El pasado día 20, viernes, en el salón de actos del Mercado de la Merced, tuvo lugar la conferencia que con este título nos ofreció nuestro Catedrático de Filosofía, Don Tomás Morales Cañedo. Y digo “nuestro”, no porque deseemos adjudicarnos la propiedad, ni siquiera en una mínima parte, de su persona, sino por esa cercanía que transmite, por la disponibilidad y entrega de la que siempre hace gala, y que “Amaduma” como asociación y los que nos consideramos sus amigos, nunca agradeceremos bastante.
En ese torrente de ideas que desarrolla de modo habitual, nos dibujó un panorama de la juventud actual, de la precariedad en la que se mueven, de las dificultades a las que van a tener que enfrentarse en los tiempos venideros, de ese mundo móvil e inseguro en el que les ha tocado vivir y en el que necesariamente tendrán que sobrevivir.
Y trató de demostrarnos que nosotros los mayores somos los “privilegiados”, los que hemos conseguido un status de primera clase, y a los que no nos van a afectar los cambios que ya se han producido en la sociedad presente y en la que nos espera a la vuelta de la esquina.
Reflexionando sobre este tema, yo no estoy tan segura Tomás, de que las cosas vayan a ocurrir así.
Es cierto que la mayoría de las personas que nos encontrábamos en el salón de actos escuchándote, disfrutamos de una economía estable y en algunos casos incluso desahogada que nos permite vivir con dignidad, viajar, y realizar aquellos deseos que en otros tiempos no fueron posible por falta de tiempo, de dinero, o de oportunidad.
Pero el grupo que te acompañábamos, constituimos una pequeña isla en ese gran mar de los jubilados o prejubilados, y ¡qué decir de las viudas! a los que apenas alcanza su pensión hasta finalizar el mes y que viven en una aparente digna pobreza, pero a los que cuando atraviesan el umbral de su hogar, les recibe directamente la miseria. Se alimental mal, pasan frío en invierno y un calor agobiante en los largos veranos, y no disponen de ninguna de las comodidades de las que disfrutamos otras personas con absoluta naturalidad. ¿Te imaginas unos ingresos que no alcanzan los cuatrocientos euros –en el caso de muchas viudas-, y con los que han de hacer frente a la comunidad, la luz, el agua, el gas, el teléfono, el I.B.I., más la comida, algo de vestido, y una casa antigua donde las averías son frecuentes? Solamente pensarlo me hace sentirme mal.
Además, nosotros los “sesentañeros”, esa generación “sándwich” que ha cuidado de sus padres, de sus hijos y ahora de sus nietos,
no cuenta en absoluto con la perspectiva de que cuando no seamos capaces de cuidar de nosotros mismos, nuestros hijos tomen el relevo para hacerlo. La incorporación de la mujer al trabajo -algo totalmente lógico y deseable-, hace imposible que quien se ha ocupado hasta ahora de ese menester, pueda continuar haciéndolo.
Las residencias públicas son absolutamente insuficientes y las privadas tienen un coste aproximado de unos tres mil euros al mes.
¿Cuántas personas disponen de esos ingresos, -no existe pensión estatal que alcance esa cifra- para poder permitírselo? Ya sé que existen productos bancarios como las hipotecas inversas, etc. etc.; pero no nos engañemos Tomás ¡con los Bancos hemos topado!.
En fin, que los jóvenes lo tienen ”crudo”, pero los mayores vamos a necesitar muchas “dentaduras postizas” para poder masticarlo.
Ahora bien, como a pesar de todas estas reflexiones padezco de un optimismo crónico, propongo reconvertir nuestra asociación en una comuna donde compartir gastos y cuidarnos los unos a los otros.
¡Igualdad y fraternidad! porque la libertad llegados a ese punto, ¿para qué la necesitamos?
Mayte Tudea