18 octubre 2022

EL REGALO SOLIDARIO DE UNA SONRISA

 

Todos hemos conocido algunas veces a personas, de distinta edad y condición, a las que no resulta fácil o incluso parece casi imposible verlas sonreír. Una y otra vez muestran un semblante adusto, serio, hosco, arisco, áspero, seco, austero, desabrido, severo, como pantalla en su expresión, carente de toda sonrisa. Sin conocer las circunstancias o motivaciones que les pueda estar afectando, con más o menos permanencia, nos llegamos a preguntar si esa actitud que a diario muestran puede derivarse de algún factor genético, que pudiera explicar el origen de su permanente seriedad. Ya sea un dependiente comercial, un funcionario de algún negociado administrativo, un profesional de la enseñanza, un doctor en medicina, un subinspector de Hacienda, un militar de elevada graduación, un religioso de la sociedad eclesiástica, etc. la experiencia te aconseja buscar a otro compañero de profesión que te pueda atender, pues repetir la experiencia con ese señor o señora de mirada seria, “perdona vidas”, de cuya boca no surgen palabras amables o sonrisas cordiales, es algo que te disuade, te desalienta, te incomoda e incluso te “asusta”.

Desde luego que son personas que parecen haber nacido muy “serias” y así continúan con su inamistosa expresión. Consideramos que “son como son” y difícilmente van a cambiar. Ciertamente no llegas a imaginarte a ese señor o señora, que tanto te inhibe o incomoda, abriendo la boca y entornando sus mejillas, para esbozar una al menos pequeña sonrisa, comunicando al tiempo alguna palabra amable.

Es evidente que el primer perjudicado es quien padece este sombrío carácter, pues su figura no atrae, sino que intranquiliza, asusta, inquieta y repele ¡Vaya prenda! nos decimos. Además de provocar la infelicidad en los demás, suponemos que tampoco él o ella se deben sentir bien, con esa pobre imagen que tan severamente se han ido labrando. Y no es que pretendamos exagerar, pues en nuestra memoria aparecen imágenes a las que podríamos poner nombres y apellidos, y cuyos perfiles se acomodan perfectamente a estos tristes datos que estamos describiendo.

En consecuencia, nos hacemos una repetida pregunta. ¿Es tan difícil expresar una sonrisa, a fin de transmitir alegría, sosiego, comunicación, optimismo, confianza, calor humano, proximidad con los demás? Desde luego, para este género o tipología humana, debe ser “todo un mundo” el intentar compartir el grato valor de la sonrisa.

Sin embargo, y como contraste, tenemos ejemplos admirables de profesionales, que se esfuerzan en priorizar ese valor, aunque en su fuero interno o anímico estén soportando disgustos, dificultades o problemas de mayor o menor gravedad o entidad. Pensemos, por ejemplo, en un buen actor de teatro, que en cada una de las tardes ha de interpretar su papel sobre el escenario, haciendo de reír, llorar o pensar a los espectadores, que no son conocedores del drama interno que puede estar atravesando. Es un responsable actor, profesional que sonríe o ríe según el rol interpretativo que le haya correspondido interpretar. O esa vocacional enfermera que tranquiliza y sosiega con sus palabras y sonrisas al enfermo que sufre. Quizás ella, en su interior, tenga incluso más motivos para la tristeza y la seriedad. Sin embargo, sabe olvidarse de su acre problemática personal y saca fuerzas en su ánimo para animar al paciente, aportándole esa sonrisa tan terapéutica y necesaria que tan eficaz resulta en ese vital ámbito de la sanidad. No nos olvidamos tampoco del buen profesor, que ha de motivar, dinamizar, alegrar en la responsabilidad a un amplio colectivo de alumnos, que necesitan la innegociable colaboración del maestro o profesor, a fin de que el proceso de la enseñanza y el aprendizaje resulte rentable, positivo y formativo. El profesional docente ha de olvidar, durante unas horas, la problemática de su privacidad, pues sus alumnos no deben ser condicionados, en absoluto, por unas circunstancias ajenas al ámbito del aula. Resulta a veces “terrible” y desalentador escuchar el espontáneo comentario de algún escolar que manifiesta, a su compañero de banca o mesa, “el profe debe estar hoy muy enfadado, se le nota a la larga”. Es un grave error que a todas luces el profesional docente debe evitar.

En este contexto, recordamos una célebre, sencilla, hermosa y solidaria frase que repetía aquel llamado “cura de la tele” en los lejanos años 60 del siglo precedente. Se trataba del sacerdote, periodista y abogado Jesús Urteaga Loidi (1921-2009).  Su conocida y vitalista frase: “Siempre alegres, para hacer felices a los demás”. Nos preguntamos ¿por qué tantos hemos olvidado la operatividad y necesidad de ese principio o valor en nuestros rostros y expresiones? La sociedad actual tiene una “enfermedad” carencial de valores, entre ellos el de la sonrisa, que tanto bien nos haría en nuestro estresado y tantas veces enfadado comportamiento.

Y a pesar de todo ello, amanece y atardece en cada uno de los días. Será por influencia de la bondadosa naturaleza, por la generosa providencia de los dioses o por ese destino incierto que aún sigue teniendo esperanza en las personas. No malgastemos esa confianza que aún se nos concede y hagamos algo muy fácil y de un inmenso valor: aprendamos a sonreír. Practiquemos la versátil operatividad de la sonrisa. Este positivo dinamismo será, fuera de toda duda, una decisión acertada, inteligente y generosamente solidaria. –

 

José L. Casado Toro

Octubre 2022

 


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