La
visita o estancia en un paraje de montaña
resulta casi siempre positiva, de manera especial para las personas que residen
habitualmente en las zonas costeras o en áreas con una elevada densificación humana,
pues así se benefician con las vivencias desarrolladas en un entorno
paisajístico diferente al habitual de cada día.
En
los centros escolares y en las páginas de los libros, además de Internet, se
nos enseña algo básico y elemental: por cada 1000 metros que ascendemos, sobre
el nivel del mar, la temperatura desciende unos
6,4 grados centígrados como promedio. Por consiguiente, a más altura, más
frescor ambiental. También se nos explica que a mayor elevación el contenido de oxígeno en la masa atmosférica es
menor, por lo que podremos notar un mayor cansancio en los esfuerzos, si los
metros de altura son considerables. De todas formas, con estancias prolongadas,
el corazón y los pulmones se habitúan a estas diferencias de presión y contenido
atmosférico. Es obvio que en estos espacios, con una menor presencia de
población y de vehículos, el aire suele ser más puro y
limpio, favoreciendo la respiración y el mejor estado del organismo.
Aunque
hay muchos tipos y espacios de montaña, el paisaje en general suele ser
sugestivo y dotado de una peculiar y agradable belleza. Nos agrada admirar la flora del lugar, con ese arbolado que purifica el
contenido del aire, difundiendo oxígeno, tan necesario para la vida. Esas masas
arbóreas nos aportan también protección, sombra y frescor. Otro de los
elementos que nos puede ilusionar sobremanera es contemplar la belleza del roquedo, que dibuja formas curiosas y espectaculares,
siempre abiertas a la visualización de las personas imaginativas. El color de los espacios montañosos también es
importante y gratificador en su plástica visual y anímica. Son tonalidades
marrones, beis, anaranjadas, grises, verdosas y cremas, cromatismos aportados
por la masa forestal y el roquedo, todos ellos dotados de una indudable
belleza.
Otro
de los beneficios, que gustan disfrutar las personas amantes de la montaña,
proviene de la sutil acústica que encontramos en estos espacios. Lo más
interesante es oír, escuchar, la magia de los “silencios”. Esos “sonidos” contrastan con los ruidos de las zonas más
urbanizadas, no en balde el trasiego viario de los vehículos y los propios
transeúntes, provocan esa contaminación acústica que aturde, cansa y molesta.
Los sonidos de la naturaleza provienen del flujo eólico producido por el
viento, que percute sobre las ramas y las hojas de los árboles, estableciendo
un “pentagrama” musical, original, sugestivo y diferente para nuestros oídos.
Para muchos, el mejor sonido es precisamente el silencio ambiental, adornado
con la caída de las hojas, el trinar de los pájaros y el movimiento de algunos animales,
en sus necesarios e imprevisibles desplazamientos.
La
montaña es una zona ideal para la práctica de actividades deportivas, favorecedoras
de un buen estado de salud. Entre las diversas modalidades que podemos aplicar,
destaca el sencillo, placentero y muy necesario ejercicio de caminar. La
practica del senderismo es del todo
aconsejable, pues facilita la circulación sanguínea, estimula la máquina
cardiaca, potencia la flexibilidad muscular y, de manera especial, el engranaje
articular (rodillas, tobillos, huesos de los pies, brazos y columna vertebral).
Probablemente llevaremos un bastón de madera o metálico, a fin de incrementar
la seguridad en los desniveles y ayudar al impulso de los pasos, manteniendo el
ritmo deseado. Una vez más hay que referirse a la importancia del calzado. Debe
ser transpirable, a ser posible de piel, con suelas de verdadero caucho, en el
que resalten los dibujos y marcas que fijan la pisada (recordemos los
neumáticos en los automóviles). Si conseguimos que sea impermeable, pues mejor,
para el caso de caminar por suelos húmedos o en zonas en que las nubes puedan
descargar precipitaciones, según el tiempo meteorológico. Además de lo
placentero que resulta acumular metros en el camino (mirar el cuentapasos del
móvil) el uso de la bicicleta de montaña
(mountain bike) puede dar muy buenos resultados. Algunos también se atreverán
con la escalada o el deslizamiento en tirolinas, según edad o “temeridad”.
En
la montaña estamos más cerca de las nubes y las estrellas. Es obvio. Un
amanecer o atardecer, en las laderas, cima o valle de una zona montañosa,
proporciona una sensación anímica de bienestar del todo inolvidable. La contemplación de los cielos nocturnos, en estos
altos parajes, proporciona una sensación de paz y serenidad, enriquecedora para
nuestro organismo. En la inmensidad y libertad de la montaña nos concentramos
mucho mejor, para la práctica de la lectura y
para la creatividad expresiva de nuestros escritos.
También nos sentiremos mejor y más motivados para desarrollar esa reflexión, siempre necesaria en nuestras vidas.
Practicar todo ello, rodeados de cedros, abetos, fresnos, abedules, pinares,
alcornocales, encinares, pastizales, sabinares, quejigales, jarales, praderas,
matorrales, etc. es un alimento espiritual para el sosiego y la innegociable
serenidad, regalo o maná natural debido a la generosidad providencial de los
dioses. La vorágine y estresante actividad diaria la percibimos afortunadamente
alejada, en estos espacios y también relativizada en los problemas, para
satisfacción y terapia de nuestro anhelado equilibrio anímico.
Resulta
muy enriquecedor y convivencial entablar conversaciones
con los aborígenes o naturales del lugar que visitamos, pues aparte sus
estudios y formación, poseen una riqueza cultural, transmitida de generación en
generación, sobre los más diferentes temas o cuestiones, habilidades y
destrezas. Mucho podemos aprender del leñador, el agricultor, el lechero, el
carbonero, el cazador, el apicultor, el ornitólogo, todos ellas personas con
muchas décadas de experiencia en el morral de su sabiduría, atesorando en su
mente abundantes y valiosas historias, anécdotas, principios y lúcidas
reflexiones, a las que debemos ser receptivos, aplicando humildad y
fraternidad. Es bueno e inteligente conocer otras
formas de vida, en lo económico, en lo constructivo, en lo social y ¿por
qué no? también en lo culinario. A buen seguro, hallaremos en estos sosegados espacios
de montaña interesantes, sanos y suculentos platos con comidas apetitosas, de
manera especial esos postres elaborados con productos absolutamente “ecológicos”
verdaderamente atractivos para el deleite de nuestra necesidad.
En
conclusión, es una excelente opción optar por iluminar nuestras vacaciones o
jornadas de ocio eligiendo las inmensas posibilidades que ofrece el entorno
rural o montañoso de la naturaleza. Algunos lo llamarán turismo rural, ocio en
la montaña o vuelta a las raíces de la madre tierra. Es indudable que la naturaleza nos llama, nos motiva, reclama nuestra
compañía, para aportarnos valores que, positivamente aprovechados, nos harían
mucho bien para el reencuentro con lo más íntimo de nuestra conciencia. En todo
caso, nuestro organismo se siente más feliz cuando se aleja del brumoso,
egoísta y especulativo urbanismo y se acerca a la montaña, buscando esos
valores (sencillez, humanidad, hospitalidad, naturaleza, silencio y amistad)
que motivan sonrisas y favorecen el sosiego. –
José
L. Casado Toro
Agosto
2021.
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