28 enero 2022

LATIDOS E IMÁGENES EN UNA ESTACIÓN FERROVIARIA

 




Hay muchos y variados espacios en las ciudades, donde las personas podemos exteriorizar nuestros sentimientos y actitudes. De esta expresiva forma, vamos conformando plásticas e ilustrativas imágenes acerca de cómo somos y cómo nos comportamos, en el curso vital de la naturaleza. Pensemos, al efecto, en una plaza pública, el atrio de un templo, la sala de espera de una consulta médica, los pasillos de un abarrotado mercado de abastos, una estación de autobuses, el graderío de un concierto, el salón de una biblioteca pública, por citar algunos de esos lugares para el encuentro y la actividad. Pero tal vez es difícil encontrar otros espacios más ilustrativos y veraces, para captar esas imágenes que mejor y tan bien nos definen, como aquéllos que nos proporcionan los andenes y lugares de espera de una estación ferroviaria. Recordemos algunas de esas ilustrativas y significativas imágenes que tantas veces hemos visualizado, por esos espacios más o menos concurridos para la llegada y salida de pasajeros que utilizan este muy eficaz y romántico medio de transporte.

·       Los suspiros nerviosos y jadeantes del acelerado y abrumado viajero, que llega a toda carrera a los andenes ferroviarios, a muy escasos minutos de la salida del próximo tren.

·       Esas otras gozosas carreras que algunos realizan, para fundirse en sentimentales y alegres abrazos con la persona que llega o está esperando en el andén de la estación.

·       Otros abrazos, también mezclados con lágrimas, ante la despedida del familiar, amigo o prometido, que se dispone a subir al vagón que marca el destino de su billete.

·       El triste semblante del viajero que, a su llegada, comprueba con pesar que no hay nadie esperándole en esos andenes abarrotados de público.

·       Aquellos agentes de viajes que muestran carteles con nombres extranjeros, viendo pasar equipajes y viajeros, sin que ninguno se les acerque o eleve el dedo indicador, para significar su presencia e identidad. Al fin aparece el turista “perdido”, quien por sistema siempre recibe esa frase animosa y escasamente verídica de “no se preocupe, tengo el autocar o el coche bien cerca.”

·       Aquel otro viajero que, antes de subir al tren, cumple el ritual de acercarse al puesto de prensa, para comprar ese diario o revista que después, probablemente, apenas abrirá u ojeará, centrado en la lúdica y lúcida contemplación del paisaje.

·       Los avisos emitidos a través de una megafonía deficientemente ajustada que, en la mayoría de las ocasiones, apenas se entiende y casi nadie la escucha.

·       Ese “británico” reloj de estación, repetidamente consultado, pero que parece ralentizar las manecillas de los segundos y los minutos, ante la llegada del tren que “de inmediato”, va a efectuar su entrada en las vías del andén número cinco.

·       El bien trajeado jefe de estación, quien se dispone a dar la autorización para la partida del tren, pero que, comprensivo y paternal, espera unos segundos ante la llegada en carrera de un nuevo viajero retrasado.

·       Solemos visualizar y sonreír ante la señora que viene acompañada de sus perros, para esperar a ese amigo con el que mantiene relación. El recién llegado, además de los besos y abrazos, habrá de soportar el efusivo y acústico cariño de los muy saltarines caniches.

·       Han desaparecido aquellos antiguos y serviciales maleteros quienes, con sus largos y grises baberos de grandes bolsillos, transportaban (por la voluntad) los pesados equipajes, tanto a la llegada como a la salida de los trenes, con esa “endiablada” velocidad en el caminar casi imposible de seguir por los sofocados y agradecidos clientes. Hoy los trolleys y las maletas con ruedas han suplido con eficacia su entrañable y muy útil imagen.

·       Nostálgica estampa la de esa última llegada ferroviaria de las 23:30 que, procedente de Madrid - Atocha, va iluminando, con la potente luz de su foco frontal, las vías y las traviesas de la estación término.

·       La impaciencia mal disimulada de las personas que están esperando la llegada prevista, cuando por los digitales paneles electrónicos se ofrece información acerca del retraso que sufre el tren, en el que viajan familiares o amigos.

·       Ese taxi que no se encuentra cuando, cerca de la madrugada, se ha llegado al fin del trayecto y, con manifiesta incomodidad, el cansado viajero comprueba la desangelada parada de los vehículos públicos, ya completamente vacía y “adormecida”.

·       El adiós de la despedida suele estar presidido por la tristeza, sentimiento emocional de las palabras entrecortadas por las lágrimas. A través del cristal de la ventanilla y desde la amplitud del andén, se van cruzando los besos y las mímicas de las manos, añadiéndose las improvisadas sonrisas para disimular el amargo pesar de la separación.

·       El letargo anímico en aquellas estaciones intermedias, cuando ven acercarse un tren que sin embargo no se detiene, pasando a toda velocidad ante la mirada interrogativa de las personas que están en los andenes.

·       Resultan alegres y estimulantes los sonidos emitidos por los trenes cuando van a efectuar su entrada en las estaciones. Parecen querer decir ¡atentos, que ya estoy llegando! ¡Tengan especial cuidado en no acercarse a las vías! ¡Extremen la prudencia, que a poco ahí estaré!

·       La duda, el temor, la ilusión, la prevención, la curiosidad y el interés que nos embarga ante el pasajero que va a ocupar al asiento vecino, junto al nuestro cuando, por cualquier circunstancia, tenemos que viajar solos. Nos preguntamos ¿quién será? Hombre, mujer, joven, mayor, comunicativo, reservado, hablador, silencioso, agradable, austero, servicial, egocéntrico, bien parecido, limitado en su estética, entregado a las páginas de un libro, adicto al teclado informático…

Sin duda, fluyen otras muchas imágenes generadas en estos emblemáticos y concurridos espacios de las estaciones ferroviarias. Las aquí expuestas, con el dibujo silencioso de las palabras, sirven para ilustrar nuestra percepción y sentimientos acerca de la vida que late sin cesar en estos puntos de encuentro para viajar y regresar, aplicando nuestras voluntades y disponibilidad económica.

 

Las ventajas de viajar en tren son obvias y difícilmente discutibles. El trayecto para recorrer está reservado y bien resguardado bajo los railes y las traviesas, sin problemas para los bloqueos del tráfico viario. El paisaje para visionar, desde las grandes ventanillas de los vagones, casi siempre es sugestivo para el disfrute estético. La comodidad de los actuales trenes es manifiesta. El ahorro energético para el medio ambiente es otro poderoso incentivo. En cuanto a la rapidez de desplazamiento, sólo el avión lo supera, pero los condicionantes de un aeropuerto (ubicación, presencia previa y recogida de equipajes) reducen esa supuesta ventaja. Un tren no se puede desplazar sobre las aguas del mar, pero nos permite disfrutar de maravillosas vistas marítimas, sentados en nuestros cómodos asientos. La magia expresiva de las estaciones de trenes hace posible el placer vital de observar, imaginar, soñar y, por supuesto, disfrutar. –

 

José L. Casado Toro

Enero 2022




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