Artículo de Francisco Javier Blázquez Ruiz, Catedrático
de Filosofía el derecho. Bioética e Inteligencia artificial., Universidad
Pública de Navarra. Publicado en la revista digital The Conversation.
Nacida
en Hannover (Alemania) en 1906, Hannah Arendt, hija de comerciantes judíos
acomodados y secularizados, fue capaz de pensar su época examinándola con
entera libertad, sin renunciar a un insobornable espíritu crítico. A pesar de
tener que exilarse por el ascenso del nacionalsocialismo, se convirtió en una
de las teóricas políticas más relevantes del siglo XX.
Siendo adolescente, ya con 14 años había leído obras
de Immanuel Kant. Su biografía, tan procelosa como apasionada, nos permite
saber que en 1924 inició los estudios universitarios en Marburgo donde conoció
a Martin Heidegger. Con él mantuvo una estrecha relación intelectual y
sentimental. Después siguió estudiando filosofía en Friburgo, y obtuvo el
doctorado en Heidelberg en 1928 con la tesis El concepto del
amor en San Agustín.
Sin
embargo, la persecución de los judíos impulsada por Adolf Hitler a partir de
1933, nada más llegar al poder, la obligó a trasladarse a París, donde trabajó
activamente para ayudar a jóvenes judíos que aspiraban emigrar a Palestina.
Cuatro años después, el régimen nazi le retiró la nacionalidad y vivió como
apátrida hasta que obtuvo la nacionalidad estadounidense en 1951, gracias a la
cual pudo desarrollar una intensa actividad profesional.
Periodista, profesora, intelectual
Además
de ejercer como periodista sobre temas políticos y sociales en diversos medios
de comunicación, Arendt fue profesora en las universidades de Nueva York,
Chicago, Columbia y Berkeley. En 1959 se convirtió en la primera mujer que impartió
docencia en la Universidad de Princeton. En todo momento defendió
públicamente que “no hay pensamientos peligrosos. Pensar, en sí mismo, es
peligroso”.
A este respecto, el filósofo Hans Jonas, amigo
personal y autor de la célebre obra El principio de
responsabilidad, en la que criticaba abiertamente la evolución
seguida por la ciencia moderna y los riesgos que conlleva el uso de la
tecnología, se refería a ella afirmando: “Pensar era su
pasión, y para ella pensar era una actividad moral”.
Su
condición de testigo de una época histórica, caracterizada por la violencia de
las dos guerras mundiales durante la primera mitad del siglo XX, motivó que
Arendt fuera muy consciente de la fragilidad de los derechos y de la
vulnerabilidad a la que se veían sometidos permanentemente los ciudadanos. Los
enemigos de la libertad cambian, pero no desaparecen, insistía una y otra vez.
De ahí su determinación y compromiso intelectual con su tiempo.
Con
la destreza propia de un cirujano, utilizaba su capacidad de análisis como si
fuera un bisturí certero y preciso con el objetivo de diseccionar la realidad
que la circundaba. Celosa de su integridad e independencia, Arendt no cedió a
las presiones de su entorno cultural. Siempre rechazó identificarse con
cualquier ideología, incluida la sionista.
Tanto
sus palabras aceradas, que se convertían en dardos dirigidos a una diana
siempre en movimiento, como sus frases incisivas parecían destellos que surgían
a modo de “relámpagos de pensamiento”. No es de extrañar que, con motivo de la
fundación del Estado de Israel, afirmase sin ambages: “Nunca en mi vida he
‘amado’ a ningún pueblo o colectivo, ni al pueblo alemán, ni al francés, ni al
norteamericano, ni a la clase obrera, ni a nada semejante. En efecto, solo
‘amo’ a mis amigos y el único género de amor que conozco y en el que creo es el
amor a las personas”.
Trabajadora infatigable, amén de escritora de pluma
ágil, publicaba artículos semanales en The New Yorker a
través de los cuales insistía en la relevancia de defender “el derecho a tener
derechos”. Entre sus obras principales destacan: La condición
humana, Eichmann en
Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal y Hombres en tiempos de oscuridad.
El totalitarismo de ayer y hoy
En 1951 publicó Los orígenes del
totalitarismo, un estudio exhaustivo en el que exponía tanto la
génesis como el desarrollo histórico del antisemitismo, el imperialismo y los
totalitarismos. A través de sus páginas evidenciaba la estrategia y argucias
que habían seguido entonces los líderes de masas para conseguir la adhesión de
acólitos con el fin de convertirlos en súbditos pasivos y silentes.
Era
una estrategia nada distinta, por otra parte, de la que practican ahora numerosos
dirigentes políticos, con frecuencia populistas, que tratan de seducir a los
votantes con estratagemas y falsedades continuas. Como precisaba la pensadora
alemana, antes de acceder al poder para “encajar la realidad en sus mentiras,
su propaganda se halla caracterizada por su extremado desprecio por los hechos
como tales”.
En
la actualidad, a pesar de haber transcurrido casi medio siglo desde su muerte,
la voz de Arendt sigue resonando con fuerza. No es de extrañar que la profesora
de Ética de la UNED, Amelia Valcárcel, considere que en los últimos años “nuestro
mundo está siendo interpretado y entendido con sus categorías e ideas”. De
hecho, la mayor parte de los grandes temas objeto de estudio por parte del
pensamiento político de nuestra época están presentes en la obra de Arendt.
Entre ellos cabe mencionar las propuestas que
planteaba en Verdad y mentira
en la política con el fin de evitar que los ciudadanos se
vieran reducidos tan solo a la condición de empleados y consumidores, al tiempo
que una especie de apatía moral se extendiera cada vez más entre la población.
Adelantada a su tiempo
Podría
decirse que Arendt fue, en palabras de Friedrich Nietzsche, una especie de
“parto prematuro”. Y, sin embargo, a pesar de los avatares y adversidades que
tuvo que afrontar a lo largo de su vida, hizo gala permanente de una impecable
autonomía a la hora de defender sus principios morales. De ahí que ni su
criterio personal ni el espíritu crítico que regían sus decisiones palidecieran
en ningún momento.
De
hecho, a pesar de recibir con el paso del tiempo diversos premios y homenajes
por el rigor y profundidad de sus obras de teoría política, tanto en varios
países europeos como en Estados Unidos, fue consciente de que “nada es más transitorio
en nuestro mundo, menos estable y sólido, que esa clase de éxito que trae
consigo fama; nada acontece más deprisa y más rápidamente que el éxito”.
Cuando el actual presidente de EE. UU., Joe
Biden, comenzó su primer mandato como senador, escribió a Hannah Arendt el 28
de mayo de 1975 para pedirle una copia de Verdad y mentira en la
política. Ahí la escritora analizaba las mentiras que generaba la
maquinaria de la publicidad, así como la influencia del marketing en
la manipulación de la vida política. El ensayo también anticipaba la eclosión y
proliferación indiscriminada de las fake news.
Una
muestra elocuente de su lucidez quedó reflejada en uno de sus últimos diarios, donde la
pensadora alemana escribió: “La muerte es el precio que pagamos por la vida que
hemos vivido. Es de miserables no querer pagar ese precio”.
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