Todos hemos
conocido algunas veces a personas, de distinta edad y condición, a las que no
resulta fácil o incluso parece casi imposible verlas sonreír. Una y otra vez
muestran un semblante adusto, serio, hosco, arisco, áspero, seco, austero,
desabrido, severo, como pantalla en su expresión, carente de toda sonrisa. Sin
conocer las circunstancias o motivaciones que les pueda estar afectando, con
más o menos permanencia, nos llegamos a preguntar si esa actitud que a diario
muestran puede derivarse de algún factor genético, que pudiera explicar el
origen de su permanente seriedad. Ya sea un
dependiente comercial, un funcionario de algún negociado administrativo, un
profesional de la enseñanza, un doctor en medicina, un subinspector de
Hacienda, un militar de elevada graduación, un religioso de la sociedad
eclesiástica, etc. la experiencia te aconseja buscar a otro compañero de
profesión que te pueda atender, pues repetir la experiencia con ese señor o
señora de mirada seria, “perdona vidas”, de cuya boca no surgen palabras
amables o sonrisas cordiales, es algo que te disuade, te desalienta, te
incomoda e incluso te “asusta”.
Desde luego que son personas que
parecen haber nacido muy “serias” y así continúan con su inamistosa expresión.
Consideramos que “son como son” y difícilmente van a cambiar. Ciertamente no
llegas a imaginarte a ese señor o señora, que tanto te inhibe o incomoda,
abriendo la boca y entornando sus mejillas, para esbozar una al menos pequeña
sonrisa, comunicando al tiempo alguna palabra amable.
Es evidente que
el primer perjudicado es quien padece este sombrío carácter, pues su figura no
atrae, sino que intranquiliza, asusta, inquieta y repele ¡Vaya prenda! nos decimos. Además de provocar la
infelicidad en los demás, suponemos que tampoco él o ella se deben sentir bien,
con esa pobre imagen que tan severamente se han ido labrando. Y no es que
pretendamos exagerar, pues en nuestra memoria aparecen imágenes a las que
podríamos poner nombres y apellidos, y cuyos perfiles se acomodan perfectamente
a estos tristes datos que estamos describiendo.
En consecuencia,
nos hacemos una repetida pregunta. ¿Es tan difícil
expresar una sonrisa, a fin de transmitir alegría, sosiego,
comunicación, optimismo, confianza, calor humano, proximidad con los demás?
Desde luego, para este género o tipología humana, debe ser “todo un mundo” el
intentar compartir el grato valor de la sonrisa.
Sin embargo, y
como contraste, tenemos ejemplos admirables de
profesionales, que se esfuerzan en priorizar ese valor, aunque en su
fuero interno o anímico estén soportando disgustos, dificultades o problemas de
mayor o menor gravedad o entidad. Pensemos, por ejemplo, en un buen actor de teatro, que en cada una de las
tardes ha de interpretar su papel sobre el escenario, haciendo de reír, llorar
o pensar a los espectadores, que no son conocedores del drama interno que puede
estar atravesando. Es un responsable actor, profesional que sonríe o ríe según
el rol interpretativo que le haya correspondido interpretar. O esa vocacional enfermera que tranquiliza y sosiega con
sus palabras y sonrisas al enfermo que sufre. Quizás ella, en su interior,
tenga incluso más motivos para la tristeza y la seriedad. Sin embargo, sabe
olvidarse de su acre problemática personal y saca fuerzas en su ánimo para
animar al paciente, aportándole esa sonrisa tan terapéutica y necesaria que tan
eficaz resulta en ese vital ámbito de la sanidad. No nos olvidamos tampoco del buen profesor, que ha de motivar, dinamizar,
alegrar en la responsabilidad a un amplio colectivo de alumnos, que necesitan
la innegociable colaboración del maestro o profesor, a fin de que el proceso de
la enseñanza y el aprendizaje resulte rentable, positivo y formativo. El
profesional docente ha de olvidar, durante unas horas, la problemática de su
privacidad, pues sus alumnos no deben ser condicionados, en absoluto, por unas
circunstancias ajenas al ámbito del aula. Resulta a veces “terrible” y
desalentador escuchar el espontáneo comentario de algún escolar que manifiesta,
a su compañero de banca o mesa, “el profe debe estar hoy
muy enfadado, se le nota a la larga”. Es un grave error que a todas luces el profesional
docente debe evitar.
En este
contexto, recordamos una célebre, sencilla, hermosa y solidaria frase que repetía
aquel llamado “cura de la tele” en los lejanos años 60 del siglo precedente. Se
trataba del sacerdote, periodista y abogado Jesús
Urteaga Loidi (1921-2009). Su
conocida y vitalista frase: “Siempre alegres, para
hacer felices a los demás”. Nos preguntamos ¿por qué tantos hemos
olvidado la operatividad y necesidad de ese principio o valor en nuestros
rostros y expresiones? La sociedad actual tiene una “enfermedad” carencial de valores,
entre ellos el de la sonrisa, que tanto bien nos haría en nuestro estresado y
tantas veces enfadado comportamiento.
Y a pesar de
todo ello, amanece y atardece en cada uno de
los días. Será por influencia de la bondadosa naturaleza, por la generosa providencia
de los dioses o por ese destino incierto que aún sigue teniendo esperanza en
las personas. No malgastemos esa confianza que aún se nos concede y hagamos
algo muy fácil y de un inmenso valor: aprendamos a
sonreír. Practiquemos la versátil operatividad de la sonrisa. Este
positivo dinamismo será, fuera de toda duda, una decisión acertada, inteligente
y generosamente solidaria. –
José L. Casado Toro
Octubre 2022
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