Alonso
Hidalgo paró la puerta con la mano derecha cuando iba a estamparse contra su
mentón. El prognatismo de su cara afilada hacía llegar su perilla a todas
partes, antes que él. Con sus cuarenta años bien erguidos, llamaba la atención
por su elevada estatura y su delgadez mientras caminaba seguro con largas
zancadas. Era el redactor de los ecos de sociedad de ABC. En 1920, a las puestas
de largo de las niñas bien, los veraneos de la aristocracia, los eventos
cinematográficos o literarios celebrados en ambientes nocturnos glamurosos, no les
faltaba su elegante reseña en la prensa, aunque él solo respiraba una atmósfera
de cortesía fingida. El mundo bullía de inquietudes deseando eliminar los restos
de un tiempo para olvidar y Madrid no iba a ser menos.
Su
trabajo despertaba los celos de sus colegas. Pedro Pérez, apodado el Sucesos,
como su sección, pateaba de día y de noche las calles más sórdidas mezclándose con
lo mejorcito de cada barrio. Al saber que le habían encargado a Alonso,
dentro de dos meses, la cobertura de la Inauguración de la Sala Cervantes en la
Biblioteca Nacional, con la presencia de los Reyes de España, lo carcomió la envidia.
Como
cada tarde, Alonso entró en la redacción con el ruido de fondo de las máquinas
de escribir y el parloteo de una plantilla trabajando a destajo. Cerró la
puerta de Dirección tras de sí. Entonces ignoraba que al salir su felicidad
sería completa. Como profundo admirador de Miguel de Cervantes y El Quijote, consideraba
un regalo escribir sobre la inauguración. Sin embargo, este nuevo y secreto
encargo que solo conocerían el director, el autor –gran amigo de éste –
y Alonso Hidalgo, suponía dejar una huella en la historia. Para disimular la
impaciencia repitió ese gesto suyo tan habitual de acariciarse la perilla.
Luego aceptó con voz monocorde mientras pensaba que por fin daría un sentido a
su protocolario trabajo y a su vida. Tendría libertad de horario y permiso de
ausencia cuando fuera necesario para su importante cometido.
—Confío
en ti, Hidalgo. Él te espera mañana –dijo el Director entregándole una nota con nombre y señas.
—Sí, pero
esto provocará muchos comentarios…
—Eso
nunca te ha importado. Solo añadirá algo más de misterio a tu persona y esa
será tu mejor armadura.
Alonso
salió del despacho. Descolgó del perchero su abrigo y se lo puso con parsimonia
sin dejar ni un botón desabrochado. Cogió el sombrero que cepillaba con esmero
cada mañana y su inseparable bastón. Recogió de su mesa el maletín de cuero con
sus documentos y se marchó. Su figura parecía envuelta en una nebulosa de otros
tiempos, como recortada de una fotografía antigua.
Durante
casi dos meses acudía todas las mañanas a la dirección de la nota. Cada día
admiraba más la maestría de don Antonio.
Algunas
tardes llegaba al periódico con aspecto cansado, el Sucesos lo acusaba de estar
abusando de placeres pagados y otras lindezas. Alonso le respondía con un
apunte de sonrisa cínica.
El día
6 de Marzo, el Director de ABC, Alonso Hidalgo y un fotógrafo acudieron a
cubrir la noticia sobre la nueva Sala Cervantes. La presencia de los reyes fue
el mayor acontecimiento, también las 637 ediciones del Quijote, que después
serían 648. Las paredes las adornaban veinte cuadros del insigne pintor don
Antonio Muñoz Degrain.
Alonso
tomó sus notas y dio orden al fotógrafo de sacar fotos a todas las pinturas,
sin olvidar ninguna.
Momentos
antes de comenzar el evento, el Director de ABC y Muñoz Degrain se fundieron en
un amistoso abrazo. Llamaron a Alonso y los tres rieron con complicidad.
El
pintor le dijo a Alonso que sin él no habría sido posible terminar a tiempo los
doce cuadros añadidos a su donación. Has sido mi mejor modelo anónimo y un
Quijote perfecto. Gracias por prestarte y compartir este secreto. Le susurró
Muñoz Degrain mientras le estrechaba fuertemente la mano.
Magnífico relato Esperanza. Enhorabuena.
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