Su
carácter tímido lo convirtió en un lector empedernido. Vivía una realidad a
través de los libros que distaba mucho del mundo existente tras la puerta de su
reducido apartamento. Antes salía a la calle para comprar agua y comida. Los
libros los pedía por teléfono a su librería de siempre. Ahora sólo se alimenta
de palabras, no tiene apetito ni sed de nada más. Tampoco consigue dormir, el sueño
se esfumó por una rendija de la ventana, oculta detrás de un montón de libros.
Las
mañanas se juntan con las noches y ha perdido la noción del tiempo. Se ha
convertido en un librodependiente: su único objetivo es leer de forma
compulsiva, como un fumador enviciado que enciende un cigarrillo con otro. No
parece asimilar sus argumentos, sólo quiere devorar las letras de sus páginas
aunque muchas veces se le nubla la vista.
En
su pequeño espacio, ahora inhabitable, no quedan huecos libres. Al principio
intentó ordenarlos, ya es imposible. En el dormitorio están las novelas históricas de autores clásicos y
modernos. Encima y debajo de la cama descansa toda su sabiduría porque él ya no
duerme allí. La filosofía y ensayo ocupan la mesilla de noche, cajones
incluidos, tampoco la necesita. El resto, apenas visible, está invadido por rascacielos
de papel y cartón con lomos multicolores.
Llaman
al timbre. Para llegar a la puerta y recibir su último pedido camina de canto
por el exiguo pasillo mientras sortea las montañas de tomos amenazantes desde
las alturas. Algunos caen al suelo y se dispersan en cascada sin orden ni
concierto. Esta vez son más de treinta libros que, una vez leídos, amontona junto
al resto, construyendo una pared delante de otra.
Los
días pasan y las pilas de ediciones se multiplican a su alrededor. Exhausto, y
blanco como la hoja de un escritor sin inspiración, ovilla su cuerpo enclenque en
el suelo y cierra los ojos para descansar.
El
repartidor de la librería, que en la entrega anterior ya lo había visto muy
desmejorado, llega con otro cargamento. Después de varios timbrazos y llamadas
sin respuestas a su móvil, se preocupó.
Necesitaron
la ayuda de los bomberos para abrirse camino hasta encontrarlo.
Al
médico que lo atendió, quizá por ser también un gran lector, le surgieron
serias dudas. Era la primera vez, en muchos años de profesión, que firmaba esa causa
de fallecimiento, pero le pareció un digno homenaje al difunto. Motivo del
deceso: muerte literaria.
Esperanza Liñán Gálvez
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