ÚLTIMO VAGÓN
Ya
en el metro dudó entre el ascensor o las escaleras. Eligió el primero. Sentía el palpitar de sus sienes y un aleteo
de mariposas en el estómago. Largos
meses chateando, desnudando sus pensamientos, con timidez al principio y, más
tarde, con la confianza ciega de que su
desconocido interlocutor habría de compartirlos. Tanto tiempo de abandono, de
incomunicación y ¡por fin! había encontrado a su alma gemela.
En el andén el metro llegaba deslizándose
con suavidad. Se detuvo y ella, temblorosa, pulsó el botón de la puerta del
último vagón, el lugar en el que habían convenido la primera cita. Al entrar en
él pudo distinguir, al fondo, la silueta elegante, conocida que le sonreía. Era
su marido.
Mayte
Tudea
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