OTOÑO
En
el mágico libro de los gustos, siempre quedarán páginas por escribir. Esta evidencia
es debida a los diferentes caracteres que presiden nuestras vidas, junto a las
variadas circunstancias y determinantes que a diario nos afectan, de manera puntual
o en procesos temporales de mayor extensión.
Nuestros
gustos, opciones o apetencias, cambiantes o más o menos permanentes, están
lógicamente referidos a esa realidad circundante que afecta a los múltiples
campos de las vivencias que cada día protagonizamos: el deporte, la literatura, el cine, el
teatro, la religión, los alimentos, la ropa, los colores, los viajes, los
juguetes, las viviendas, las flores, la política, las profesiones, la música,
las marcas de los productos, los vehículos, la pintura, la temperatura, la
electrónica, etc.
Ante
tan elevada variedad de posibilidades, la primera postura que es necesaria
adoptar es practicar el ineludible valor de la tolerancia.
Básicamente, esta innegociable actitud consiste en aceptar o respetar los gustos
de los demás. Enfrentarnos visceralmente, aplicando comportamientos pueriles,
absurdos e intransigentes ante los demás es una muestra o prueba de inmadurez y
de errónea irracionalidad, para quien así se comporte.
En
este tan amplio panorama de intereses y gustos, vamos a centrarnos hoy en uno
de esos ciclos repetitivos que anualmente nos ofrece la climatología y que
incide en nuestro estado de ánimo. Podemos opinar acerca de la estación meteorológica que
preferimos y aquella otra que menos nos apetece. Ya sea la primavera, el
verano, el otoño y el invierno. Resulta obvio que a las personas les agrada una
fase estacional más que otra o sobre las demás. En principio reconocemos que
cada una de las cuatro fases del año tiene ventajas e inconvenientes, soportando
sus luces y sus sombras. Nos vamos a centrar en aquella en la que actualmente
nos hallamos insertos según el calendario: EL
OTOÑO que algunos denominan “la caída de la
hoja”, el fall de los ingleses.
Venimos, en el recorrido mensual, de un
verano pleno de luz, tórrido en lo térmico y esencialmente vacacional. Y se nos
presenta ahora una estación en la que la luminosidad solar se reduce durante
las horas del día. Las temperaturas también descienden y es previsible que lleguen
las necesarias precipitaciones, acuosas o nivosas, También, se produce una
vuelta a la rutina laboral o escolar. Los árboles de hoja caduca van perdiendo
su follaje, con lo que las ramas quedan desnudas, modificando la estética
visual del paisaje. Los suelos de la naturaleza y de los parques urbanos se ven
cubiertos por ese manto vegetal de tonos ocres, marrones, amarillentos o
verdosos, que gozan de una incuestionable belleza. Ese “mar” de tonalidades
oscuras (la nubosidad suele ser manifiesta), con una temperatura
progresivamente descendente, nos hace recurrir a la ropa de abrigo, que ha
dormitado largos meses en la placidez de nuestros armarios. Ese estar más en
casa y menos en la calle, provoca en algunos un cierto desánimo que incluso
puede acarrear estados patológicos depresivos.
Para otros ciudadanos estos mismos elementos o factores facilitan su positiva motivación:
ayudándoles para la necesaria reflexión, para emprender cambios en sus
trayectorias vitales, para exaltar sus sentimientos y expresiones líricas y
poéticas e incluso su romanticismo. Una de las grandes ventajas del otoño (que
es inteligente aprovechar) es la mejor disposición para emprender algunos
cambios que compensen o eviten el anquilosamiento teñido de aburrida monotonía.
En esa “tristeza” ambiental muchos también perciben una mágica belleza o
placidez psicológica, que le hace soñar, sentir y vibrar en la privacidad de su
intimidad.
Es obvio que se puede leer y escribir en
cualquier estación. Pero el otoño, por sus caracteres térmicos, cromáticos y
visuales es una época anual bastante propicia o decisiva para desarrollar estas
habilidades creativas que tanto nos hacen disfrutar y enriquecer. Ya se ha
insinuado que el color del otoño son las tonalidades oscuras, sentimentalmente
propicias para esa introspección anímica que renueve nuestra visual
existencial. El color pálido violeta prevalece sobre otras tonalidades más
cálidas o exultantes para la sociabilidad. También se ha estudiado el recurso
durante esta época para generar la gestación de un nuevo ser, que puede ver la
luz de la vida en los albores del estío veraniego y el incentivo
vacacional.
En el periodo otoñal no desaparecen las
festividades y el comportamiento lúdico del verano, pues, en la fase terminal
de esta estación, para el último trimestre de la anualidad, se inicia la
preparación de esa singular y fraternal fiesta de la NAVIDAD, magna
celebración que da pie a la entrada de un nuevo año, ya en los inicios del
invierno y su agudeza climatológica. Sin embargo, la fase otoñal son meses más
propicios para esos silencios reflexivos y plácidas soledades, que tanto nos enriquecen
para la reafirmación personal. El goce visual de esas hojas que sobrevuelan
nuestros espacios, que “siembran” un manto vegetal, ayuda a entroncarnos con
esa madre naturaleza que cambia la aceleración de nuestros latidos vivenciales.
Las rutas senderistas, con tenues rayos de sol o limpias y saludables gotas de
lluvia, son lúdicos incentivos para reencontrarnos con ese medio natural que
justifica tantos porqués y no menos interrogantes acerca de nuestra razón de
ser y existir. –
José L. Casado Toro
Noviembre 2023
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