A la luz de la publicidad
actual, algunos de los carteles de propaganda antiguos pueden sorprendernos.
Quizá eran de un lenguaje más elemental, pero efectivo. El enfoque de muchos de
ellos, hoy no cumpliría con los cánones reglamentarios: afectarían la sensibilidad
de alguna organización o serían socialmente incorrectos. Y no digo
políticamente, ya que para ese colectivo nada es incorrecto.
Los anuncios cuyas fotos
en blanco y negro adjunto al pie de este escrito, según Julián Sesmero en su libro: Málaga,
su historia y sus gentes, podrían ser aproximadamente de los años 1940 a
1945 y pertenecen a un tiempo preconsumista.
Otros, más conocidos y
recordados, aconsejaban tomar el Ceregumil, la Kina o Quina San Clemente o los famosos vinos dulces de
Málaga.
Y allá por los sesenta y setenta,
ya a nivel nacional, ¿en qué casa no había una, o varias de aquellas latas, de
vivos colores con escenas chinescas o con lunares, de Cola Cao? Una vez vacías,
lo mismo servían para almacenar las legumbres, fideos y galletas o hacer las
veces de botiquín o costurero. También eran el espacio perfecto para guardar las
fotos sepia de la saga familiar: una lata guarda tesoros. Las mejores solían
tener algún arañazo o abolladura. Esas cicatrices del tiempo acompañaban más de
un recuerdo. Por eso seguramente algunas de esas supervivientes todavía ocupan
un lugar en nuestro hogar.
Los carteles
publicitarios, con los que incluso iniciaron su andadura profesional los
mejores pintores, como testigos fieles de su época, también lo son de nuestra
historia.
Esperanza Liñán Gálvez
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