En
este mundo que protagonizamos, tantas veces aquejado de comportamientos extremistas,
radicales y violentos, en la sucesión de los días, nos sentimos en la necesidad
ineludible de ir buscando y aplicando recursos y
medidas compensatorias, que nos ayuden en la recuperación de ese sosiego
beneficioso e imprescindible para el equilibrio, tanto individual como
colectivo.
Cada
persona trata de encontrar esa medicina o “pócima maravillosa” desarrollando
diferentes actividades, en función de la naturaleza de su carácter y las
circunstancias propias en las que se halle en un determinado momento. Ya sea disfrutando
la lectura, asistiendo al cine o al teatro, participando en el deporte, estableciendo
vínculos afectivos con el entorno natural, buscando las mejores y buenas
amistades, laborando en la cocina, realizando habilidades artesanales, integrándose
en positivas actividades grupales, asistiendo a las clases para mayores, practicando
la expresión escrita, colaborando en la solidaridad social, etc. Siempre
pensamos, ilusionadamente, que estos recursos lúdicos/sociales/culturales, nos
pueden propiciar el bien o el valor del necesario sosiego
anímico, cuya ausencia tanto nos hace sufrir.
Uno
de estos recursos “terapéuticos” para cuando alteramos ese equilibrio en el ánimo
es la audición (y composición) musical. Los
sonidos grabados en el pentagrama nos generan motivaciones y sentimientos
contrastados según la necesidad de cada cual. No se puede poner en duda de que hay determinadas piezas musicales que, aun
desconociendo el por qué, nos generan estados del
ánimo muy diversos. La alegría, la tristeza, el clímax
emocional, la valentía, el relax, el romanticismo,
la añoranza, la tranquilidad,
el miedo, la intriga,
la serenidad, la dinamización,
los recuerdos, la vitalidad
y así un largo y variado repertorio de aportes psicológicos.
Los medios instrumentales para la música son diversos y
todos necesarios. Hablamos de sonidos procedentes de las teclas de un piano, de
la percusión sobre unos timbales, de la acústica modelada por una trompeta, de
las dulces cuerdas de un violín, de los amenos sones de un saxofón o de los
latidos rítmicos de las cuerdas de una guitarra. Por fortuna, es muy numerosa
la base instrumental que permite modular la providencial ayuda de estos sonidos benefactores.
También
son abundantes los géneros musicales. Música
clásica, romántica, rock, religiosa, country, instrumental, sinfónica, popular,
española, italiana, francesa, flamenca, militar, cinematográfica, deportiva,
testimonial o de autor, etc.
Ciertamente,
unas y otras audiciones musicales pueden gustar más o menos, según las
circunstancias anímicas del oyente y la calidad técnica de su elaboración, pero
todas ellas nos ofrecen generosamente su ayuda providencial en los momentos más
insospechados. Una misma canción genera respuestas
y sentimientos diferentes u opuestos en las distintas personas y en los
distintos tiempos para la audición.
El gusto por la música lo tenemos desde nuestra
más lejana infancia. Ya las madres cantaban “nanas” a sus pequeños, a fin de
favorecer en ellos la necesidad del sueño. La radio ha sido siempre un muy
eficaz aliado para la difusión de todo tipo de música. Y echando esa mirada
para la nostalgia, recordamos aquellos alegres “guateques”
en los domingos por la tarde, durante los añorados
años sesenta. En esas fiestas juveniles, el “alma mater” de la técnica acústica
era los famosos y apreciados pick up o tocadiscos, que permitían “extraer” la
música “enlatada” en aquellos también inolvidables discos de vinilo, cuyo valor
y uso se ha realzado sorprendentemente en los tiempos actuales. Se disponía de los discos sencillos o singles y aquellos otros de
mayor capacidad, los long play o LP. Y el pequeño tocadiscos “leía” no a través
de un rayo láser, sino madiante una aguja que recorría los surcos concéntricos
grabados en el preciado vinilo, agujas que daban algunos disgustos pues los
rayados y comunicación de pistas estaban a la orden del día, para el
divertimento y protestas de la alegre “muchachada” asistente.
Décadas
más avanzadas permitieron el sorprendente avance informático que hacía posible
conservar y difundir los sonidos musicales a través de los pequeños discos
plastificados, denominados CD y DVD, con la
versatilidad de poder albergar en ellos decenas y decenas de piezas musicales.
Ya no se utilizaba la aguja sobre los surcos de los discos de vinilo, sino un
poderoso rayo láser que leía los millones de bytes grabados en las densas
pistas de esos nuevos discos. Hoy en día, estos sistemas de almacenamiento se
consideran obsoletos, pues ya hablamos y utilizamos las
“nubes” o las plataformas de almacenamiento, que hacen posible una casi
“infinita” capacidad de contenidos, para miles y miles de composiciones musicales.
Los “tocadiscos” son entrañables piezas de museo. Te puedes conectar con esas
plataformas a través de las redes de internet, mediante tu propio móvil
telefónico, las tablets y, obviamente, los ordenadores personales. Las
conexiones son muy diversificadas. Esas plataformas y nubes tienen material
acústico de libre uso, además de otros contenidos para los que hay que pagar la
correspondiente cuota. Ahí tenemos los “gigantes musicales” del SPOTIFY, el APPLE
Music o el siempre versátil YOUTUBE.
Sean
cuales sean los medios utilizados, lo verdaderamente importante y maravilloso es
que la música
estará ahí, cerca de nosotros, para facilitarnos compañía en nuestros
quehaceres o en los espacios lúdicos específicos para la diversión. Sus latidos
rítmicos vitalizan nuestro ánimo, generando sentimientos que transforman las dificultades, las
monótonas rutinas, los ocres desengaños y las respuestas neblinosas de la
apatía. La música nos hace sentir, “sufrir”, amar, disfrutar y vivir. Sin la
música este mundo sería más triste, oscuro, austero, absurdo y aburrido, en su
recorrido cronológico. La música ennoblece nuestras vidas, dotándolas de esa
magia indefinible, proveniente del paraíso místico del corazón.
José L. Casado Toro
marzo 2024
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