Cuando
nos acercamos al final de una nueva anualidad sumada a nuestras vidas, nos animamos
a echar una mirada hacia atrás a fin de repasar lo más significativo o
representativo que ha ocurrido en esos 12 meses que a poco o ya se despiden. De
esta reflexiva manera, solemos identificar y titular cada año con ese
acontecimiento o suceso más importante y trascendente que hemos protagonizado o
recibido sus influencias, ya enraizadas en los estantes mágicos de nuestra
memoria.
En
realidad, esta práctica identificativa ha sido realizada por la Humanidad a lo
largo de la Historia. Podemos recordar numerosos e importantes ejemplos: la
época de la Primera Revolución Industrial, el año de la Revolución Francesa, el
Siglo de las Luces, el año del descubrimiento de América, la época del Imperio
Romano, el año del Nacimiento de Jesús de Nazareth, el año en que asesinaron al
presidente Kennedy, y, más reciente, ese fatídico y mortífero 2020, el año de
la muy cruel y letal pandemia vírica.
Aunque
haya habido acontecimientos que faciliten esa identificación a título
individual en la privacidad de cada ciudadano, a nivel colectivo pocos son los
que puedan discrepar con respecto al 2021
para denominarle el Año de las Vacunas.
Tras el patético “ropaje” que singulariza al 2020, este año que finaliza lo tiene
bien fácil para la singularización identificativa, pues el mundo ha podido
dotarse de unos “medicamentos”, investigados por la ciencia farmacéutica, que
han sabido y podido frenar, en lo posible, esa ola devastadora que ha asolado a
la humanidad, sin distinción de etnia, color, ideología o nacionalidad.
Es
obvio que no ha desaparecido la pandemia COVID. Continúan las mutaciones. Muchas
personas se siguen contagiando y algunos, de manera lamentable, falleciendo.
Pero la ciencia médica está facilitando unos medios con los que se puede
ralentizar e incluso “empequeñecer” ese maligno apocalipsis que asola a la
geografía mundial. Con avances y retrocesos, las cifras de contagios se han ido
reduciendo de manera notable y sobre todo las personas que pierden la vida, que
hace meses alcanzaban datos verdaderamente patéticos. Esa especie de armadura,
blindaje, escudo o coraza que llevan en sus cuerpos los ciudadanos vacunados,
es el único remedio hasta el momento conocido y útil para luchar contra las
consecuencias del contagio, además de aplicar la prevención y racionalidad del
uso de la “molesta” mascarilla, el continuo aseo de las manos y del rostro, la
desinfección de los elementos de uso común y el necesario distanciamiento
personal, evitando las aglomeraciones en los espacios abiertos y, sobre todo,
cerrados.
Sea
la Pfizer, Moderna, Janssen, Astra Zeneca u otras en proceso de investigación,
todas estas vacunas siguen prestando un trascendental servicio a la Humanidad.
Con una, dos o tres dosis (se presume que tendremos que ponernos una en cada
anualidad o período) el ciudadano responsable no evita el contagio, pero sí
prepara a su organismo para que éste luche con mayores posibilidades de éxito
contra el maligno virus. Si un porcentaje elevado de los contagiados antes
acababan en las UCI, ahora las vacunas están consiguiendo que los efectos del
virus se limiten a intensa mucosidad, algo de fiebre y diversos tipos de
malestar. Por supuesto que cada organismo es
“un mundo” diferencial y cada cuerpo puede tener unas reacciones diferentes a
los contagios o incluso no sentirse afectado por el mismo. Pero la vacunación,
y esto es lo importante, ha reducido, de manera muy significativa, las cifras
de mortalidad.
Causa
vergüenza ajena y justificada indignación observar a colectivos y personas
concretas que, por su fanatismo, cerrazón e irresponsabilidad, rechazan ponerse
las vacunas, niegan sus positivos efectos, proclamando y escribiendo, con
irracional desvarío, que “no hay covid”. Su infundamentado y muy desacertado
comportamiento debería ser perseguido y llevado ante los tribunales de
justicia. No sólo por el daño que se están haciendo a ellos mismos, sino por el
que están provocando a los demás ciudadanos responsables y abiertos a la
racionalidad. Sobra añadir que el ciudadano no ha de pagar coste alguno por el
uso de estas vacunas. El precio y servicio de la vacunación está a cargo del
presupuesto estatal.
Gracias
a este “año de las vacunas”, la sociedad mundial ha podido volver a viajar, a
disfrutar de vacaciones, asistir a espectáculos culturales y deportivos y también
que la formación de las distintas generaciones, en sus distintos grados
escolares o académicos, continúe desarrollándose con una encomiable normalidad.
Desde luego que a nadie se le oculta la dialéctica o disyunción que, desde el
principio de la pandemia, ha existido entre la prevención de la salud y el
funcionamiento de la estructura y circuitos del sistema económico. Pero nadie
cabal discute que la salud ha de ser el primer valor, sin duda innegociable, a
cuidar entre la ciudadanía. Estará en manos de los buenos gestores políticos
articular los mecanismos para que el circuito laboral /comercial no quede
colapsado, entre las medidas arbitradas para proteger la salud de la
ciudadanía.
El valor de la esperanza nunca nos puede ni debe
ser ajeno. El objetivo de la ciencia es convertir esta pandemia, con el virus
correspondiente, en una gripe más que, debidamente controlada, con inyecciones
semestrales o anuales, carezca de efectos letales para la mayor parte de la
población. Ya se conoce que en los EE. UU. han autorizado la píldora o
comprimidos anti-covid para las personas de alto riesgo. La mayor parte de la
población mundial tiene asumido que los comportamientos responsables son los
mejores “antídotos” contra la propagación de estas epidemias víricas. La
ciencia, una vez más, ha estado en su función, investigando y haciendo posible
una acción médica y terapéutica contra la muerte de mayores, adultos, jóvenes y
niños. En definitiva, este año que finaliza debe ser recordado como el de la
lucha contra una pandemia atroz, aplicando el “armamento” de la vacuna como el
más eficaz y versátil instrumento para salvar vidas y sembrar esperanzas. Pero
aún así habrá que seguir recorriendo el camino. Un prolongado y no fácil camino.
–
José L. Casado Toro
Diciembre 2021.
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