29 enero 2012

AÑO NUEVO…

En esta carrera de fondo que es la vida, he llegado a la meta de San Silvestre en un lugar para no estar en el pódium, aunque sí aceptable, como creo que le sucederá a otras personas.
Después de una cena buena e íntima en familia, después de tomarnos las tradicionales doce uvas al son de las campanadas del reloj de la Puerta del Sol, transmitidas por televisión, y después de los brindis con “champán “, de los besos, las felicitaciones y los deseos de salud y prosperidad para todos en el año entrante, pasadas un par de horas del nuevo año nos fuimos a casa a descansar. Al llegar, miré los calendarios caducados y evoqué algunos de los días vividos que se han quedado en el recuerdo, los demás, se han diluido en la memoria acumulándose solamente en el organismo.
La primera noche del año 2012 pasó en un sueño, y al día que estrenaba el nuevo año le di la bienvenida temprano. Aún somnolienta, cogí un periódico local del día anterior, que no había leído, y atrajo mi atención el enunciado de su última página, donde el que fuera ministro de UCD con Adolfo Suárez, José Manuel Otero Novas, decía en una entrevista:
“ESTA CRISIS SE PARECE A LA DEL 29 QUE LLEVÓ A UNA GUERRA”
Luego, al preguntarle el periodista ¿Por qué es un mito la paz? Le contestó que nos hacemos la ilusión de que en las civilizaciones avanzadas la guerra es cosa de épocas pasadas. Y no es verdad.
No era la mejor manera de comenzar el año leyendo el contenido del artículo, sin embargo, como hay que vivir el momento, me encaminé al centro de la ciudad con mi fiel acompañante, dispuestos a hacerle los honores al nuevo año con un buen desayuno. Tras acabarlo, sin poder olvidar del todo lo leído en el periódico, paseamos por las calles más emblemáticas del centro mirando la ornamentación del alumbrado navideño y llegamos hasta la Catedral cansados, entramos en ella y nos sentamos cuando la música de los órganos llenaba todo el recinto. Al instante, guiados por el obispo de la diócesis, desfilaron delante del altar mayor los cinco oficiantes de la misa, y al terminar los primeros cánticos, uno de los sacerdotes con un libro de los Evangelios ricamente recamado, subió con gran ceremonia los escalones del púlpito envuelto en una nube de incienso, leyó una introducción al evangelio del día, y al terminar, bajó con el libro en alto y se lo entregó al obispo, que haciendo con él la señal de la cruz, bendijo a los fieles y comenzó la lectura del Evangelio de San Lucas. El uno de enero es el día de la circuncisión de Jesús, el octavo después del nacimiento según la ley Mosaica, y fue llamado Manuel. La Iglesia celebra también en esta fecha la maternidad de la Virgen y el día mundial de la paz. Y sobre la paz versó la homilía de Don Jesús Catalá, presentando el rostro más humano y fraterno de Jesús, al que llamó “Príncipe de la Paz”. Habló de la conveniencia de educar a los jóvenes en la justicia y en la paz, que en la crisis que atravesamos; económica, moral, cultural, antropológica y étnica, sólo debe haber una gran familia humana y que el Señor en el Sermón de la Montaña dijo; que los que trabajan por la paz serán llamados hijos de Dios.
Acabada la homilía, el prelado hizo seis peticiones a Dios con las plegarias colectivas: ¡Señor escúchame! ¡Señor óyeme! Empezó las súplicas por el vértice de la pirámide católica en línea descendente; por el Papa, por la Santa Madre Iglesia, por el obispo y los sacerdotes, por las vocaciones en los jóvenes, por la paz, por los que sufren y por todos los hombres del mundo.
Durante la ofrenda al Altísimo y en otros pasajes de la ceremonia, los órganos nos deleitaban con su música, y yo mientras la oía, contemplaba absorta el semicírculo de columnas corintias del altar mayor, como queriendo atrapar en ese instante la belleza arquitectónica y la del ritual litúrgico, sin embargo, en el subconsciente no cesaban de martillear los conceptos; paz y guerra, guerra y paz. Conceptos antagónicos, aunque sólo separados por unas circunstancias que pueden no darse en algún lugar en cualquier momento. Terminada la misa salimos de la Catedral, y pensé, que las peticiones por la paz que habíamos hecho deberían se escuchadas en las alturas, no sólo en lo concerniente a nuestro entorno, sino también para que muchos de los países que llevan años y años de cruentas luchas puedan alcanzarla.
El medio día era espléndido, las calles y las terrazas llenas de gente, y mi corazón, feliz y un tanto acongojado por disfrutar del bien de la paz y tener que aceptar impotente no poder hacer nada para que los pueblos en guerra puedan participar de ese bien, sólo, esperar que Dios atendiera mis súplicas.
La vida se impone y el día siguió su curso. Entrada la noche, invitada por una buena amiga, fui con ella y con otras amigas y compañeras al Teatro Alameda donde la Orquesta de Cámara de la Universidad de Málaga interpretaba el Concierto de Año Nuevo. Si la música sacra de la mañana me tocó el alma, la de los valses de Straus, profana y romántica, alegró mi cuerpo y mi espíritu. Con esa alegría me sentí en paz, y pensé, que la buena música nunca es profana, que bebe del manantial de lo divino.



Amalia Díaz
4 de enero de 2012


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