CUANDO NADA ES LO QUE PARECE
Errar
forma parte del riesgo de vivir y cada paso nos conduce a través de una incógnita
segura.
Hoy
en día si decimos que alguien tiene un buen fondo, la mayoría ya no piensa en
sentimientos positivos y sí en una abultada cuenta de paraísos fiscales.
Dar
los buenos días o las gracias, pocas veces es respondido y, sin mover los
labios, giran la cabeza con una mirada interrogante, haciéndote sentir como un
ser de otro planeta.
Para
algunos el amor, la fidelidad o la lealtad son conceptos pasados de moda. En su
lugar han creado sucedáneos que no traspasan la epidermis y tan efímeros como
flor de un día.
Dicen
que el valor de la amistad está en decadencia. La mayoría busca medrar en aras
de un protagonismo fugaz para alimentar su ego, aunque eso suponga ignorar a
quienes han compartido largo tiempo sus miserias. Con pedir disculpas a errores
reincidentes, creen haber cumplido y pretenden no solo el olvido sino
convertirlo en inexistente.
Muchos
consideran que la verdad está sobrevalorada. Por eso las mentiras se han
convertido en el dogma de fe de un ejército de soldaditos de plomo que
enarbolan su bandera. Lástima no poder verlos fundidos en un caldero.
Cuando
nada es lo que parece, qué fácil es reivindicar el derecho a equivocarnos.
Esperanza Liñán Gálvez
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