Un cuento de Carolina Castro Padilla
“Juliancito
está destinado a las letras
desde antes de nacer”, así decía su padre al verlo jugar con los cubos de
madera que lucían en sus caras letras grabadas en brillantes colores. “Cuando
vaya a la escuela, sabrá ya el alfabeto”, predecía el señor mientras el niño
acomodaba una a una sus letritas formando a capricho largas palabras
impronunciables.
“¿Qué dice el futuro genio de la lengua?”, lo saludaba cuando Julián metido
entre sus libros estudiaba en la Universidad.
“Ahora sí hijo, ¡a escribir se ha dicho!”, afirmó satisfecho al verlo regresar
del extranjero con un doctorado en Letras Hispánicas.
“Mi hijo publicará muy pronto su primer libro”, comentaba el anciano a sus
amigos. “Está realizando una obra que asombrará al mundo”, agregaba en voz baja
para contener su entusiasmo y no revelar el proyecto que realizaba el ya doctor
don Julián desde hacía varios años encerrado en su biblioteca, en donde estaba
concentrado su sueño: emplear la tecnología para obtener la obra perfecta, la
única, aquella que sería el compendio, o la síntesis del genio creativo en la
literatura; para esto, escribía sin descanso frente a un modelo especial de
computadora al que alimentaba con todo cuanto consignaba la Historia de la
Literatura Universal.
Hacía tiempo que había llegado a los
autores contemporáneos, pero en ellos se había estancado al no poder saciar su
prurito por obtener las últimas publicaciones y seleccionar aquellas que debía
asimilar su aparato mágico. Esto lo hizo caer en un estado enfermizo del que
vino a rescatarle el “¡Basta ya!”, enérgico y cortante, gritado por su padre
para despertarlo de su sueño.
Ambos se miraron y un suspiro contenido
por años, puso punto final a la búsqueda de un don Julián ya envejecido,
haciéndolo aceptar que había llegado el momento de ver nacer la obra maestra de
su vida. El temblor en sus manos, golpeaba la ya cansada ansiedad de su padre
que lo miraba hacer. Se acercó a la computadora, la preparó con minucioso
cuidado a ritmo de resonancias internas que taladraban su piel. La accionó. Un
prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr y sus ojos anegados de sorpresa quedaron estáticos ante
el papel en el que aparece escrito:
A b c ch d e f g h i j k l ll m n ñ o p q r rr s t u v w x y z.
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