Artículo elaborado por María Dolores
Roldán Tapia y Juan García García profesores de la Universidad de Almería y
publicado en la revista digital The Conversation.
Cómo
afronta cada individuo los reveses de la vida depende, en gran medida, de su
reserva cognitiva. Este concepto trata de explicar las diferencias individuales
a la hora de afrontar un evento inesperado o una contrariedad en la vida
adulta. De ella depende nuestra capacidad para improvisar, resolver problemas y
encontrar alternativas. Y lejos de ser innata e inamovible, se trata de una
habilidad dinámica y flexible, que se define a lo largo del tiempo.
La
reserva cognitiva se va configurando a lo largo de los años a través de la educación, los
hobbies, la vida social e incluso las circunstancias
socioeconómicas. El uso de nuevas tecnologías, las actividades musicales,
el bilingüismo y la lectura son factores especialmente
relevantes para su desarrollo.
Aunque
hablamos de un proceso que abarca toda la existencia de un individuo, existen
dos momentos especialmente importantes para su desarrollo: los primeros años de vida y el comienzo de la edad
adulta (30-40 años) ).
Es más, las conductas de los primeros años de vida resultan determinantes para el
posterior desarrollo del cerebro y el afrontamiento de situaciones anómalas
o patológicas (por ejemplo, la demencia).
Una de cal y otra de arena
Una
manera interesante de concebir la reserva cognitiva es como la discrepancia
entre el daño cerebral observado y la manifestación de déficits clínicos. El
concepto se entiende mejor si hablamos del “michelín cognitivo”.
Con
este término nos referimos a que, en general, la reserva cognitiva tiene un
efecto positivo sobre el cerebro y su salud, al igual que la acumulación de
grasa hasta ciertos niveles es beneficioso para el desarrollo muscular o como
reserva energética. En concreto, la reserva cognitiva aumenta el bienestar y
fomenta un envejecimiento cerebral saludables. Incluso parece que previene la
demencia, la enfermedad de Alzheimer, Parkinson y la esclerosis múltiple,
entre otras enfermedades.
¿Pero
qué sucede si nos excedemos y acumulamos “michelines de reserva
cognitiva” )?
Las consecuencias son negativas, porque se enmascaran procesos incipientes de
deterioro cognitivo o demencias. Eso puede dar lugar a que se retrase el
diagnóstico de estos problemas, por ausencia de síntomas en etapas tempranas.
Dicho
de otro modo, que la alta reserva cognitiva compense (y enmascare) los déficit
iniciales propios de la demencia y de otros problemas cognitivos es
contraproducente.
Resiliencia cerebral
Partamos
de la hipótesis de que, a mayor reserva, haremos un uso más eficiente de los
recursos cerebrales. Sobre todo porque aumenta la conectividad sináptica y el
equilibrio entre las redes cerebrales, a la vez que reduce el consumo de energía por parte del cerebro.
Eso
implica que un cerebro con una alta reserva dispone de mayores recursos pero es
más ahorrativo. Eso le permitiría afrontar tareas de mayor demanda y, como
hemos demostrado recientemente, enfrentar mejor el estrés.
El
estrés es el pan nuestro de cada día, y su capacidad de deterioro de la salud física
y psicológica es considerable. Distintas experiencias o eventos diarios causan
sentimientos de ansiedad y de frustración que suelen demandar una capacidad de
regulación emocional que nos sobrepasa. Estos estresores nos empujan a un desequilibrio en la regulación celular, en el equilibrio del
sistema nervioso central y en el equilibrio hormonal.
La
buena noticia es que la reserva cognitiva muestra un efecto protector sobre los
niveles de cortisol (hormona del estrés). En las personas con un estado de alta
ansiedad, tener una elevada reserva cognitiva mantiene a raya la secreción de
cortisol. Y eso permite desarrollar una especie de “resiliencia cerebral” muy
valiosa.
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