Hay frases o “dichos” en el rico acerbo
popular que, a pesar de su aparente brevedad o simpleza, encierran un rico e
instructivo mensaje, cuyo contenido debería ser objeto de reflexión y
aplicación, con más frecuencia y utilidad para nuestras vidas. La puesta en
práctica de esas lúcidas máximas, muy posiblemente nos harían mejores y más
felices. Esa repetida y conocida frase, que hoy traemos a nuestro comentario,
la solemos atribuir a culturas orientales de la geografía mundial. NO DEJES PARA MAÑANA, LO QUE PUEDAS HACER HOY. A
buen seguro, nadie puede negar haberla escuchado, centenares o miles de veces.
Otra cosa será cuántas de esas veces la hemos llevado a la práctica.
Es una “sentencia” de naturaleza harto
operativa, que propone o invita al dinamismo,
a la racional actividad, en contra de la pasividad, el letargo o la pereza.
Nada más que por estas cualidades, su naturaleza es positiva, en contra de las
actitudes negativas como respuesta. También lleva implícita un sentido de “urgencia”, pues “mañana” puede ya ser tarde para
alcanzar su pretendida eficacia. La “prontitud”, tras una básica reflexión,
mejora obviamente los resultados que pretendemos.
Y ya en este contexto llega el
ilustrativo y didáctico momento de los ejemplos.
Sin duda, éstos son numerosos, en nuestras vivencias y comportamientos
cotidianos. Una primera oportunidad para su aplicación sería el hecho de hacer una llamada telefónica o escribir una carta o
correo electrónico, a esa persona con la que tenemos alguna vinculación
y que, fehacientemente, sabemos que lo necesita y le haría bien ese nuestro
positivo gesto. En realidad, esta acción no solo beneficiaría a la persona que
lo recibe, sino también al agente que lo realiza. ¿Por qué? Haciéndolo, tranquilizará
su conciencia, pues estará posiblemente reparando un daño o error previo
realizado, a fin de recuperar una amistad o vínculo perdido. Esa “tranquilidad”
aplicada generará un sosiego anímico o espiritual, indudablemente beneficioso para
su equilibrio psíquico personal. Y el bien que se hace a la persona que recibe
nuestro mensaje queda fuera de toda duda.
Otro ejemplo, fácil de entender y
aplicar es aquel o aquellos cambios en nuestro
quehacer cotidiano, que la sensatez y la racionalidad nos aconsejan llevar
a la práctica, de manera más o menos inmediata. Buscando beneficios,
lógicamente egoístas, para nuestra vida. Son cambios de muy variada naturaleza;
en la forma de vestir, en nuestra alimentación, en el tipo de divertimento u
ocio diario o vacacional, en el orden material de nuestro domicilio, en los
aprendizajes particulares o reglados, y en la renuncia de hábitos patológicos
(bebida, tabaco u otras adicciones).
Para ir resumiendo, no deberíamos ir
dejando pasar esa pequeña, modesta o gran ilusión que
desde hace tiempo está “aletargada” en nuestra voluntad y que hemos ido
postergando o aplazando por fútiles o más o menos justificados motivos. Nuestra
vida ha ido recorriendo esas etapas de la infancia, juventud y madurez, e
incluso la fase de la jubilación, manteniendo esa acción o experiencia que nos
ilusiona, aparcando su realización por diversidad de motivaciones y
circunstancias. Es mejor intentarlo ya, que dejarlo para más tarde, porque ese
“mañana” puede ya no presentarse. Hablando de manera coloquial, hay que “darse
ese caprichito” o fundamentada ilusión, siempre adormecida o postergada en las
ágiles e innegociables hojas del almanaque.
Terminamos con la siguiente reflexión. El efecto “moviola” o retroceso no se puede,
obviamente, aplicar a nuestras vidas, qué duda cabe. Pero nadie renunciaría a
protagonizar de nuevo (para evitarlas) esa/s experiencia/s, más o menos
intensamente desafortunadas que, en un momento infausto o equivocado, le dejó
un regusto amargo o rectificable en su conciencia. Ese mirar hacia atrás no
resulta totalmente inútil, sino que nos ayuda o estimula a la rectificación, si
esa oportunidad vuelve a presentarse. Son numerosas las ocasiones en que algún
personaje de la vida pública manifiesta, en sus memorias o en alguna entrevista
de prensa, haberse equivocado por no haber actuado de una manera diferente, con
respecto a personas vinculadas (familiares, vecinos, amigos, compañeros,
conocidos) siendo ya imposible la rectificación, porque esas personas,
desabridamente tratadas, ya no están entre nosotros. Por lo tanto, es
inteligente y aconsejable evitar ese error, del que más adelante nos podamos
arrepentir. Volviendo al iniciado de esta reflexión, “mejor
ahora, que nunca”. La suerte o el azar puede estar en lo más íntimo y
mejor de nuestra peculiar naturaleza.
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