Artículo
de Rocío Cruz Ortiz, profesora de Lengua
española, Universidad de Granada. Publicado en la revista digital The
Conversation.
Tanto en el caso de la palabra México como
en el de Texas y su pronunciación en español, Méjico y Tejas,
esta es una pregunta que muchos hispanohablantes y no pocos aprendices de
español se plantean: ¿de dónde viene la jota y qué relación tiene con la grafía x?
Para responder a esta cuestión, debemos
recurrir a la historia de la lengua, bucear en el pasado de nuestro idioma. En
latín, el sonido que corresponde a nuestra jota actual (bien se pronuncie de
una manera tensa o más relajada, como una /h/ aspirada) no existía, sino que se
trata de una articulación nueva que se origina con la configuración del romance
y cuyo surgimiento los historiadores de la lengua datan entre los siglos XV y
XVII.
Pronunciación de las grafías j, g y x en
castellano medieval
En
castellano medieval teníamos dos sonidos que el español contemporáneo ha
perdido: el prepalatal fricativo sordo (/∫/), que sonaba como una sh,
y su correlato sonoro /ʒ/.
El
primero se pronunciaba como diríamos hoy, por ejemplo, el nombre de la famosa
cantante Shakira, y le correspondía la letra x. Fue
así, con equis, como se adaptó al español en el siglo XVI, cuando llegan a este territorio azteca
los conquistadores españoles, el nombre náhuatl de México (en aquella época sin tilde), que
nunca se pronunció Méksico, sino Méshico.
La
prepalatal fricativa sonora, /ʒ/, era un sonido similar, pero en el que vibraban las
cuerdas vocales. Se representaba con las grafías j y g.
Sirvan de ejemplo palabras como mujer o gentil,
que se pronunciaban de una manera parecida a como se pronuncia hoy en día “yo”
o “haya”, por ejemplo, en el español del Río de la Plata (Argentina y Uruguay).
Este fenómeno se conoce como “rehilamiento”.
Son estos dos sonidos (/∫/ y /ʒ/) los que dan lugar a nuestro actual
sonido jota. Pero ¿de qué manera?
‘Musheres’ y ‘shabones’
En español hay varios pares de fonemas que
solo se diferencian por el rasgo de la sonoridad, como son /b/-/p/ o /d/-/t/
(cuya única diferencia es que el primero es sonoro y el segundo sordo). Esto
mismo ocurría con la pareja /ʒ/ y /∫/, si bien esta oposición se neutralizó con la
evolución del idioma a favor del ensordecimiento y, por lo tanto, la versión sonora dejó de usarse. Es decir, al dejar de vibrar las cuerdas
vocales, el sonido /ʒ/ se convierte en /∫/, de tal modo que pervivió en la
lengua de la época únicamente /∫/.
Esto
fue sucediendo progresivamente entre el final de la Edad Media y las últimas
décadas del siglo XVI (como tarde inicios del XVII). O sea que lo más probable
es que Cervantes pronunciara el título de su gran novela como “don Quishote”.
De hecho, el Quixote pasó con sh a otras
lenguas romances: Quichotte en francés, Chisciotto en
italiano.
Después de
esto hay un segundo paso evolutivo: los especialistas apuntan que la sh empezó
a confundirse con la /s/, dada su cercanía articulatoria. De hecho, aún hoy
conservamos la muestra de ese trueque consonántico en términos como sepia y jibia, o en los
apellidos Juárez/Suárez/.
Parece que esto hace que la prepalatal /∫/ (sonido sh) retrase su
articulación para alejarse de /s/ y, de este modo, se convierte en otro sonido:
el correspondiente a nuestra jota actual que, por cierto, se representa con /x/
en el alfabeto fonético, una asociación nada casual.
Esto significa
que, durante un tiempo en la historia del español (más o menos desde el siglo
XVII al XIX, concretamente hasta la publicación de la Ortografía de la Lengua
Castellana de 1815 donde la RAE
establece el cambio de grafía), las palabras que se escribían con x se pronunciaban
con jota (sonido velar fricativo sordo),
dado que ya nadie articulaba la sh originaria
que correspondió en su tiempo a esta grafía.
La reforma del siglo XIX
y México
Esto cambió a
principios del siglo XIX con las reformas ortográficas que lleva a cabo la
Academia de la lengua, donde se establece que las palabras que tenían una equis
debían escribirse con jota. Es entonces cuando xabón pasa a ser jabón.
La letra j existía en
latín y era una variante de /i/. De hecho, en el alfabeto fonético
internacional, /j/ corresponde a una i semiconsonante.
Pero cambiar el nombre de un país o una región era más complejo y
afectaba, entre otras cosas, a la identidad nacional de su población en un
momento histórico, además, delicado, ya que la reforma ortográfica de la RAE
coincidió con el conflicto por la lucha de la independencia de las naciones
americanas.
Los mexicanos
se resistieron al cambio de grafía del nombre de su país, si bien hasta inicios
de este siglo, lo recomendado por la RAE era escribir Méjico en
lugar de México. De ahí que
no sea extraño encontrar escrito el nombre de esta nación con jota en algunos
documentos antiguos. Sin embargo, a inicios del siglo XXI, con la nueva
política panhispánica en la que se publican conjuntamente las obras normativas
del español por la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) y la
Real Academia Española (RAE), entre ellas la Ortografía de la lengua española, se dio un paso
atrás.
Actualmente,
la norma académica estipula que, si bien representar con la grafía j nombres de
lugares como México o Texas no se
considera incorrecto, lo más recomendable es su escritura con x. Lo que sí deja
claro respecto a su pronunciación es que, en español, no se debe pronunciar ni
/méksiko/ ni /téksas/.
Diferentes articulaciones de j en el mundo hispánico
Otra cuestión
interesante que podemos comentar es que la pronunciación de la /x/ en el mundo
hispánico no es única, sino que conviven diferentes soluciones para pronunciar
lo que de forma escrita representamos con las grafías j y g seguida
de e, i. Se
diferencian dos grandes articulaciones dominantes representadas fonéticamente
como [x] (alófono
fricativo velar sordo) y [h] (alófono
aspirado velar sordo).
Como se puede apreciar, estos dos sonidos se distinguen en la fricación
frente a la aspiración; dicho de otro modo, uno es más tenso y otro más
relajado. El primero se asocia con el español del centro y norte peninsular,
mientras que el segundo es el que ocupa la mayoría de la región andaluza, junto
con gran parte de Extremadura, Canarias y la América de habla española.
Puede decirse, entonces, que la aspiración es el sonido dominante
del español, ya que la gran mayoría de los hispanohablantes aspiran la jota .
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