¿Qué es
ser moderno?, se pregunta Andrés Trapìello. Y acude al magisterio de María
Zambrano: “Galdós es ese poeta que toda ciudad necesita para existir, para
vivir, para verse también”. El poeta comprende la realidad más allá de la
realidad, sin destruirla, acogiéndola y aceptándola. Y aquí andamos, cien años
después de la muerte de Galdós leyendo sus obras, caminando por Madrid y
reconociendo el Madrid galdosiano en mil rincones. No hay mayor modernidad que
esa.
Los
lectores de Galdós sabemos que éste, lejos de llevar sus novelas hacia ningún
fin, se pasó la vida dando vueltas a esos tres temas que ocupan a la poesía y a
la literatura desde Homero: el amor, la muerte y el tiempo. Hay novelas,
indiscutiblemente modernas como Madame
Bovary, Ana Karenina o La Regenta, en las que debemos comprender
que M.B. es estúpida; A.K., superficial y Ana Ozores (L.R.) una cerril que
huele a sacristía; mientras que Fortunata es una mujer emancipada a la que no
importa arrostrar las consecuencias sociales o personales por vivir el amor y
la pasión como ella lo hizo (“al que me quiere como dos lo quiero como
catorce”). El amor nos hace libres y en la libertad sin mácula no hay pecado,
piensa ella. Y lo piensa en una sociedad, la de 1887, para quien sólo formular
esa idea ya era pecado.
Da igual
lo que crea Galdós. Él tiene sus ideas, claro; es un hombre liberal, amigo de
liberales y krausistas (los modernos de entonces) pero eso no es esencial, sino
que sus personajes sean los que desafían a la
sociedad. A sus criaturas –Fortunata, Benina, Tristana, Villaamil, Torquemada o
el amigo Manso- se les encomienda la
gigantesca tarea de mostrar la emancipación del ser humano a través del
artificio de la novela. Lo que percibimos al leer la obra de Galdós es el logro
de ese artificio: ya no estamos en una novela sino en la misma vida. Sus
personajes son criaturas de las que vamos conociendo sus biografías, los
escenarios por donde se mueven no son obra de carpintería teatral
sino paisajes reales, como la Plaza Mayor, la calle Ave María, la cava de San
Miguel… y sus argumentos no son habilidades de escritor sino crónicas reales
cuya comprensión real debe completar cada lector. Según un antiguo estudio de
Ramón Gaya, “la realidad huye de los artistas que la estudian como un fenómeno,
y se echa en brazos de quienes la miran como a una amiga, quienes la tratan
como a una igual sin servilismos ni altanería, con una actitud piadosa como la
que muestra Galdós”.
A estas
alturas, venir a preguntarnos si Galdós es o no moderno, es un modo de llamar
antimodernos (un poco casposos) a quienes nos gusta, lo cual hará menear la
cabeza a algunos y hasta sonreír con irónica benevolencia, como hubiera hecho
aquel memorable Evaristo Feijoo, protector de Fortunata y alterego de don
Benito.
----------------------------------------------------------------------------------Andrés Trapiello (1953), poeta,
novelista y ensayista. De su obra hay que citar la novela Los amigos del crimen perfecto, premio Nadal en 2003, y los 22
tomos de su diario Salón de pasos
perdidos que viene editándose desde 1999. Este artículo es un resumen del
suplemento de El Mundo (27/2/2020)
________________________________________________________ JOSÉ RAMÓN TORRES GIL.
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