Puede parecer innecesario e incluso
banal escribir sobre una temática que destaca por su evidencia e indiscutible
acuerdo universal. Sin embargo, por simple y obvio que resulte, una y otra vez
nos sentimos motivados a plantear su tratamiento y, de manera especial, su
buena práctica. Y si recurrimos, de forma repetitiva, a su racional y
voluntarioso tratamiento es por una también obvia y perceptible paradoja: ¿Sentimos, de verdad, esa falta de amabilidad en nuestro
entorno, más o menos próximo? La respuesta a este simple interrogante puede
aconsejar que de nuevo traigamos a colación este fraternal comportamiento social.
Partimos en el comentario de otra
básica evidencia. Las personas somos diferentes en
el trato relacional, debido a diferentes causas y motivaciones. Entre
otros factores, destacan nuestra naturaleza genética, la educación reglada y
familiar que hemos recibido, el ambiento sociocultural en el que nos hemos
desarrollado y el estado anímico, puntual o arraigado, que afecta a nuestra
conducta. Estos son los principales elementos que explican ese nivel
diferencial en nuestras respuestas. Hay que admitir también, qué duda cabe, que
todos tenemos “días buenos” y otros en los que nuestro proceder relacional es
manifiestamente mejorable.
Admitiendo el valor testimonial de
estos determinantes “personales”, cada vez más, tenemos la percepción de que el
mundo que protagonizamos sufre, a título global, una muy preocupante CRISIS O CARENCIA DE AMABILIDAD. Y esta “pandemia”
de buena educación y positivos modales, genera una humanidad cada vez más
hostil, malhumorada, crispada y, por supuesto, egocéntrica. Esta penosa realidad
suele generar acritud, “violencia” convivencial, junto a palabras, insultos y
gestos desafortunados, a pesar de la experiencia que deberíamos haber ido
atesorando en el transcurso de las diferentes etapas de la Historia.
Hay que repetir esta incómoda visión y
reflexión: un mundo crispado, radicalizado, enfrentado y que aplica “malos
modos” en la reciprocidad general, hace inexcusable la necesaria, buena y
tolerante relación que todos deberíamos asumir y aplicar de continuo.
Echemos un vistazo a las relaciones internacionales. Observamos,
soportamos y sufrimos el dolor provocado por los nacionalismos exacerbados, las
ambiciones y egoísmos sin límites o fuera de la necesaria lógica diplomática,
por parte de dirigentes “visionarios”, repetidas agresiones y cruentas guerras,
totalmente ajenas a las normas y acuerdos sustentados por los organismos
supranacionales. Precisamente miramos, con “rabia” indignada, la pasividad, la
indolencia, el “mirar hacia otro lado” de esas organizaciones mundiales, cuya
utilidad parece más que discutible, ante tanta masacre y derramamiento de
sangre inocente. Con solo mirar, leer o escuchar los medios de comunicación,
deberíamos tomar conciencia de esa muy penosa realidad.
Si modificamos nuestro objetivo focal,
ahora contemplamos la vida interna de los
diferentes estados. En este caso, esos enfrentamientos y egos
“enfermizos” arraigan en la relación que mantienen entre si las distintas
regiones o comunidades administrativas que las conforman. Y siguiendo el mismo
esquema analítico, la oposición y enfrentamientos locales surgen en la falta de
cordialidad relacional entre las diferentes provincias que integran esos
espacios regionales.
Y llegamos a nuestra realidad más
próxima, en la que cada uno se encuentra “inmerso”. A
nivel particular, también se percibe el trato desagradable, inamistoso,
árido, hosco y escasamente ejemplar, con inapropiadas y muy desafortunadas
palabras, entre muchas personas, profesiones o actividades, que sustentan
nuestro diario recorrido vital. El médico
con sus pacientes; el profesor con sus
alumnos; los vecinos con los residentes en
su bloque u otros bloques de viviendas; el camarero
o “mesero” con sus comensales; el dependiente
con los clientes que atiende; el funcionario
administrativo tras la ventanilla de las gestiones; el taxista o el conductor de buses con los usuarios o
viajeros; el compañero laboral con el resto
de la plantilla; el policía con los
ciudadanos; el bibliotecario con los
lectores; los padres con sus hijos y viceversa; los políticos
con los compañeros (se consideran enemigos) de ideología diferentes; y así un
largo etc. Es obvio que tratamos de evitar la generalización. En cada actividad
o profesión hay miles de ejemplos modélicos. El problema, grave por supuesto,
son los “otros ejemplos”.
Y llegados a este punto, nos
preguntamos con no disimulada inocencia: ¿Cuesta
tanto ser un poco más amable? ¿Somos verdaderamente conscientes de los
beneficios anímicos que penosamente perdemos, por comportarnos con tan escasas
habilidades sociales?
El simple gesto de dar los buenos días.
Preguntar ¿cómo te encuentras? Pase Vd. primero, por favor. Se lo agradezco,
muchas gracias. Le cedo el asiento, por favor. Sería tan amable de facilitarme
información acerca de … He pensado que este detalle te agradaría. Escuchar y
dejar expresarse a nuestro interlocutor. Debo felicitarte, te lo has merecido.
Me alegro mucho de tu suerte. Si me permite, le puedo ayudar. No tiene
importancia, no se preocupe. Que tengas un buen fin de semana. Estoy seguro de
que lo vamos a pasar bien. Te llamo porque no sabía nada de ti. Te alegrará
conocer la información que te voy a dar. ¿Te gustaría que compartiéramos una
taza de té? No te preocupes más, creo tener alguna solución para tu problema. Cuenta
conmigo. Vamos a dar un paseo, te sentirás mejor. Y así, un largo etc. Sería
ocioso añadir que, si esas palabras van acompañadas con una sonrisa, el efecto sería, es, más creíble y
duradero.
De esta simple forma, nuestras vidas se
verían más liberadas de ese lastre (que no “lustre”) de hostilidad, acritud,
enemistad, aridez relacional, crueldad e incluso violencia (física y
psicológica). Llevamos más de 2000 años de aprendizaje. Incluso algunos
milenios más, pues estamos habituados a contar a partir del año cero. Y sigue
costándonos “un mundo” aplicar estas evidencias, que nos harían, a no dudar, un poco mejores y más amables en nuestras
respuestas. El mundo cada vez está más necesitado de esa lúcida terapia,
práctica amable, que preside el título de esta reflexión. -
José
L. Casado Toro
Mayo
2024
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