29 marzo 2022

CATACLISMO AMBIENTAL EN LA ISLA FENICIA (I)

 

             Recreación de una calle de El Cerro del Villar

Artículo de Vicente G. Olaya, redactor de El País especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia.

 

Un tsunami y la tala indiscriminada de los bosques próximos abortó en el siglo VII a. C. el proyecto de una nueva ciudad en la bahía de Málaga

A los fenicios la isla de ocho hectáreas que se erigía en mitad de la bahía de Málaga les pareció un lugar perfecto para asentarse: estaba situada en un amplio estuario conformado por la desembocadura del río Guadalhorce, estratégicamente protegida por la amplia rada malacitana, en la vía marítima hacia Tartesos, rodeada de inmensos bosques para obtener madera infinita, de arcillas de calidad para sus talleres alfareros y cercana a poblados indígenas con los que comerciar.

Un trabajo en preparación y que se dará a conocer próximamente en un congreso internacional, encabezado por la profesora María Eugenia Aubet, de la Universidad Pompeu Fabra y firmado, entre otros, por José Suárez, profesor de la Universidad de Málaga, relata la historia de aquel asentamiento, conocido actualmente como cerro del Villar. El estudio explica que la isla fue azotada en el siglo VII a. C. por un tsunami “o descomunal evento marino”. No obstante, sus pobladores consiguieron reponerse y reconstruir el desolado entramado urbano. Sin embargo, no lograron superar un hecho que ellos mismos habían provocado: la tala indiscriminada de los tupidos bosques de la cuenca del río.

De hecho, este último desastre medioambiental arrebataría a la isla progresivamente su insularidad –hoy en día está a más de un kilómetro de la línea de costa-, por lo que sus habitantes la abandonaron. Cayó en el olvido hasta que sus restos fueron descubiertos en 1965 y excavados sistemáticamente décadas después.

Cuando se fundó, y como su entorno inmediato resultaba inadecuado para la agricultura, sus pobladores utilizaron preferentemente el asentamiento como puerto de tránsito y mercado regional, dedicándose, en particular, a comerciar con las poblaciones autóctonas. Su influencia directa alcanzaba unos 18 kilómetros cuadrados. Además, establecieron relaciones de intercambio con otras colonias más alejadas, como La Fonteta, en Alicante.

Así, fue creciendo en prosperidad. “Se ha descubierto la gran calle comercial que cruzaba la ciudad con viviendas y tiendas de todo tipo, herrerías y talleres metalúrgicos. Igualmente, se inició una gran producción alfarera en el VII a.C., especializándose en contenedores y ánforas de transporte”, explica José Suárez.

Aubet excavó en 1989 la parte central de la isla e identificó “diez niveles superpuestos de ocupación casi ininterrumpida entre los siglos VIII y VI a.C., con un grosor de más de cuatro metros”. Cada nivel tiene una composición con sedimentos y materiales de naturaleza distinta. El nivel V —entre 1,15 y 1,30 metros de grosor— es el más extraño. Está formado por “arenas gruesas que sugieren un estrato formado por un lavado o barrido de acción rápida y devastadora de grandes proporciones de origen marítimo, que se pueden poner en relación con un fenómeno de oleaje extremo”, mantiene el estudio.

Y continua: “El análisis de la fauna hallada en los depósitos de aluvión, representada por moluscos y peces, como la lubina, apunta a una procedencia de alta mar del evento que destruyó viviendas, muros y paredes de adobe”. Es decir, una gran tempestad o un tsunami.

                                                                            (continúa)

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