21 junio 2024

EL DESCUBRIMIENTO DEL ALFABETO

 

Al atardecer Ambanelli dejaba de trabajar y se iba a casa a sentarse con el hijo del patrón porque quería aprender a leer y a escribir.

- Empecemos con el alfabeto- dijo el niño, que tenía once años.

- Empecemos con el alfabeto.

- La primera de todas es la A.

-A- dijo paciente Ambanelli.

- Luego viene la B.

- ¿Y por qué primero una y luego otra?- preguntó Ambanelli.

Esto el hijo del patrón no lo sabía.

- Las han puesto en ese orden, pero usted puede usarlas como quiera.

- No entiendo por qué las han puesto en ese orden- dijo Ambanelli.

- Por comodidad- respondió el niño.

- Me gustaría saber quién se ha encargado de hacer este trabajo.

- Vienen así en el alfabeto.

-¿Quiere esto decir acaso- dijo Ambanelli- que la cosa cambia si yo digo que primero viene la B y luego la A?

- No- dijo el niño.

- Entonces sigamos adelante.

- Luego tenemos la C, que se puede pronunciar de dos maneras.

- Estas cosas las ha inventado alguien que no tenía nada que hacer.

El niño no sabía qué decir.

- Quiero aprender a poner mi firma- dijo Albanelli, no me hace ninguna gracia tener que poner una cruz cuando tengo que firmar un papel.

El niño cogió el lapicero y un trozo de papel y escribió: "Ambanelli, Federico", luego mostró el papel al campesino.

- Ésta es su firma.

- Entonces empecemos con mi firma desde el principio.

- La primera es la A- dijo el hijo del patrón, luego viene la M.

- ¿Has visto?- dijo Ambanelli-, ahora empezamos a razonar.

- Luego la B y luego otra vez la A.

- ¿Igual que la primera?- preguntó Ambanelli.

- Idéntica.

El niño escribía las letras de una en una y luego las recalcaba con el lápiz llevando con su mano la mano del campesino.

Ambanelli se quería saltar siempre la segunda A que a su juicio no servía para nada, pero un mes más tarde había aprendido a escribir su firma y por la noche la escribía sobre las cenizas del hogar ara que no se olvidara.

Cuando vinieron los del acopio del grano le dieron a firmar el recibo, Ambanelli se pasó por la lengua la punta del lápiz tinta y escribió su nombre. La hoja era demasiado estrecha y su firma demasiado larga, pero a los del camión "Amban" les pareció suficiente, y puede que por eso desde entonces muchos empezaron a llamarle "Amban", aunque poco tiempo después ya había aprendido a escribir más pequeña su firma y a ponerla por entero en los recibos del acopio.

El hijo de los patronos se hizo amigo del viejo y después del alfabeto escribieron juntos un montón de palabras, cortas y largas, bajas y altas, delgadas y gordas, tal como se las figuraba Ambanelli.

El viejo puso tanto entusiasmo que soñaba con ellas por la noche, palabras escritas en libros, en las paredes, en el cielo, grandes y resplandecientes como el universo estrellado. Algunas palabras le gustaban más que otras y hasta intentó enseñárselas a su mujer. Luego aprendió a juntarlas y un día escribió: "Consorcio Agrario Provincial de Parma".

Ambanelli contaba las palabras que había aprendido como se cuentan los sacos de grano que salen de la trilladora y cuando llegó a aprenderse cien le pareció que había hecho un buen trabajo.

"Ahora creo que ya es suficiente para mi edad."

Ambanelli se iba a buscar en los trozos viejos de periódico las palabras que conocía y cuando encontraba una se ponía contento como si hubiese encontrado un amigo.

 

Luigi Marleba


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