16 octubre 2021

EL DESAFORTUNADO TRATO INFANTIL A LAS PERSONAS MAYORES

 

En el cotidiano trato con las demás personas, es preciso y saludable que apliquemos una serie de actitudes y valores, que se adornan con el necesario ropaje de su significación en las palabras: educación, respeto, atención, generosidad, simpatía, afecto, civismo, delicadeza, sinceridad, diálogo, tolerancia, empatía, comprensión, paciencia, receptividad, etc. Estos positivos comportamientos pueden enriquecerse con otros muchos gratos valores, todos ellos presididos por la aplicación de la mejor voluntad.

Si esta lúcida forma de considerar a los demás debe ser de aplicación general con todo tipo de personas, hay un segmento de la ciudadanía que, por sus específicas características de edad, merece que se extreme ese insoslayable cuidado relacional: es el cada vez más importante grupo social de las personas mayores. El porcentaje sociológico de este grupo aumenta sin cesar, de manera especial en los estados occidentales.

Se trata de aquella parcela de la ciudadanía cuya edad ha ido sumando dígitos, en el proyecto vital que el destino, el azar, la misma persona o el olimpo de la divinidad ha establecido para cada uno de sus integrantes. Los “mayores” en cronología y experiencia han ido sumando años a sus vivencias y, al tiempo, restando potencia o vitalidad a sus cada vez más cansadas estructuras corporales.

La forma de tratar a estos “veteranos de la existencia” debe de estar presidida por los valores previamente enunciados, extremadamente cuidados y potenciados a causa de su cada vez más avanzada edad. Parece obvio que hay gestos indiscutibles para con las personas mayores, aceptados y exigidos por la mayoría social, que en modo alguno deberían descuidarse en nuestra vida relacional. Citemos algunos de los más notorios: cederles el asiento en el transporte público o en las zonas ajardinadas para el descanso; ayudarles con generosidad en aquellas circunstancias en que su precaria potencia física les impide o dificulta la realización de alguna esforzada actividad; facilitarles preferencia de paso  en las esperas bancarias, cinematográficas, comerciales, culturales, médicas, administrativas o del transporte; prestarles atención y respeto en sus expresiones, aunque podamos discrepar de la exposición, argumentación o criterio que estas personas mantengan.

En una amplia universalidad, las personas mayores aceptan y agradecen estos gestos deferentes que ellos mismos aplicaban cuando eran mucho más jóvenes. Es la fácil regla generacional del “hoy soy yo quien los da, mañana puedo ser yo quien también los reciba”.

Los mayores agradecen y valoran gozosamente esa especial consideración para con ellos. Sin embargo, hay un comportamiento en los más jóvenes (o personas con más edad) que, aunque venga acompañado de la mejor voluntad, es profunda y visceralmente rechazado por los ciudadanos de “la tercera edad”. ¿Cuál es esa forma en el trato que tanto molesta e incomoda a los mayores? Ser tratados como niños.

Igual en muchos momentos los adultos se comportan como tales, pero ese trato “infantilizado” dado o aplicado a personas que suman su sexta, séptima o más décadas vitales, resulta insufrible, insoportable y podría añadirse incluso el vocablo de “irrespetuoso”. Ya que utilizamos la siempre grata y necesaria cobertura gramatical, vamos a visualizar ese peculiar trato verbalizando los conceptos. Regañar; mandar; imponer; engañar; burlar; adoctrinar; exagerar; ordenar; asustar; etc. Ver y tratar como a niños, a las personas veteranas es una actitud desafortunada, rechazable y racionalmente errónea. Haciéndolo, más que ayudar, entorpeces; más que respetar, ofendes; más que alegrar, entristeces.

Las personas mayores pueden tener y soportar limitaciones orgánicas e incluso mentales. Pueden, en ocasiones mostrar comportamientos un tanto infantiles. Pero nunca se debe olvidar que ante nosotros no hay un niño, sino una persona mayor que rechaza de plano ese trato que le ridiculiza y ofende.

Y ahora recordamos a esos doctores en medicina que, en sus consultas, exigen que se les hable de Vd. Sin embargo, ellos aplican de manera continua el irrespetuoso tuteo, sin la menor consideración a la edad de los pacientes. Los mismo se podría decir de algunos sacerdotes en sus parroquias, policías en las calles, profesores y maestros en las visitas tutoriales de padres, cuidadores en los centros residenciales con respecto a las personas dependientes y también esos hijos que, gozando las edades gratas de la existencia, se dirigen “paternalmente” a sus progenitores, como si fueran niños pequeños y aplicando formas indelicadas y humillantes.

Hace escasos fechas, el viernes 1º de octubre, el mundo celebró el Día Internacional de las Personas Mayores. Hubo una profusión de emocionantes homenajes, cariñosas columnas en la prensa, espacios en los programas de televisión y radio dedicados a los mayores, emisión de películas ad hoc, distinciones, medallas, regalos y espectáculos. Todo ello es plausible y digno de agradecer, siempre que se haga como norma de conducta en el día a día. Pero no olvidemos el sentido del  título, conceptual y anímico, que preside este artículo. –

 

José L. Casado Toro

Octubre 2021

 


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