Cuando en la década de los 60 me incorporé en
Málaga, procedente de Barcelona, como Cartero Urbano, un colega a punto de su
jubilación me contaba, con su “miajita” de guasa, lo que le ocurrió a otro
compañero, en los años 40. El cartero protagonista de las anécdotas tenía como
misión el reparto en bicicleta, (entonces no se trabajaba con motos), en el
Puerto. Y como cada cartero repartidor, aunque existían los de interior y
ventanilla, suele hacer al regreso de su tarea, éste se dispuso a escribir en
el reverso de los objetos, lo que debía informar para su devolución a sus
remitentes, o su entrega en “Lista”. Una de ellas, cuando pasó por las manos
del “Sabio” o “Lector”, que eran aquéllos carteros antiguos, de visera y
manguito, que se conocían las calles, antiguas y modernas, como muchos nombres
de personas y empresas, que existían en las ciudades, como la palma de su mano.
Estos “Sabios”, mientras la Cartería permanecía en
silencio, solían “cantar” nombres y direcciones desconocidas para la mayoría,
siendo como filtros para evitar devoluciones indebidas. Uno de ellos descubrió una carta que éste
compañero del Puerto, la tenía para devolver al remitente, y en la misma,
respaldándola con el informe, su firma y la fecha escribió: “El Velero
`Azafranes´ no ha tenido entrada en éste Puerto”. Resultando que la carta en
cuestión, realmente iba dirigida a un señor que se apellidaba, `Melero´, que
por lo visto tenía alguna referencia con una pequeña empresa de especias y
alimentación, para consignaciones de buques. Según decían los antiguos
compañeros, en el anverso de la carta figuraba: “... Melero (Azafranes), Puerto de Málaga”.
La siguiente anécdota también tiene su gracia,
pero al pobrecito, creo que no le sentó nada bien. Me contaba el colega que éste compañero, cada vez que
tenía un objeto, para su entrega bajo firma: giro, certificado o paquete
postal, como era preceptivo, debía subir al barco atracado en uno de sus
muelles, para así cumplimentar su trabajo. Esta vez, estando en el interior del
barco donde se hallaba la persona destinataria del objeto, se encontró con un
conocido que iba como trabajador en el buque, que por lo visto hacía tiempo no
se veían, y como suele pasar siempre en éstos casos: “se le fue el santo al
cielo” Cuando quiso acordar, y ya en la cubierta, dispuesto para regresar al muelle,
lo único que vió, eran las lejanas playas de San Andrés y La Misericordia,
embarcado rumbo a Cádiz, que era el destino del barco. Así que todo el correo que llevaba en su
cartera reglamentaria A-1, o “suavizalomos”, como llamábamos al zurrón de piel
de vaca, junto con el dinero para los pagos de los giros, y cobros de
reembolsos, tuvo que retrasarse dos días porque ya que su llegada a la “Tacita
de Plata”, fue vista y no vista, o sea: llegar, desembarcar y emprender viaje
por carretera hacia Málaga, con el consiguiente informe y expediente
disciplinario.
Juan J. Aranda
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