Artículo de Antonio José Caruz Arcos, Catedrático
de Genética en la Universidad de Jaén y publicado en la revista digital The
Conversation
Es
habitual que en conversaciones familiares surja la cuestión de por qué a veces
los niños tienen caracteres más parecidos a los abuelos que a los padres. ¿Cómo
es qué existen saltos entre las generaciones en las características físicas de
los miembros de una familia, o incluso en el grupo sanguíneo?
La
respuesta a estas cuestiones es sencilla para rasgos denominados monogénicos o
mendelianos, y también para los que están determinados por el sexo. Sin
embargo, se complica para los que tienen una base poligénica como el color de
los ojos y los rasgos faciales. Por no hablar de aquellos en los que hay una
interacción entre la genética y el ambiente, como es el caso de la diabetes o de la altura, con una estimación del 75 % de componente
genético y un 25 % ambiental.
Genotipo y fenotipo
Pero
empecemos por el principio. La información genética que heredamos de nuestros
padres se denomina genotipo. Este genotipo viene por duplicado, lo que
significa que disponemos de un equipo completo de genes de nuestro padre y otro
de nuestra madre (si exceptuamos los cromosomas sexuales en los niños). Estas
dos copias de cada gen pueden ser iguales o diferentes. Las variantes se
denominan alelos, y para cada gen pueden existir uno, dos o más alelos
diferentes, como los tres que intervienen en el grupo sanguíneo AB0.
Con
nuestros progenitores compartimos el 50 % de la información genética y con
nuestros abuelos, sólo el 25 %. Así que, en general, siempre deberíamos
parecernos más a los padres que a nuestros ancestros de segunda generación.
Luego
está el fenotipo, que es la manifestación externa del genotipo condicionado por
el ambiente. Desde el momento de la concepción, nos influyen condiciones como
la exposición al tabaco, metales pesados, alérgenos, pinturas y disolventes,
pesticidas, infecciones o productos de limpieza. Algunas de estas sustancias
pueden atravesar la placenta y, posteriormente, diluirse en la leche materna. Sin ir más lejos, existen evidencias que
sugieren que la exposición al alcohol durante el embarazo influye en la morfología facial.
Dominante, recesivo y codominante
Portamos
dos alelos de cada gen que, como hemos dicho, pueden ser iguales o diferentes.
Además, entre ellos pueden existir relaciones, digamos, de prioridad en cuanto
a su manifestación externa visible –el fenotipo–.
Por
razones bioquímicas en las que no vamos a entrar, unos alelos “dominan” sobre
otros que son recesivos y que no se manifiestan, aunque la persona los lleve
“puestos” en su genoma. En otros casos son codominantes y se manifiestan ambos.
Por ejemplo, una persona con un fenotipo de grupo sanguíneo A positivo su
genotipo puede ser AA++, AA+-, A0++ y A0+-. En este caso, el grupo A es
dominante sobre el 0 y el Rh+ es dominante sobre el Rh-. Los alelos A y B son
codominantes y se manifiestan ambos.
Los
gametos (óvulos y espermatozoides) llevan sólo una dotación completa de genes,
de manera que una persona con genotipo del grupo sanguíneo A0, podrá producir 2
tipos diferentes de gametos A y 0. Y como la fecundación se produce al azar,
sólo transmitirá uno de estos gametos a esa concepción en particular. Aquí está
la clave de por qué a veces los niños se parecen más a sus abuelos.
Siguiendo
con el caso de los grupos sanguíneos, podemos entender que una familia en la
que el abuelo paterno es de grupo sanguíneo 00 y la abuela AA, el padre será
A0. Por parte de la familia materna, abuelo 00 y abuela BB, madre será B0.
Es
como si tuviéramos dos cartas para cada gen y cada progenitor pasa una de ellas
a los hijos. Si por azar padre y madre pasan la carta del alelo O del grupo
sanguíneo a uno de los hijos, este se parecerá más a sus abuelos que a sus
padres en este rasgo.
Toda la cara de su abuelo…
Esto
mismo es aplicable para otros caracteres faciales y morfológicos para los
cuales existe una herencia simple como el tipo de lóbulo de la oreja o la forma
de la raíz del pelo en la frente.
Sin
embargo, aparte de rasgos puntuales, la herencia de la forma del rostro es
bastante complicada. El diseño experimental que más éxito está teniendo para
comprenderlo son los estudios de genoma completo. Trabajos publicados en los últimos años
han identificado unos 50 genes asociados con rasgos faciales. Para ello se han
utilizado más de 40 parámetros del rostro medidos con imágenes convencionales y
escáneres en 3D, entre ellos la forma de los ojos, su profundidad y distancia,
forma de la barbilla, anchura de la cara, forma y tamaño de la nariz, etc.
Algunos
genes influyen en más de un rasgo y en algunos de ellos existe una herencia
poligénica. Otros muchos también están implicados en anomalías congénitas.
Expectativas que acaban pareciendo verdad
Como
hemos visto, ocasionalmente pueden existir rasgos que sean más parecidos entre
nietos y abuelos, sin embargo, esto no es general. Entonces ¿qué ocurre? ¿Por
qué se comentan tanto estos parecidos? Las expectativas explican por qué una
frase repetida muchas veces nos acaba pareciendo verdad.
En
antropología evolutiva humana se ha propuesto la hipótesis de la “madre
inconscientemente manipuladora”. Y tiene que ver con las expectativas de ayuda,
dedicación y atención que los abuelos pueden dar a los nietos. Estas supuestas
semejanzas de los recién nacidos con los padres o abuelos, de las que se hacen
eco las madres, podrían ser esenciales para determinar la implicación de la
familia paterna en la crianza.
En
un estudio noruego abordaron este tema partiendo de dos
preguntas. Por un lado, ¿hay una mayor insistencia en las descripciones de
semejanza (de nietos y abuelos) por parte de las madres? Y en segundo lugar,
¿creen las madres realmente que sus hijos se parecen más a los abuelos que a
los padres?
Al
interrogar a los abuelos, se descubrió que las hijas expresan opiniones sobre
el parecido nieto-abuelo con mayor frecuencia e intensidad que los hijos. Es
decir, existe un fuerte sesgo sexual a la hora de encontrar parecidos
nieto-abuelo.
En
la misma línea, un estudio austríaco observó que el supuesto parecido
físico entre hijos, padres y abuelos paternos aumentaba significativamente la
implicación de los abuelos paternos en la crianza de los nietos. Curiosamente,
el parecido físico no influía en absoluto en el caso de las abuelas maternas
(¡en este caso no hay duda de que son sus nietos!).
Los
autores concluían que el parecido físico es percibido como un marcador de
parentesco genético y por lo tanto, una mayor seguridad en la paternidad y en
consecuencia en los recursos y ayuda que podrían obtener para el cuidado de los
niños.
En otro estudio finlandés observaron otros datos en la misma
línea. Las mujeres que tienen nietos tanto de una hija como de un hijo cuidaban
más a los nietos por parte de la hija. Y los hombres que tienen nietos a través
de una hija y un hijo cuidaban más a los nietos por parte de la hija.
En
conclusión y según estos autores, la incertidumbre sobre la paternidad sigue
influyendo inconscientemente en el comportamiento familiar contemporáneo de
Europa. Los comentarios sobre el supuesto parecido intergeneracional podrían
explicarse para conseguir una mayor dedicación de padres y abuelos.
Ya lo dice en refranero andaluz: “Los hijos de mis hijas mis nietos son, los de mis hijos, sábelo Dios”.
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