Al atardecer Ambanelli dejaba de
trabajar y se iba a casa a sentarse con el hijo del patrón porque quería
aprender a leer y a escribir.
- Empecemos con el alfabeto- dijo el
niño, que tenía once años.
- Empecemos con el alfabeto.
- La primera de todas es la A.
-A- dijo paciente Ambanelli.
- Luego viene la B.
- ¿Y por qué primero una y luego otra?-
preguntó Ambanelli.
Esto el hijo del patrón no lo sabía.
- Las han puesto en ese orden, pero
usted puede usarlas como quiera.
- No entiendo por qué las han puesto en
ese orden- dijo Ambanelli.
- Por comodidad- respondió el niño.
- Me gustaría saber quién se ha
encargado de hacer este trabajo.
- Vienen así en el alfabeto.
-¿Quiere esto decir acaso- dijo
Ambanelli- que la cosa cambia si yo digo que primero viene la B y luego la A?
- No- dijo el niño.
- Entonces sigamos adelante.
- Luego tenemos la C, que se puede
pronunciar de dos maneras.
- Estas cosas las ha inventado alguien
que no tenía nada que hacer.
El niño no sabía qué decir.
- Quiero aprender a poner mi firma- dijo
Albanelli, no me hace ninguna gracia tener que poner una cruz cuando tengo que
firmar un papel.
El niño cogió el lapicero y un trozo de
papel y escribió: "Ambanelli, Federico", luego mostró el papel al
campesino.
- Ésta es su firma.
- Entonces empecemos con mi firma desde
el principio.
- La primera es la A- dijo el hijo del
patrón, luego viene la M.
- ¿Has visto?- dijo Ambanelli-, ahora
empezamos a razonar.
- Luego la B y luego otra vez la A.
- ¿Igual que la primera?- preguntó
Ambanelli.
- Idéntica.
El niño escribía las letras de una en
una y luego las recalcaba con el lápiz llevando con su mano la mano del
campesino.
Ambanelli se quería saltar siempre la
segunda A que a su juicio no servía para nada, pero un mes más tarde había
aprendido a escribir su firma y por la noche la escribía sobre las cenizas del
hogar ara que no se olvidara.
Cuando vinieron los del acopio del grano
le dieron a firmar el recibo, Ambanelli se pasó por la lengua la punta del
lápiz tinta y escribió su nombre. La hoja era demasiado estrecha y su firma demasiado
larga, pero a los del camión "Amban" les pareció suficiente, y puede
que por eso desde entonces muchos empezaron a llamarle "Amban",
aunque poco tiempo después ya había aprendido a escribir más pequeña su firma y
a ponerla por entero en los recibos del acopio.
El hijo de los patronos se hizo amigo
del viejo y después del alfabeto escribieron juntos un montón de palabras,
cortas y largas, bajas y altas, delgadas y gordas, tal como se las figuraba
Ambanelli.
El viejo puso tanto entusiasmo que
soñaba con ellas por la noche, palabras escritas en libros, en las paredes, en
el cielo, grandes y resplandecientes como el universo estrellado. Algunas
palabras le gustaban más que otras y hasta intentó enseñárselas a su mujer.
Luego aprendió a juntarlas y un día escribió: "Consorcio Agrario
Provincial de Parma".
Ambanelli contaba las palabras que había
aprendido como se cuentan los sacos de grano que salen de la trilladora y
cuando llegó a aprenderse cien le pareció que había hecho un buen trabajo.
"Ahora creo que ya es suficiente
para mi edad."
Ambanelli
se iba a buscar en los trozos viejos de periódico las palabras que conocía y
cuando encontraba una se ponía contento como si hubiese encontrado un amigo.
Luigi
Marleba
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