El
niño estaba sentado en su isla.
Miraba el mundo y reflexionaba.
Vio
las guerras.
Y
se dijo que habría que pintar de colores
los
uniformes de los soldados,
y
de sus cañones y fusiles
hacer
ramas para los pájaros
y
flautas para los pastores.
El
niño vio el hambre.
Y
se dijo que habría que atrapar las nubes
con
un lazo y hacerlas llover sobre los desiertos.
Y
habría que llenar los cauces de los ríos
de
agua y de leche.
El
niño vio la miseria.
Y
se dijo que habría que aprender a sumar,
a
restar y a multiplicar, y después a dividir.
Habría
que aprender a compartir el dinero,
el
pan, el aire y la tierra.
El
niño vio a los poderosos
comer,
dar órdenes, proclamar y decretar.
Y
se dijo que habría que abrirles los ojos
o
expulsarles.
El
niño vio el mar
y
se dijo que habría que limpiarlo.
Y
después sentarse frente a él, sólo para soñar.
El
niño vio los bosques.
Y
se dijo que sería bueno pasear, aventurarse en ellos
y
escribir historias en las que perderse,
y
después tumbarse sobre la hierba a escucharlas.
El
niño vio las lágrimas.
Y
se dijo que habría que aprender a abrazarse,
a
no tener miedo de los besos.
Habría
que aprender a decir te quiero
aún
sin haberlo escuchado jamás.
El
niño levantó la cabeza.
Vio
la luna con una bandera plantada en su frente.
Y
se dijo que habría que arrancársela
y
después pedirle perdón.
El
niño miró el mundo
por
última vez desde su isla.
Y
entonces decidió...
...nacer
Texto de Thierry Lenain, publicado por Kókinos
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