El
oficio de poetizar es como el de un orfebre, como el escultor que intenta
esculpir el culo de una persona de setenta años con las arrugas de la edad, sea
de hombre o de mujer. Hace muchos años, yo me decanté por la escritura, más bien por la poesía, cuando
una mañana saludándome, llegó hasta mis cuadernos, siguiéndome desde entonces.
Hay veces que me persigue hasta la madrugada. Es muy modesta y sencilla,
considerándola pura y limpia, como las charlas entre amigos y familiares en un
patio enjalbegado lleno de flores. Hay otros que tienen
la suerte de escribir con caligrafía de amanuense y de buen pendolista por
encargo, pero con palabras vacías que no te dicen nada, solo su fatuidad e
ignorancia supina de idiotez. También los hay que escriben con letra procesada,
o sea, que al comenzar la primera letra de una palabra, no levantan la pluma
hasta no terminar con la última letra, como los escribanos de los siglos XVI y
XVII. Creo que todos los que tenemos la
gran suerte de que nos publiquen nuestras “paridas literarias”, en cualquier
periódico, debemos hacer de modestos guardianes de nuestra lengua e intentar
ser aprendices de la prosa, de nuestra manera corriente de hablar, y también de
cómo nos expresamos, aunque para algunos el léxico sea pobretón por falta de
lectura y consultas a la RAE. Debemos ser el descansadero de quienes nos leen,
porque pienso que el ser escritor es un rango que solo te conceden los
lectores, y sin ese rango, el narcisismo y la egolatría campan a su gusto
cogiditos de la mano. A los lectores, al
menos, hay que arrancarles una sonrisa, o una reflexión, y si te ponen verde te
jodes.
Sin
ser filósofo, ni mucho menos, solo lector empedernido de todo lo que cae en mis
manos, creo que la filosofía sirve para enseñar y para aprender a vivir bien
con uno mismo; auténtica tarea de cualquiera que le dé por hacer vibrar las
membranas que le cubren el cerebro, o sea, pensar positivamente en todo lo que
nos rodea. Algunos libros que caen en nuestras manos y son devorados con
fruición robándonos horas de sueño, hay que leerlos de un tirón, y releerlos a
menudo para que te hagas la idea de que tienes un pensil florido en las manos,
que con solo abrirlo por cualquier página te deleites con sus palabras y
amarlas, aunque sean inesperadas, aunque te lleguen de sopetón y llenas de
bondad, o de sutileza. Perseguirlas
hasta que las tienes en tu memoria, y copiarlas incluso para metamorfosear tus
escritos. Humildemente creo que los pocos volúmenes que masticamos y llegamos a
digerir son los que se instalan a perpetuidad en nuestras almas. A estos les llamo de cabecera o de consulta,
siendo los mejores. Otros, apenas los
probamos, los dejamos para cuando estamos aburridos, y sin tomar ninguna nota
de ellos. Dice mi amigo José que estos
libros aburridos, junto algunos artículos vacíos, se los lleva al retrete,
porque en vez de leerse las marcas y las
composiciones de los champús y las pastas de dientes, que ya las tiene
muy leídas y archisabidas, se entretiene con el muermo mientras se alivia el
vientre: ¡Qué cosas tiene, el tío!. Pero
todos, ya sean muermos, incunables del año de la polka, biografías o libros de
eruditos, todos curan una de las enfermedades más peligrosa que existe en el
mundo: la Ignorancia, enfermedad, como decía Aldous Husley, que el ignorante
ignora hasta su propia ignorancia. Si alguna vez hacen la comprobación, verán
que ésta siempre se coloca en primera fila para que todo el mundo la vea, como
suele hacer el ignaro o tontorrón en una reunión, para darse la importancia que
no tiene; pero la inteligencia se pone detrás, para ver lo que pasa, como hace
el inteligente, el listo, muy cuco él.
El
oficio de escribidor es tan sagrado, y complicado, que no se llega nunca, no
existe meta alguna, igual que la música y las matemáticas; por eso cuando yo
escribo sobre Melilla lo hago por nacimiento, por los recuerdos constantes, y
sobre todo por amor a mi esposa que también era natural, legítima, de la
ciudad, -lean como un símil de los hijos legítimos y los naturales-. Ambos somos hijos legítimos de Melilla. Es como la cima de mi conciencia como persona
bien nacida.
Juan J. Aranda
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor: Se ruega no utilizar palabras soeces ni insultos ni blasfemias, así todo irá sobre ruedas.
Reservado el derecho de admisión para comentarios.