Artículo publicado en la revista de Amaduma
Es un día cualquiera y busco un trozo de cuerda
fina, casi seguro guardado en uno de los cajones del escritorio. Mientras hurgo
hasta dar con ella, me doy cuenta de que en su contenido no se ha parado el
tiempo, sino los tiempos.
Cada cosa tuvo en su momento una razón importante
para ocupar ese sitio como símbolo de una huella de vida: Pequeños trastos en
apariencia inútiles, o señales indelebles custodiadas por nostalgia o por si
acaso… ¿Por qué siguen ahí aunque parecen inservibles? ¿Dónde está escrito que
solo debemos conservar lo útil?
Sin llegar al extremismo del Síndrome de Diógenes,
creo que todo objeto guardado es un testigo fidedigno de una etapa de mi
existencia. Me alegra encontrármelos de cara porque son mejores que un diario,
ése que nunca he escrito ni escribiré. Enseguida vienen a mi memoria los
motivos de su confinamiento.
Viejos listines de teléfonos de bolso, con nombres del
pasado sin recuerdos importantes, otros sin contacto durante años o ya difuntos.
Un programa de Les
Luthiers y su inolvidable actuación. La disfruté a solas en un palco del
Teatro Cervantes, no quería perdérmelos por nada ni por nadie.
Una pluma estilográfica con el cartucho de tinta
seco y una cajita de recambios Sheaffer.
Después de ponerle el cartucho nuevo, y garabatear varios círculos en un papel
en blanco, ha vuelto a la vida. La he puesto junto a los bolígrafos y
rotuladores de uso diario.
Una baraja de cartas con figuras de ángeles y
arcángeles: Uno de los tantos coleccionables abandonados después de la primera
o segunda entrega.
Un tarjetero lleno de tarjetas de empresas o
personas ausentes.
Una cinta de recambio para mi vieja máquina de
escribir Olympia y sus sobres de Tipp-ex.
Algunas fotos de carné antiguas. Cartillas
bancarias y pasaportes caducados con sellos de ciertas fronteras: Argentina,
Brasil, Italia, Grecia, Marruecos, Londres…
Notas manuscritas con títulos de libros ya leídos o
por leer. Cajas de clips y grapas de uso habitual. Y al fondo, por fin, varios
pequeños ovillos de cuerda.
Al terminar de descubrirlos, estos objetos han cambiado de categoría, ahora los siento como el testimonio material de un pasado. Son piezas tangibles de una existencia, quizá de unos sueños incumplidos por una realidad diferente. Algunos, ya imposibles, irán a la basura. Sin embargo, muchos todavía guardan un significado que, afortunadamente, puedo recordar. Quizá, antes de desaparecer, deban esperar otro momento cuando entre unas manos temblorosas o una mente confusa, me resulten ajenos.
Aunque sería aún peor que alguien, familiar o extraño,
los manosee después de mi partida, invadiendo una intimidad que no les
pertenece. Seguramente dirán: Vaya manía la de los viejos de guardar tantas
porquerías.
Como dice el título de una famosa canción, qué
sabe nadie.
Esperanza Liñán Gálvez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor: Se ruega no utilizar palabras soeces ni insultos ni blasfemias, así todo irá sobre ruedas.
Reservado el derecho de admisión para comentarios.