Es
viernes, el banco no abre hasta el lunes. Adiós a la ventanilla de caja y la
sonrisa dibujada de ocho a tres. Ya no escucharé: «Martínez, parece que le cuesta aprenderse los
cambios de claves de la caja fuerte». Le asombraría saber señor director cómo ha mejorado mi memoria últimamente.
Paso los controles del
aeropuerto sin problemas. Me espera en el aparcamiento un coche de alquiler. Un
futuro prometedor: empezar desde cero y sin agobios económicos. Tantos años de
trabajo contando billetes ajenos y ahora muchos de ellos son míos.
Una voz conocida invade mis
pensamientos adueñándose de su protagonismo. Es la de Matías, que en tono de
reproche y deslizando cada sílaba, me dice desde el otro lado de la barra.
—Martínez, baja
de tu nube. Ya te dije que era la última que te servía. ¿Quieres terminar la
copa y dejar de pensar en las musarañas?
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