con un final B. En el proceso de distribución a las salas, para su correspondiente exhibición, los espectadores y los críticos de cine se encontraron con esta solución insólita. En los cines, una semana se proyectaba la película con el primer final y en la semana siguiente con el final B. Las protestas de los espectadores no se hicieron esperar. En base a esta oposición, los exhibidores tuvieron que fundir en cabina ambos finales, con lo que la película en pantalla duraba 15 minutos más. Los espectadores veían una película, que tenía dos formas diferentes de acabar la historia que se narraba. Fue, en este peculiar contexto, la mejor o menos lesiva solución. No se ha repetido, que se sepa, semejante decisión, por parte de productores y exhibidores.

En la vida real, no es tan fácil consumar “los dos finales”. Aunque con la repetición de nuestros actos erróneos, podemos mejorar numerosos fallos y no menos inadecuados comportamientos. Tanto con los demás, como también para sosegar nuestra propia conciencia.  



José L. Casado Toro

Mayo 2024


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