06 agosto 2021

ARTE GITANO-ANDALUZ; EL FLAMENCO (I)

 


A quién no le gusta el cante jondo, no es de fiar. Antonio Gala

 

Hace pocas fechas el Consejero de Educación de la Junta de Andalucía, Javier Imbroda, anunciaba que en el próximo curso se impartirían clases de Flamenco en las escuelas andaluzas y casi simultáneamente la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Loyola de Sevilla ha convertido al Flamenco en  Grado Universitario. (En las Universidades de EE.UU. se estudia el blue y el soul).  Dos magnificas noticias, que no tenían que ser tales, si tenemos en cuenta que desde el 16/11/2010, este arte tan nuestro era incluido como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad y de las obligaciones que esta distinción conlleva se ha hecho caso omiso durante más de una década por parte de nuestros dirigentes.

No es necesario, por sabido, las grandes dificultades que el Flamenco ha tenido que superar para por fin ser reconocido como lo que es, Arte con mayúscula en todas sus manifestaciones, toque, cante, baile, palmas, palillos. Tuvimos que esperar hasta mediados del siglo XIX para que alguien se atreviera a escribir sobre el flamenco, porque era un atrevimiento que podría conllevar mala fama y desprestigio. Quién rompió el fuego fue el ilustre malagueño Estébanez Calderón ( El Solitario), que en su libro Escenas Andaluzas describe con detalles y no poca admiración, una fiesta flamenca en el arrabal trianero de Sevilla en la que era protagonista uno de los pilares del cante jondo, el cantaor gitano de origen jerezano, El Planeta. Después le siguieron Cecilia Bohl de Faber (Fernán Caballero), de origen Suizo y criada en Cádiz, quién hizo en el Congreso de los Diputados una encendida apología de nuestro Arte Flamenco. No es preciso resaltar la gran labor que años más tardes realizó Antonio Machado y Álvarez, (Demófilo), nacido en Santiago de Compostela, de padre gaditano y de madre sevillana, recopilando más de 5.000 coplas en su libro, Colección del Cante Flamenco. (No confundir con su hijo, Antonio Machado Ruíz)

A pesar de ello estos tres personajes son habas contadas, el último tercio del siglo XIX supone una etapa convulsa para nuestro flamenco, la Generación del 98 fue antiflamenquista hasta las cachas, a excepción de los hermanos Machado que por ser sevillanos e hijos de Demófilo tenían otra visión del asunto. Estos venerables señores que se entendían por intelectuales metieron al Flamenco en una especie de cajón de sastre donde cabían las costumbres gitanas, el cante, la afición a los toros y otros elementos de la cultura popular andaluza, que es vilipendiada en la misma época en que los nacionalistas, gallegos, vascos y catalanes promueven una recuperación de sus respectivas “culturas nacionales” y tan respetables señores hacen “muti por el foro”. El paladín de dicho movimiento fue el escritor madrileño Eugenio Noel, curiosamente gran  admirador de la cultura popular, atribuyó a la extensión del Flamenco y la Tauromaquia, ni más ni menos, que el origen de los males de la Patria, en contraposición a los modernos estados europeos donde la ausencia de estas manifestaciones culturales parecían traducirse en un menor desarrollo económico y social. No es necesario decir que durante décadas, entre el Flamenco y la intelectualidad se establecería una grieta insalvable. Esta se cerró por el decidido empuje de la Generación del 27, cuyos miembros más eminentes eran andaluces y por lo tanto conocedores de primera mano del fenómeno.

Pepe J. Cueto

               Verano de 2021


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