17 junio 2021

UN CENTENARIO. GALDÓS III

 

      ¿Qué es ser moderno?, se pregunta Andrés Trapìello. Y acude al magisterio de María Zambrano: “Galdós es ese poeta que toda ciudad necesita para existir, para vivir, para verse también”. El poeta comprende la realidad más allá de la realidad, sin destruirla, acogiéndola y aceptándola. Y aquí andamos, cien años después de la muerte de Galdós leyendo sus obras, caminando por Madrid y reconociendo el Madrid galdosiano en mil rincones. No hay mayor modernidad que esa.

     Los lectores de Galdós sabemos que éste, lejos de llevar sus novelas hacia ningún fin, se pasó la vida dando vueltas a esos tres temas que ocupan a la poesía y a la literatura desde Homero: el amor, la muerte y el tiempo. Hay novelas, indiscutiblemente modernas   como Madame Bovary, Ana Karenina o La Regenta, en las que debemos comprender que M.B. es estúpida; A.K., superficial y Ana Ozores (L.R.) una cerril que huele a sacristía; mientras que Fortunata es una mujer emancipada a la que no importa arrostrar las consecuencias sociales o personales por vivir el amor y la pasión como ella lo hizo (“al que me quiere como dos lo quiero como catorce”). El amor nos hace libres y en la libertad sin mácula no hay pecado, piensa ella. Y lo piensa en una sociedad, la de 1887, para quien sólo formular esa idea ya era pecado.

     Da igual lo que crea Galdós. Él tiene sus ideas, claro; es un hombre liberal, amigo de liberales y krausistas (los modernos de entonces) pero eso no es esencial, sino que   sus personajes sean los que desafían a la sociedad. A sus criaturas –Fortunata, Benina, Tristana, Villaamil, Torquemada o el amigo Manso-  se les encomienda la gigantesca tarea de mostrar la emancipación del ser humano a través del artificio de la novela. Lo que percibimos al leer la obra de Galdós es el logro de ese artificio: ya no estamos en una novela sino en la misma vida. Sus personajes son criaturas de las que vamos conociendo sus biografías, los escenarios por donde   se mueven no son obra de carpintería teatral sino paisajes reales, como la Plaza Mayor, la calle Ave María, la cava de San Miguel… y sus argumentos no son habilidades de escritor sino crónicas reales cuya comprensión real debe completar cada lector. Según un antiguo estudio de Ramón Gaya, “la realidad huye de los artistas que la estudian como un fenómeno, y se echa en brazos de quienes la miran como a una amiga, quienes la tratan como a una igual sin servilismos ni altanería, con una actitud piadosa como la que muestra Galdós”.

     A estas alturas, venir a preguntarnos si Galdós es o no moderno, es un modo de llamar antimodernos (un poco casposos) a quienes nos gusta, lo cual hará menear la cabeza a algunos y hasta sonreír con irónica benevolencia, como hubiera hecho aquel memorable Evaristo Feijoo, protector de Fortunata y alterego de don Benito.

----------------------------------------------------------------------------------Andrés Trapiello (1953), poeta, novelista y ensayista. De su obra hay que citar la novela Los amigos del crimen perfecto, premio Nadal en 2003, y los 22 tomos de su diario Salón de pasos perdidos que viene editándose desde 1999. Este artículo es un resumen del suplemento de El Mundo (27/2/2020)

________________________________________________________  JOSÉ RAMÓN TORRES GIL.


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