Fue en
el Campamento Militar de Camposoto, cerca de San Fernando, en una tarde de
junio de hace muchos años, cuando un recluta castellanohablante le preguntó a
otro, catalán, por un nuevo cantante del que había oído una canción cuya letra no comprendía del todo. El catalán cantó la
canción, escribió la letra y la tradujo. Y con aquellas palabras entró en mi
vida quien habría de ser cantautor de
referencia en los años siguientes. En 1967, a los 24 años, Joan Manuel Serrat
decía: Ara que tinc vint anys/ ara que encara tinc força/ que no tinc l ànima morta y em sento bullir la sang… Tenía
20 años, no tenía el alma muerta, sentía hervir la sangre, y estaba dispuesto a
comenzar una espléndida carrera artística, en la que compuso “Lucía”, “Tu
nombre me sabe a hierba”, “La mujer que yo quiero” “Cançò de matinada”, “Cançò
de bressol”, alternando sus dos lenguas, y adaptando a dos poetas magistrales
en sus y álbumes dedicados a Machado y a Miguel Hernández, para cerrar su época
más brillante con ese himno a la vida, a su vida, a la vida de todos los que
habitamos en sus orillas, que es “Mediterráneo”.
Escribe
Manuel Hidalgo, director de EC: Las
etapas históricas no terminan en un determinado día o año. Se agotan poco a
poco, sufren un lento, desapercibido, desangramiento. De pronto, hay un
acontecimiento que señala con un golpe de gong su desenlace efectivo que se
exagera y mitifica, como es la gira/despedida de J.M. Serrat. El adiós
definitivo de uno de los máximos representantes de la cultura popular española,
que ha puesto banda sonora y espiritual a un público intergeneracional,
ideológicamente plural, durante casi seis décadas.
En su
conjunto, toda la música popular -las
canciones, para entendernos- tiene un
peso enorme porque se cuela en nuestras vidas desde la infancia, introduce en
nuestro pensamiento y sentimientos tópicos y valores de comportamiento, y queda
asociada a nuestros momentos y experiencias de alegría, tristeza, placer,
pérdida… y no digamos, a amores y enamoramientos. Ni el más sublime de los
libros ni la más hermosa de las películas tienen la misma potencia a la hora de hacernos evocar lo que hemos vivido y sido, lo que ha
sido nuestro país.
En el
caso de Serrat, como en el de tantas otras cosas, ya han pasado cincuenta,
cuarenta, treinta años de casi todo. También de un país, de una política, de
una cultura que no son como fueron. De modo que Serrat cerró el concierto de
Madrid con estos versos de doble alcance: Vamos
bajando la cuesta/ que arriba en mi calle/ se acabó la fiesta.
JOSÉ RAMÓN TORRES GIL
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