Hay muchos y
variados espacios en las ciudades, donde las personas podemos exteriorizar
nuestros sentimientos y actitudes. De esta expresiva forma, vamos conformando
plásticas e ilustrativas imágenes acerca de cómo somos y cómo nos comportamos,
en el curso vital de la naturaleza. Pensemos, al efecto, en una plaza pública,
el atrio de un templo, la sala de espera de una consulta médica, los pasillos
de un abarrotado mercado de abastos, una estación de autobuses, el graderío de
un concierto, el salón de una biblioteca pública, por citar algunos de esos
lugares para el encuentro y la actividad. Pero tal vez es difícil encontrar
otros espacios más ilustrativos y veraces, para captar esas imágenes que mejor
y tan bien nos definen, como aquéllos que nos proporcionan los andenes y lugares de espera de una estación
ferroviaria. Recordemos algunas de esas ilustrativas y significativas imágenes que tantas veces hemos visualizado, por esos
espacios más o menos concurridos para la llegada y salida de pasajeros que utilizan
este muy eficaz y romántico medio de transporte.
·
Los suspiros nerviosos y jadeantes del
acelerado y abrumado viajero, que llega a toda carrera a los andenes
ferroviarios, a muy escasos minutos de la salida del próximo tren.
·
Esas otras gozosas carreras que
algunos realizan, para fundirse en sentimentales y alegres abrazos con la
persona que llega o está esperando en el andén de la estación.
·
Otros abrazos, también mezclados con
lágrimas, ante la despedida del familiar, amigo o prometido, que se dispone a
subir al vagón que marca el destino de su billete.
·
El triste semblante del viajero que, a
su llegada, comprueba con pesar que no hay nadie esperándole en esos andenes
abarrotados de público.
·
Aquellos agentes de viajes que
muestran carteles con nombres extranjeros, viendo pasar equipajes y viajeros,
sin que ninguno se les acerque o eleve el dedo indicador, para significar su
presencia e identidad. Al fin aparece el turista “perdido”, quien por sistema
siempre recibe esa frase animosa y escasamente verídica de “no se preocupe,
tengo el autocar o el coche bien cerca.”
·
Aquel otro viajero que, antes de subir
al tren, cumple el ritual de acercarse al puesto de prensa, para comprar ese
diario o revista que después, probablemente, apenas abrirá u ojeará, centrado
en la lúdica y lúcida contemplación del paisaje.
·
Los avisos emitidos a través de una
megafonía deficientemente ajustada que, en la mayoría de las ocasiones, apenas
se entiende y casi nadie la escucha.
·
Ese “británico” reloj de estación,
repetidamente consultado, pero que parece ralentizar las manecillas de los
segundos y los minutos, ante la llegada del tren que “de inmediato”, va a
efectuar su entrada en las vías del andén número cinco.
·
El bien trajeado jefe de estación,
quien se dispone a dar la autorización para la partida del tren, pero que,
comprensivo y paternal, espera unos segundos ante la llegada en carrera de un
nuevo viajero retrasado.
·
Solemos visualizar y sonreír ante la señora que viene acompañada de
sus perros, para esperar a ese amigo con el que mantiene relación. El recién
llegado, además de los besos y abrazos, habrá de soportar el efusivo y acústico
cariño de los muy saltarines caniches.
·
Han desaparecido aquellos antiguos y
serviciales maleteros quienes, con sus largos y grises baberos de grandes
bolsillos, transportaban (por la voluntad) los pesados equipajes, tanto a la
llegada como a la salida de los trenes, con esa “endiablada” velocidad en el caminar
casi imposible de seguir por los sofocados y agradecidos clientes. Hoy los
trolleys y las maletas con ruedas han suplido con eficacia su entrañable y muy
útil imagen.
·
Nostálgica estampa la de esa última
llegada ferroviaria de las 23:30 que, procedente de Madrid - Atocha, va
iluminando, con la potente luz de su foco frontal, las vías y las traviesas de
la estación término.
·
La impaciencia mal disimulada de las
personas que están esperando la llegada prevista, cuando por los digitales
paneles electrónicos se ofrece información acerca del retraso que sufre el
tren, en el que viajan familiares o amigos.
·
Ese taxi que no se encuentra cuando,
cerca de la madrugada, se ha llegado al fin del trayecto y, con manifiesta
incomodidad, el cansado viajero comprueba la desangelada parada de los vehículos
públicos, ya completamente vacía y “adormecida”.
·
El adiós de la despedida suele estar
presidido por la tristeza, sentimiento emocional de las palabras entrecortadas
por las lágrimas. A través del cristal de la ventanilla y desde la amplitud del
andén, se van cruzando los besos y las mímicas de las manos, añadiéndose las
improvisadas sonrisas para disimular el amargo pesar de la separación.
·
El letargo anímico en aquellas
estaciones intermedias, cuando ven acercarse un tren que sin embargo no se
detiene, pasando a toda velocidad ante la mirada interrogativa de las personas
que están en los andenes.
·
Resultan alegres y estimulantes los
sonidos emitidos por los trenes cuando van a efectuar su entrada en las
estaciones. Parecen querer decir ¡atentos, que ya estoy llegando! ¡Tengan
especial cuidado en no acercarse a las vías! ¡Extremen la prudencia, que a poco
ahí estaré!
·
La duda, el temor, la ilusión, la
prevención, la curiosidad y el interés que nos embarga ante el pasajero que va
a ocupar al asiento vecino, junto al nuestro cuando, por cualquier
circunstancia, tenemos que viajar solos. Nos preguntamos ¿quién será? Hombre,
mujer, joven, mayor, comunicativo, reservado, hablador, silencioso, agradable,
austero, servicial, egocéntrico, bien parecido, limitado en su estética,
entregado a las páginas de un libro, adicto al teclado informático…
Sin duda, fluyen
otras muchas imágenes generadas en estos emblemáticos y concurridos espacios de
las estaciones ferroviarias. Las aquí expuestas, con el dibujo silencioso de
las palabras, sirven para ilustrar nuestra percepción y sentimientos acerca de
la vida que late sin cesar en estos puntos de encuentro para viajar y regresar,
aplicando nuestras voluntades y disponibilidad económica.
Las ventajas de viajar en tren son obvias y
difícilmente discutibles. El trayecto para recorrer está reservado y bien
resguardado bajo los railes y las traviesas, sin problemas para los bloqueos
del tráfico viario. El paisaje para visionar, desde las grandes ventanillas de
los vagones, casi siempre es sugestivo para el disfrute estético. La comodidad
de los actuales trenes es manifiesta. El ahorro energético para el medio
ambiente es otro poderoso incentivo. En cuanto a la rapidez de desplazamiento,
sólo el avión lo supera, pero los condicionantes de un aeropuerto (ubicación, presencia
previa y recogida de equipajes) reducen esa supuesta ventaja. Un tren no se
puede desplazar sobre las aguas del mar, pero nos permite disfrutar de
maravillosas vistas marítimas, sentados en nuestros cómodos asientos. La magia
expresiva de las estaciones de trenes hace posible el placer vital de observar,
imaginar, soñar y, por supuesto, disfrutar. –
José L. Casado
Toro
Enero 2022
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