31 mayo 2024

PRAXIS DE LA AMABILIDAD TERAPÉUTICA

 


Puede parecer innecesario e incluso banal escribir sobre una temática que destaca por su evidencia e indiscutible acuerdo universal. Sin embargo, por simple y obvio que resulte, una y otra vez nos sentimos motivados a plantear su tratamiento y, de manera especial, su buena práctica. Y si recurrimos, de forma repetitiva, a su racional y voluntarioso tratamiento es por una también obvia y perceptible paradoja: ¿Sentimos, de verdad, esa falta de amabilidad en nuestro entorno, más o menos próximo? La respuesta a este simple interrogante puede aconsejar que de nuevo traigamos a colación este fraternal comportamiento social.

Partimos en el comentario de otra básica evidencia. Las personas somos diferentes en el trato relacional, debido a diferentes causas y motivaciones. Entre otros factores, destacan nuestra naturaleza genética, la educación reglada y familiar que hemos recibido, el ambiento sociocultural en el que nos hemos desarrollado y el estado anímico, puntual o arraigado, que afecta a nuestra conducta. Estos son los principales elementos que explican ese nivel diferencial en nuestras respuestas. Hay que admitir también, qué duda cabe, que todos tenemos “días buenos” y otros en los que nuestro proceder relacional es manifiestamente mejorable.

Admitiendo el valor testimonial de estos determinantes “personales”, cada vez más, tenemos la percepción de que el mundo que protagonizamos sufre, a título global, una muy preocupante CRISIS O CARENCIA DE AMABILIDAD. Y esta “pandemia” de buena educación y positivos modales, genera una humanidad cada vez más hostil, malhumorada, crispada y, por supuesto, egocéntrica. Esta penosa realidad suele generar acritud, “violencia” convivencial, junto a palabras, insultos y gestos desafortunados, a pesar de la experiencia que deberíamos haber ido atesorando en el transcurso de las diferentes etapas de la Historia.

Hay que repetir esta incómoda visión y reflexión: un mundo crispado, radicalizado, enfrentado y que aplica “malos modos” en la reciprocidad general, hace inexcusable la necesaria, buena y tolerante relación que todos deberíamos asumir y aplicar de continuo.

Echemos un vistazo a las relaciones internacionales. Observamos, soportamos y sufrimos el dolor provocado por los nacionalismos exacerbados, las ambiciones y egoísmos sin límites o fuera de la necesaria lógica diplomática, por parte de dirigentes “visionarios”, repetidas agresiones y cruentas guerras, totalmente ajenas a las normas y acuerdos sustentados por los organismos supranacionales. Precisamente miramos, con “rabia” indignada, la pasividad, la indolencia, el “mirar hacia otro lado” de esas organizaciones mundiales, cuya utilidad parece más que discutible, ante tanta masacre y derramamiento de sangre inocente. Con solo mirar, leer o escuchar los medios de comunicación, deberíamos tomar conciencia de esa muy penosa realidad.

Si modificamos nuestro objetivo focal, ahora contemplamos la vida interna de los diferentes estados. En este caso, esos enfrentamientos y egos “enfermizos” arraigan en la relación que mantienen entre si las distintas regiones o comunidades administrativas que las conforman. Y siguiendo el mismo esquema analítico, la oposición y enfrentamientos locales surgen en la falta de cordialidad relacional entre las diferentes provincias que integran esos espacios regionales.

Y llegamos a nuestra realidad más próxima, en la que cada uno se encuentra “inmerso”. A nivel particular, también se percibe el trato desagradable, inamistoso, árido, hosco y escasamente ejemplar, con inapropiadas y muy desafortunadas palabras, entre muchas personas, profesiones o actividades, que sustentan nuestro diario recorrido vital. El médico con sus pacientes; el profesor con sus alumnos; los vecinos con los residentes en su bloque u otros bloques de viviendas; el camarero o “mesero” con sus comensales; el dependiente con los clientes que atiende; el funcionario administrativo tras la ventanilla de las gestiones; el taxista o el conductor de buses con los usuarios o viajeros; el compañero laboral con el resto de la plantilla; el policía con los ciudadanos; el bibliotecario con los lectores; los padres con sus hijos y viceversa; los políticos con los compañeros (se consideran enemigos) de ideología diferentes; y así un largo etc. Es obvio que tratamos de evitar la generalización. En cada actividad o profesión hay miles de ejemplos modélicos. El problema, grave por supuesto, son los “otros ejemplos”.

Y llegados a este punto, nos preguntamos con no disimulada inocencia: ¿Cuesta tanto ser un poco más amable? ¿Somos verdaderamente conscientes de los beneficios anímicos que penosamente perdemos, por comportarnos con tan escasas habilidades sociales?

El simple gesto de dar los buenos días. Preguntar ¿cómo te encuentras? Pase Vd. primero, por favor. Se lo agradezco, muchas gracias. Le cedo el asiento, por favor. Sería tan amable de facilitarme información acerca de … He pensado que este detalle te agradaría. Escuchar y dejar expresarse a nuestro interlocutor. Debo felicitarte, te lo has merecido. Me alegro mucho de tu suerte. Si me permite, le puedo ayudar. No tiene importancia, no se preocupe. Que tengas un buen fin de semana. Estoy seguro de que lo vamos a pasar bien. Te llamo porque no sabía nada de ti. Te alegrará conocer la información que te voy a dar. ¿Te gustaría que compartiéramos una taza de té? No te preocupes más, creo tener alguna solución para tu problema. Cuenta conmigo. Vamos a dar un paseo, te sentirás mejor. Y así, un largo etc. Sería ocioso añadir que, si esas palabras van acompañadas con una sonrisa, el efecto sería, es, más creíble y duradero.

De esta simple forma, nuestras vidas se verían más liberadas de ese lastre (que no “lustre”) de hostilidad, acritud, enemistad, aridez relacional, crueldad e incluso violencia (física y psicológica). Llevamos más de 2000 años de aprendizaje. Incluso algunos milenios más, pues estamos habituados a contar a partir del año cero. Y sigue costándonos “un mundo” aplicar estas evidencias, que nos harían, a no dudar, un poco mejores y más amables en nuestras respuestas. El mundo cada vez está más necesitado de esa lúcida terapia, práctica amable, que preside el título de esta reflexión. -  



José L. Casado Toro

Mayo 2024


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