21 junio 2022

UNA ANCIANA CATALANA DE LOS 60

 

En una fonda-casa de comida, de la C/ Tarragona, en la Ciudad Condal, frente al antiguo matadero municipal, y la plaza de toros “Las Arenas” daban por 15 ptas. un menú de mediodía, de sopa clara, y una loncha de mortadela envuelta en una hoja, lacia y oxidada, de lechuga. A veces los primeros platos eran de lentejas con piedrecitas, o de habichuelas pintas, “viudas” y sin apenas grasa, con un chusco, y un porrón de vino “peleón bautizado”, del Priorato, por el mismo precio: ¡ah!, y una jarra, tapada con un trapito con una tira bordada, llena de agua con sabor a lejía: “és el clor, fill, que treu les malalties”: el cloro que mata las enfermedades, decía Dolores, la señora Lola, dueña de la fonda. Teobaldo, Teo para los amigos, parroquiano asiduo, decía que el menú de sopa clara y la loncha de mortadela, con la lechuga lacia, era comida para los tuberculosos, y a continuación tarareaba: “Somos los tuberculosos/ los que más nos divertimos/ y en todas las reuniones, arrojamos y escupimos./ Es el bacilo de Koch/  el que más nos interesa/ y estamos llenos de taras/ desde los cojones a la cabeza”. A este cuarentón, le pusieron ese nombre tan raro, en memoria de su abuelo materno, nicaragüense.  Cada vez que invitaba a alguien a su casa en la C/ Aragón, entre las de Entenza y Rocafort, para leer algunos poemas escritos por él, nos hacía pasar por un largo pasillo de paredes desconchadas, hasta llegar a una salita con una pequeña biblioteca, y un profundo olor a meados de gatos, de no ventilarla apenas, donde se encontraba su madre: Una anciana, octogenaria, con gesto de abatimiento “episcopaliano”, recostada en un sofá orejero, muy ajado por los posa-brazos. La anciana era espectral, siempre recluida en esa habitación rodeada de libros de su marido, fusilado al acabar la Guerra Civil, por haber pertenecido a la CNT, decía.  Como en sus tiempos de primera juventud fue actriz comentaba que entre otras actuaciones, hizo en el Santa Cruz, la zarzuela catalana: “La Baldirona”, de Ángel Guimerá. El sainete: “Las Castañeras Picadas”, de Ramón de la Cruz, como no se lo ofrecieron, jamás lo representó. Creo que el motivo fue por ser una actriz mediocre, pobrecita.  Para esta anciana, hablar de política era como un eco de un llanto con sordina, que entonces toda España padecía en silencio, y todo aquél que lo hacía a voz en grito: ¡a la calle Entenza! (cárcel Modelo), por una temporada. Ella, para desviar el dolor y el recuerdo del fusilamiento de su marido en el 39, solía hablar de la página en blanco, donde muchos jóvenes, sin poder hablar ni manifestarse, tenían el porvenir, en las alcantarillas del Régimen. Pero lo mejor era cuando nos hablaba, y nos leía a Machado: “Tu verdad, no, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela”. El dolor que crepitaba constantemente en su memoria parecía que le obligaron a jurar, como a cada ateniense, que perdió la batalla: “No recordaré las desgracias”.  Pero ella, en el recuerdo de su amor profundo hacia su marido, sentada en su viejo sillón, con su gato cabezón en el regazo, jamás dejó de pensar en él.  Cuando se refería a Lorca, decía que la muerte puso sus huevos en la herida luminosa, siendo su asesinato a escondidas y al margen de todos los tribunales. Y como tampoco era muy de iglesia y rosarios, cuando escuchaba alguna frase sobre la “Cruzada” de Franco, citaba a Herbert Rutledge: “Sí, caballeros, tenéis razón; era una cruzada. Pero la cruz era la gamada”. 

Bueno, pues resultó que esta anciana, al saber que yo era melillense, me dijo una tarde, que había residido en nuestra ciudad, en los felices XX, con su alegre Charleston, y el Foxtrot.  Trabajó en el famoso Cabaret “Concert La Nuit”, en el barrio del General Del Real y Sánchez Paulete, barrio que todos conocemos como “El Real”, como bailarina a comisión de cada pieza de baile, que los clientes solían entregarles los tikets, para poder sacar a bailar a la señorita que más les agradase.  Ella sonreía con un malévolo brillo en sus ojos, recordando los años tan felices vividos en Melilla. Con las cejas calvas y blanquecinas, sin apenas pestañas, se le notaba una peca de un color verde apagado en la mejilla izquierda que decía le brotó a los veinte años. Y yo pensé, que sería ayudado con una aguja de coser mojada en tinta china.

 

Juan J. Aranda


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