La dibuja a lápiz. Con los labios la
traza sin dejar de imaginarla. Un silencio frío, como de iglesia ortodoxa, se
ha instalado en la habitación. Solo un monótono pitido lo rasga a intervalos
precisos, como esas leves heridas alineadas que deja el arañazo de un gato. Una
asepsia casi irracional coloniza hasta el último dobladillo de la ropa de cama.
Bip bip bip bip bip bip bip bip bip bip bip bip
Él cree que por fin ha llegado el
momento y lo tiene todo dispuesto. En una lámina ha esbozado ya el ambiente y el
apunte de su rostro. Solo falta la última expresión. Lleva noches de vigilia
esperándola, acechándola más bien. Hace años que convive con ella en su cabeza.
Cuando llegue, ocupará solo un instante imperceptible en el tiempo de ella y en
el de él y en el del mundo. Pero sabe que la fijará para siempre, agónica, en
la lámina dispuesta sobre su regazo. El grafito del cuatro acaricia sutilmente
algún volumen de la almohada que le parecía inconcreto. Mira de reojo el
artefacto incongruente que perturba la armonía de la escena. Cree apreciar un decaimiento
de la frecuencia del pitido, que augura la cercanía al abismo.
Bip bip bip bip bip bip
Nada le importan ya ni la gloria
conseguida ni el calor de la crítica; menos el dinero y la mundana vanidad.
Ahora, aquí, está solo con ella y con ese soplo que aún la prende a la vida. El
artefacto incongruente lo registra todo con la flemática precisión del notario.
Y él solo espera el último aliento, ese gesto indefinible que será también su
última obra. Ella, ajena ya a todo, parece deslizarse por un declive tan
decadente como su propia vida. Él recuerda sus palabras, las dulces y las
amargas. Las pronuncia con silente devoción, solo para sí, como un tesoro que
no quiere compartir ni con el aire que le rodea. Imperceptibles movimientos en el
rostro devastado de ella muestran la lucha que acontece, con su cuerpo como campo
de batalla. Y él aguarda, paciente, porque sabe que valdrá la pena la espera.
Su obra marcará un antes y un después en la historia del retrato, aunque solo
lo sabrá él. Ha resistido muchas veces la tentación de desconectar el artefacto
incongruente, porque forzar un fin así depreciaría su obra de forma dramática.
Vuelve de su embeleso y ahora sí, percibe una ralentización crítica del pitido.
Bip bip bip bip
Parece que ha llegado el momento. Él prepara
sus lápices, carboncillos y difuminos para concluir, en el momento justo, el
dibujo que ya tiene bosquejado hace días. El suspiro decisivo, la última
expresión de la vida y la primera de la muerte, quedará inmortalizada por su
mano. Ella parece estremecerse levemente y abate la cabeza a un lado. Es el
instante, piensa él, el escorzo dará algo de vida a lo que ya no la tiene.
Bip bip
Sus manos, como palomas espantadas, vuelan
frenéticas sobre el papel, al que traslada el dolor de la partida y la paz de
la llegada, al otro lado. Ella acaba de hacer este tránsito y él ha dejado, plasmada
para siempre, la imagen de su partida.
Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii………..
Fernando Navarro
Estupendo relato
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