En
el cotidiano trato con las demás personas,
es preciso y saludable que apliquemos una serie de actitudes
y valores, que se adornan con el necesario ropaje de su significación en
las palabras: educación, respeto, atención, generosidad, simpatía, afecto,
civismo, delicadeza, sinceridad, diálogo, tolerancia, empatía, comprensión,
paciencia, receptividad, etc. Estos positivos comportamientos pueden
enriquecerse con otros muchos gratos valores, todos ellos presididos por la
aplicación de la mejor voluntad.
Si
esta lúcida forma de considerar a los demás debe ser de aplicación general con
todo tipo de personas, hay un segmento de la ciudadanía que, por sus
específicas características de edad, merece que se extreme ese insoslayable
cuidado relacional: es el cada vez más importante grupo social de las personas mayores. El porcentaje sociológico de
este grupo aumenta sin cesar, de manera especial en los estados occidentales.
Se
trata de aquella parcela de la ciudadanía cuya edad ha ido sumando dígitos, en
el proyecto vital que el destino, el azar, la misma persona o el olimpo de la
divinidad ha establecido para cada uno de sus integrantes. Los “mayores” en cronología y experiencia han ido
sumando años a sus vivencias y, al tiempo, restando potencia o vitalidad a sus
cada vez más cansadas estructuras corporales.
La
forma de tratar a estos “veteranos de la existencia” debe de estar presidida
por los valores previamente enunciados, extremadamente cuidados y potenciados a
causa de su cada vez más avanzada edad. Parece obvio que hay gestos
indiscutibles para con las personas mayores, aceptados y exigidos por la
mayoría social, que en modo alguno deberían descuidarse en nuestra vida relacional.
Citemos algunos de los más notorios: cederles el
asiento en el transporte público o en las zonas ajardinadas para el
descanso; ayudarles con generosidad en aquellas
circunstancias en que su precaria potencia física les impide o dificulta la
realización de alguna esforzada actividad; facilitarles preferencia de paso en
las esperas bancarias, cinematográficas, comerciales, culturales, médicas,
administrativas o del transporte; prestarles atención
y respeto en sus expresiones, aunque podamos discrepar de la exposición,
argumentación o criterio que estas personas mantengan.
En
una amplia universalidad, las personas mayores aceptan y agradecen estos gestos
deferentes que ellos mismos aplicaban cuando eran mucho más jóvenes. Es la
fácil regla generacional del “hoy soy yo
quien los da, mañana puedo ser yo quien también los reciba”.
Los
mayores agradecen y valoran gozosamente esa especial consideración para con
ellos. Sin embargo, hay un comportamiento en los más jóvenes (o personas con
más edad) que, aunque venga acompañado de la mejor voluntad, es profunda y
visceralmente rechazado por los ciudadanos de “la
tercera edad”. ¿Cuál es esa forma en el trato que tanto molesta e incomoda
a los mayores? Ser tratados como niños.
Igual
en muchos momentos los adultos se comportan como tales, pero ese trato “infantilizado” dado o aplicado a personas
que suman su sexta, séptima o más décadas vitales, resulta insufrible,
insoportable y podría añadirse incluso el vocablo de “irrespetuoso”. Ya que
utilizamos la siempre grata y necesaria cobertura gramatical, vamos a
visualizar ese peculiar trato verbalizando los conceptos. Regañar; mandar;
imponer; engañar; burlar; adoctrinar; exagerar; ordenar; asustar; etc. Ver y
tratar como a niños, a las personas veteranas es una actitud desafortunada,
rechazable y racionalmente errónea. Haciéndolo, más que ayudar, entorpeces; más
que respetar, ofendes; más que alegrar, entristeces.
Las
personas mayores pueden tener y soportar limitaciones orgánicas e incluso
mentales. Pueden, en ocasiones mostrar comportamientos un tanto infantiles.
Pero nunca se debe olvidar que ante nosotros no hay un niño, sino una persona
mayor que rechaza de plano ese trato que le ridiculiza y ofende.
Y
ahora recordamos a esos doctores en medicina que, en sus consultas, exigen que
se les hable de Vd. Sin embargo, ellos aplican de manera continua el
irrespetuoso tuteo, sin la menor consideración a la edad de los pacientes. Los
mismo se podría decir de algunos sacerdotes en sus parroquias, policías en las
calles, profesores y maestros en las visitas tutoriales de padres, cuidadores
en los centros residenciales con respecto a las personas dependientes y también
esos hijos que, gozando las edades gratas de la existencia, se dirigen “paternalmente”
a sus progenitores, como si fueran niños pequeños y aplicando formas
indelicadas y humillantes.
Hace
escasos fechas, el viernes 1º de octubre, el mundo celebró el Día Internacional de las Personas Mayores. Hubo una
profusión de emocionantes homenajes, cariñosas columnas en la prensa, espacios
en los programas de televisión y radio dedicados a los mayores, emisión de
películas ad hoc, distinciones, medallas, regalos y espectáculos. Todo ello es
plausible y digno de agradecer, siempre que se haga como norma de conducta en
el día a día. Pero no olvidemos el sentido del título, conceptual y anímico, que preside este
artículo. –
José
L. Casado Toro
Octubre
2021
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