25 abril 2012

AMAR Y COMER

Existe un cruce simbólico entre comer y amar, actividades ambas de placer, que se desarrollan en máquinas cuya simbología es similar: la mesa y la cama. La correspondencia de expresiones como gula y lujuria (devórame o te comería) así como entre el mantel y la sábana, expresan la interrelación que se desprende de ellas. Los alimentos llegan a las mesas calientes, y la carne recién braseada también, en correspondencia significativa con los cuerpos de los amantes cuya calidez es signo de vida. Así mismo el inexcusable uso del mantel hace presagiar una comida sosegada en la que se apreciaran de manera solemne las distintas exquisiteces, frente a las rápidas y frías que lo sustituirán por un mantel de plástico. Es la sabana también un presagio de la extensión infinita de los cuerpos. El mantel no limita el tiempo de los comensales, la sabana alba y destellante anticipa la unión de un cuerpo en otro sin premura.

La mesa y la cama son dos escenarios de los que se derivan una plácida lentitud en la primera y una degustación pausada y sin reglamento en la segunda. En la mesa y en la cama, el ego se pone encima y se ve quién es quién. Obviar el mantel en la mesa indica urgencia y escasez en paladear los manjares en tanto que amar en un tálamo sin sabanas es convertir una experiencia significativa y enriquecedora en un acto vulgar y de rápida consumación. ¿Es posible que la actual rapidez en el yantar se pueda transferir en velocidad para el amor copulativo? ¡Qué horror!

Desde que Jessica Lange incitó a Jack Nicholson en El cartero siempre llama dos veces para hacer el (sexo) amor entre hogazas, platos de harina y pucheros, la cocina y su mesa se han convertido, en algunas ocasiones, en un lugar ramplón para gestionar y convertir en festín una reunión gloriosa. Solo Manet en su cuadro “El almuerzo en la yerba” logra representar el culmen de la comida pausada y cercana al goce del sexo. Las posturas de los comensales sobre el prado aluden a la morbidez y al próximo goce, relacionando el mantel con la sabana. Y es que toda locura de amor se apoya inexorablemente en una fuente de olores, bien que tengan su origen en manjares o en los que emite el hermoso cuerpo de una mujer radiante.

La insólita frecuencia y la pronta aparición de las relaciones sexuales de nuestros jóvenes, son el resultado de una defectuosa y rápida manera de concebir la vida. Todo lo hacen con urgencia y de pié; comer y amar. Solo tratan de saciar los apetitos como mera forma de supervivencia. Son reos de los propios avances en el proceso de independencia y liberación de la mujer gracias al cual han ganado facilidades generales en el disfrute de la lujuria. No saben del dulce encanto del cortejo amoroso.

Ignoran que el amor tiene su hábitat, que una alcoba, un cuarto de baño, un vestidor en donde el desnudo se expone cadenciosamente vuelve a ser la escena de una buena cetrería para la que se requiere mayor habilidad, finura y educación y que la intimidad de un cuarto o una cama deshecha puede ser una oferta sexual mucho mayor que un cuerpo sucinto, que la excitación amorosa tiene que ver con plantar cara frente al otro cuerpo, vencer o rendirse en la pugna apasionada, encender o ser encendido en una hoguera más allá de lo racional. ¡Qué hermosa locura!

Nono Villalta, abril de 2012

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