05 enero 2013

AQUELLOS TIEMPOS DEL CUPLÉ


Una apenas se da cuenta de lo positivo que han traído consigo las nuevas tecnologías –aunque no todo, por supuesto-, hasta que reparas en un detalle concreto y comparas. Yo recuerdo aquellos escritos a máquina –mis queridas Undervood, Olivetti, etc.- que al menor error al pulsar una letra tenías que borrarla, y por muy bien que lo hicieras, siempre quedaba la huella del delito en el papel. Y qué decir cuando lo impreso llevaba una o más copias. Había que protegerlas del “pringoso” papel carbón y nunca te librabas de mancharte las manos. 

Y después, el archivo. El engorroso, el aburrido archivo, que si lo demorabas dos o tres días convertía el cestillo de documentos en una montaña a la que no sabías de qué manera atacar, si desde arriba o por debajo. 


Tiempos aquellos en los que una era “feliz e indocumentada”, como acuñó en su día Gabriel García Márquez. 

Estos inconvenientes nos los ha resuelto el ordenador. Si nos equivocamos, tecla de retroceso y resuelto, y si pulsamos “guardar como”, tendremos a nuestra disposición el documento siempre que queramos. La simplificación es digna, creo yo, de un mayor reconocimiento. 

 La introducción me sirve para empezar esta reflexión escrita que yo pretendía hilvanar sobre los propósitos del año nuevo. Sin necesidad de recurrir al archivo físico, me he topado en el ordenador con un artículo que preparé a comienzos del año 2009 y que Andrés publicó en este blog. Se titulaba “Año Nuevo, nuevas intenciones”, y era un decálogo sobre lo yo que pretendía hacer y evitar durante aquel año (ya han pasado cuatro), y que como es natural no conseguí, o al menos, no totalmente. Y lo más curioso, me alegro de ello. 

Pues miren por dónde, lo que una ha escrito y relee al cabo de un tiempo, pienso que es comparable con recuperar y remirar fotografías antiguas. Te reconoces en ellas, pero ya no eres la misma. La vida no se detiene, al menos hasta llegar a la última parada, y como los ríos, nuestra corriente va arrastrando distintos sedimentos. Hay que seguir saltando entre las peñas, alegremente, pero sin prisa, y si no se puede saltar, al menos, dejarse llevar. Y confiar en que el mar aún queda lejos e ir disfrutando del recorrido. 

Sonreír al pasado, a “aquellos tiempos del cuplé”, pero sin añorarlos, y sonreír también al presente, por aquello de que la sonrisa es contagiosa y a lo mejor nos la devuelve. Y el futuro, ignorarlo, lo mismo que les repito a mis nietas: “No habléis con desconocidos”. 

 Así que por lo que a mí respecta, nada de propósitos, ni de decálogos. Te obligan, te encorsetan y terminan por frustrarte. Ilusiones, sólo ilusiones, que nos mantendrán expectantes y curiosos en este año 2013 viendo como se desarrollan los acontecimientos, esperando que mejoren y confiando en que se cumplan nuestros sueños.

 ¡Que así sea para todos! 
 3 de Enero de 2013. 
 Mayte Tudea.



3 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo con lo de no hacer decálogos o planes, porque inevitablemente siempre hay algo que los echa por tierra. Gracias por esos buenos deseos para todos. ¡Ojalá los veamos cumplidos!

    ResponderEliminar
  2. Como diría el filósofo, el secreto de la felicidad debe ser, para este año y para toda la vida, tener amplias expectativas, muy pocas aspiraciones y, cada vez, menos necesidades. Sólo de esta manera podremos satisfacerlo todo. Y, en eso consiste la felicidad, ¿o no?

    ResponderEliminar
  3. Por supuesto, Tomás. Y la ilusión, sobre todo la ilusión. Sólo ella y la curiosidad, pienso
    yo, nos mantienen realmente vivos. No se trata de grandes aspiraciones, sino de pequeñas ilusiones, que si se van consiguiendo, nos procuran momentos de felicidad, ya que la felicidad con mayúscula, no existe.

    Un abrazo. Mayte

    ResponderEliminar

Por favor: Se ruega no utilizar palabras soeces ni insultos ni blasfemias, así todo irá sobre ruedas.
Reservado el derecho de admisión para comentarios.

Buscar