El transporte público es una necesidad o servicio muy
difícil de rebatir. No todos los ciudadanos pueden asumir los costes derivados
de poseer un vehículo propio: el precio de un coche, la compra de la gasolina o
gas oil como combustible, los impuestos de circulación, el seguro obligatorio, la
reparación de las averías o los golpes que sufre el fuselaje, la dificultad y
coste del aparcamiento, etc. La única ventaja objetiva que un coche propio
proporciona es la “supuesta” rapidez o comodidad para desplazarte a zonas de
notable distancia. Considerando la protección del medio ambiente, pensemos que
un autobús con 70 viajeros, por ejemplo, equivale a la circulación de 70 coches
o turismos: 70 motores contaminando el aire que respiramos. Además de los
costes, habría también que tener en cuenta los riesgos de los accidentes, las
multas por las infracciones y la tensión nerviosa propia de la conducción. Sumemos
otros factores: conduciendo no puedes, no debes utilizar el móvil telefónico,
navegar por Internet, leer un libro, escribir unas notas o tomar algún alimento.
Tampoco puedes contemplar, con el necesario sosiego el paisaje por el que
circulamos.
Por
fortuna, las corporaciones municipales o
ayuntamientos ponen a disposición de la ciudadanía un servicio, más o
menos completo, de autobuses, para facilitar la movilidad de los vecinos a
cualquier lugar del perímetro urbano. El Málaga, el servicio que presta la EMT
es de una gran calidad para los usuarios. Al margen del billete disuasorio, los
distintos tipos de bonobuses abaratan notablemente el precio por viaje
realizado. La mayoría de los vehículos puestos en circulación son bastante
modernos y los viajeros disponen de la prestación de un buen servicio para su necesidad,
seguridad y comodidad.
Es
indudable que el usuario de los autobuses públicos razona y demanda siempre mejoras: acortar el tiempo de las frecuencias en
las distintas líneas; la sustitución de los asientos envejecidos o repletos de
suciedad; el control de la refrigeración
y calefacción en el interior de los vehículos; evitar la sobrecarga de
pasajeros y el hacinamiento de los mismos; indicadores de los tiempos de espera
en la inmensa mayoría de las paradas; mejorar el tiempo de frecuencia en los
días festivos; ampliar la finalización de los horarios desde el centro urbano, durante
los meses de verano; reducir el tiempo de frecuencia en las líneas nocturnas;
reordenar los aparcamientos en determinadas calles, por las que los vehículos
articulados apenas pueden circular; intervención más activa con determinados
comportamientos de usuarios en el interior de los buses; algo de música
instrumental / relajante a un bajo volumen, para contrarrestar la contaminación
acústica provocada por determinados usuarios.
Mario Blanca es un conductor de mediana edad, 48,
que lleva vinculado a la Empresa Municipal del transporte desde sus
veinticuatro años. Un tío suyo, transportista de todo tipo de tonelajes durante
su vida laboral, influyó y animó a su sobrino a que siguiera su estela
profesional, aportándole consejos desde la experiencia para la mejor
conducción. Mario se presentó a la convocatoria municipal y obtuvo la preciada
plaza al primer intento. En estos 24 años lleva conduciendo todo tipo de
autobuses, que circulan por las distintas líneas de la superficie urbana
malacitana. En la actualidad está adscrito a la línea 11, que recorre la
trayectoria viaria (unos 14 km) entre el Hospital Clínico Universitario y la
zona de Playa Virginia, en la barriada malagueña de El Palo.
Conduce
un vehículo articulado híbrido, muy moderno en su diseño y prestaciones. Es de
los más largos del parque automovilístico municipal: unos 18 metros. Desde hace
unos días, viene observando a un hombre mayor, con gorrilla para el frío y la
humedad, poblada barba en su agrietado rostro, arropándose con un abrigo muy
usado. Calza unas botas de mediacaña, muy gastadas o envejecidas. Raimundo, el nombre de este viajero o usuario que
está muy cerca de cumplir su octava década de vida, tomaba el bus 11 muy de
mañana, en la parada de la Alameda Principal, camino de Teatinos. Poseía carné
de jubilado, la tarjeta oro, por la que sus viajes resultaban prácticamente
gratuitos. Al llegar a la última parada, en Teatinos, se bajaba del vehículo,
volviendo a subir de inmediato al mismo, haciendo el recorrido hasta las playas
del Palo, en la zona de Playa Virginia, la otra cabecera de línea. Repetía su
acción a lo largo de toda la mañana, por lo que haría unos seis recorridos
completos.
Mario estaba intrigado con el comportamiento de este veterano
usuario
de la línea, pues cada día repetía esos viajes pendulares, entre destino final
y cabecera de línea, sentado preferentemente en la zona delantera, cerca de la
cabina de conducción. Raimundo viajaba solo y hacía todo lo posible por
entablar conversación con algún pasajero cercano o compañero de asiento. El conductor
observaba que a media mañana el extraño viajero sacaba de su bolsillo un trozo
de pan (medio bollito) y lo comía con discreción, mezclándolo con un par de
pastillas de chocolate.
Un
frío lunes de febrero, el curioso conductor no pudo “esperar” más. Una vez que
llegaron a la parada final, en la zona playera de El Palo, teniendo un margen temporal
suficiente de 12 minutos, por una puntual reestructuración de los horarios, se
acercó al ya muy conocido viajero y con afecto y familiaridad le preguntó el
porqué realizaba esos repetidos y completos viajes, durante cada una de las
mañanas. Raimundo, que esperaba desde hacía días ese interrogante del intrigado
conductor, lo atendió con manifiesta cordialidad. En realidad, era lo que
siempre andaba buscando: poder entablar conversación, diálogo que compensara el
letargo de su abundante tiempo libre.
“Entiendo, amigo conductor, la extrañeza que le provoco con mi
comportamiento. Mi nombre es Raimundo y he trabajado junto al horno del pan y
los dulces, durante toda mi vida. Cuando me quedé solo en casa, mi hijo Nicolás
se empeñó en que me fuera a vivir con su familia. Mi nuera Claudia nunca me
miró con “buenos ojos”. Para ella yo soy un “trasto” que molesta en un piso
pequeño y con carencias. Paso mucho frío en casa, pues ella no quiere que ponga
la estufa, para no gastar electricidad. Su trato es un tanto descortés conmigo,
cuando no está mi hijo delante, pero cuando él se va en busca de trabajo el
trato que sufro no es agradable. Guardo silencio, para no romper la relación
entre ellos, aunque Nicolás es un “monigote” con el carácter de esa mujer. Para evitar males mayores, me vengo al
autobús, en donde estoy calentito, por la buena calefacción que Vds. ponen. Me
paseo, puedo intercambiar algunas palabras con algún viajero amable. Y así paso
las mañanas. Es mi mejor distracción. Por las tardes suelo ir un buen rato a la
biblioteca pública, donde también ponen la calefacción y hago como que leo el
periódico, aunque mi vista, muy cansada, no me permite hacer muchos esfuerzos
con los ojos”.
Mario
no lo pensó ni un instante. Un sentimiento profundo lo embargaba. Invitó a su
nuevo amigo y fiel viajero, a compartir ese café con leche que llevaba
preparado en su termo para la media mañana. Un solidario gesto que Raimundo
aceptó de inmediato, con esa sonrisa cansada y agradecida de los muchos
amaneceres recorridos en su memoria. –
José
L. Casado Toro
Junio
2023
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