Alisó los pliegues del vestido que ella misma se había
cosido, esperanzada de que esa noche alguien se decidiera a sacarla a bailar.
Sonaron los primeros compases de la música. La canción le resultaba familiar,
pero no conseguía recordarla. Dirigió la mirada hacia la aún solitaria pista de
baile y descubrió frente a ella una mano que se le ofrecía. Una sonrisa coqueta
se dibujó en su rostro al tiempo que dirigía una discreta mirada al hombre que
tenía enfrente. Lucía un elegante traje negro de dos piezas y un pañuelo
estampado asomaba del bolsillo de su pechera. Agarró la mano con delicadeza y
sintió un ligero cosquilleo. Él la llevó hasta el centro de la sala y asió sus caderas con suavidad, mientras ella
dejaba caer sus brazos sobre sus hombros. Ambos cuerpos encajaron a la
perfección, como dos piezas del mismo puzzle.
-¿Cómo te llamas? le preguntó ella. -Juan -le respondió él.
-Yo soy Antonia, pero todos me llaman Toñi -añadió
mirando alrededor -He venido con mi hermana Carmen, pero no se donde se ha
metido.
Posó sus ojos sobre los de él y le gustó el brillo que
vislumbró en ellos. Poseía una frondosa cabellera, una sonrisa generosa, y una
imponente nariz que daba sentido a su rostro. Él cerró sus manos y la atrajo
hacia sí, y ella respondió apoyando su cabeza en su hombro. Danzaron al ritmo
de los versos de Muñequita Linda en la voz melosa de Nat King Cole, y dejaron
que el mundo girara a su alrededor. Una sonrisa de felicidad asomó en el rostro
de ella. Como era posible que se sintiera tan segura en los brazos de un hombre
al que acababa de conocer. No tenía respuesta, pero lo abrazó fuertemente y se
dejó llevar durante unos minutos que valieron toda una vida.
La canción dejó de sonar y ella se separó lentamente de
su pareja de baile. Lo miró a los ojos y observó una lágrima surcando su
arrugado rostro. En un gesto cariñoso trató de atraparla con sus atrofiados
dedos y de repente, la luz cambió. Miró a su alrededor y descubrió que se encontraba
en mitad del salón de una casa que no conocía. Su semblante sufrió un rictus
nervioso, y él la abrazó para tranquilizarla. La sentó de nuevo en la silla y
le quitó los zapatos uno a uno, con delicadeza. La cogió de la mano y la guió
hasta su dormitorio con palabras bonitas. Con un trozo de algodón le limpió el
rostro, la desvistió y le colocó su viejo camisón mientras ella se dejaba
hacer. Entonces la ayudó a meterse en la cama, la arropó y le plantó un tierno
beso en la frente al tiempo que le susurraba al oído.
-Felices bodas de oro mi muñequita linda.
José Ramón Vega Yáñez (Jose Uve)
Sensibilidas a raudales en esas palabras...., y real como la vida misma....💖
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