16 junio 2023

EL SILENCIOSO OBSERVADOR

 

Existen en el mundo personas y otras realidades materiales, que poseen el curioso privilegio de tener una gran información acerca de la vida de los demás. No es un don, mérito o una capacidad “insólita” esa capacidad que tienen para llevar a cabo la inmersión en otras intimidades, sino una lógica consecuencia del ejercicio profesional que realizan a lo largo de los días. Efectivamente, hay actividades cuyo desarrollo faculta, por su propia naturaleza, para ese conocimiento profundo sobre la vida de  otros muchos ciudadanos. Pensemos en los psicólogos, en los psiquiatras, en los periodistas, en los fotógrafos, en los sacerdotes, en los detectives, en los notarios, en las fuerzas de seguridad, etc. Entre las realidades materiales, que tienen también esta versátil potencialidad, podemos señalar dos mecanismos electrónicos e informáticos, ambos de uso universalmente generalizados en todas las culturas y espacios geográficos: el móvil telefónico y el ordenador personal. Todos y cada uno de estos elementos electrónicos y personales aquí mencionados, por su propia función y naturaleza, pueden recibir una copiosa información de las intimidades ajenas. Vamos a centrarnos, a través de varios ejemplos, en una de esas realidades observadoras y receptivas, resumiendo lo más significativo que pueden conocer acerca de nosotros en un día cualquiera y en distintas oportunidades.




Tasio y Laura son dos jóvenes, ambos en su veintena, que han estado formando pareja durante unos dos años. Después de esta sucesión de meses para la vinculación afectiva, él ha sido protagonista de una necia e inmadura “infidelidad”, que ella ha conocido a través de una íntima amiga. Ese encuentro y la dolorosa conversación posterior que mantienen ha durado unos difíciles y complicados cuarenta minutos, a partir de los cuales se han intercambiado un frío y desangelado adiós. El destino, aliado a sus respectivos caracteres, decidirá su difícil futuro relacional.

Máximo es, desde hace no más de quince minutos, una persona inmensamente feliz. Acaba de pasar por la delegación provincial de la consejería y ha podido comprobar el listado de los aspirantes que han obtenido plaza, en la muy concurrida convocatoria de oposición para funcionario auxiliar de la administración de justicia. La conversación emocionada que mantiene con ese padre, viudo desde hace un año, para transmitirle la feliz noticia, provoca que a los dos interlocutores se le salten las lágrimas. Ha sido intenso y sacrificado el esfuerzo realizado. Esos quince minutos de “nervioso” diálogo a través del móvil también han servido para que padre e hijo se conozcan un poco mejor.  

Dos niños, ambos estudiantes de tercer curso de Primaria, al bajar del bus escolar, han buscado el lugar más cómodo que tenían cerca para “negociar” el intercambio de unas estampas coleccionables sobre los jugadores de fútbol de la Historia. Tanto Santi como Adrián desconocían previamente que ambos estaban completando ese álbum de estampas con los futbolistas de los mejores equipos de los cinco continentes. El haberse sentado juntos en los asientos del bus, ha posibilitado esas palabras clarificadoras de sus aficiones coleccionistas. Después de una divertida negociación, ambos escolares han partido para sus respectivos hogares, razonablemente satisfechos.

Se llama Norman Spencer y ha sido un dependiente, recientemente jubilado, de productos de ferretería, en una tienda de la ciudad de Clayton, en el estado norteamericano de Ohio. Nunca había visitado el territorio español, aunque su única pareja sentimental, su único amor, (sólo durante tres años) era de nacionalidad española. Ha viajado hasta Málaga, para conocer lo más significativo de la ciudad donde Stella había nacido. Su avión ha llegado esta mañana y después de trasladarse a un céntrico hotel en la capital malagueña y tomar el almuerzo se ha puesto a caminar, un tanto dominado por la emoción. A la primera persona receptiva que ha encontrado en su caminar, ha pedido opinión acerca de por dónde empezar en sus visitas, por el centro antiguo malacitano. Esa persona con la que dialoga, un antiguo policía local, también jubilado, le está dando una información básica y muy útil de aquello más interesante que debía visitar durante esa tarde.

Desde que se levantó de la cama esta mañana, bastante temprano, Bernardo aún no ha intercambiado palabra alguna con nadie.  Vive solo, en el piso de su madre (que hace años falleció) y sólo le ilusiona dar de comer a los gatos, elegantes animales que abundan por el barrio. Ansía comunicar, hablar, pero no tiene con quien. Ya en el parque, de pronto ve a un extranjero, con pinta de escocés, que al mirarlo comenzaba a sonreír. Por alguna razón ese extranjero se le acerca, manteniendo la sonrisa y mascullando una serie de palabras que el antiguo estibador portuario no entiende. Entonces, como un resorte, se incorpora y comienza a hablarle en castellano “malagueño”. Al escocés le hace gracia escuchar palabras que tampoco comprende. Uno habla en inglés y el otro responde en un Spanish “perchelero”. ¿Después de un largo debate “para besugos”, el británico repite “do you want to drink a cold beer?” (¿quieres beber una cerveza fría? señalando a un puestecillo de bebidas cercano. Y allá marchan los dos nuevos amigos, felices y contentos, imaginando cada uno lo que el otro estará diciendo.

Hubo otras muchas escenas, en ese soleado lunes de mayo, delante de un silencioso observador que, con paciencia y hospitalidad, presenciaba con natural atención diversas historias y a los humanos que, con confianza y espontaneidad, las protagonizaban. Esos “actores” de la vida compartían sus deseos, problemas, ilusiones, anhelos, necesidades, logros, dificultades y desencantos. El observador ofrecía la tosca comodidad de sus travesaños de madera, perfectamente habituados al frío, al agua y al viento impetuoso de las tormentas. También, a las tórridas temperaturas del estío, a las necesidades orgánicas de las aves voladoras y a las “salvajadas” de aquellos que dicen disfrutar haciendo daño sin sentido o razón al mobiliario urbano. Esos largas travesaños que descansan en férreos soportes permiten que las personas mayores, adultas, jóvenes y niños, encuentren esos cómodos espacios entre flores, aromas y hojarascas. Ahí pueden recuperar sus energías, dialogar sus encantos y dibujar espacios relacionales que ayuden a sentirse mejor y más hermanados. Esos bancos callejeros en nada molestan, pero en mucho ayudan. Son necesarios para que las ciudades y pueblos humanicen y amplíen los vínculos relacionales entre la ciudadanía que, cada vez más, necesita el cálido valor de la fraternidad. Y ellos se conforman (tienen su punto de coquetería) con una cíclica limpieza y alguna que otra vez con un lustre de pintura, que los embellezca y los haga más presentables para la gratuita hospitalidad que bien saben compartir. Hay que cuidarlos y saber utilizarlos. Y si tienes paciencia, te compartirán miles de historias que sólo ellos han sabido observar, escuchar, disfrutar y conservar. -  

 

José L. Casado Toro

Junio 2023   


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