En una fonda-casa de comida, de la C/ Tarragona, en
la Ciudad Condal, frente al antiguo matadero municipal, y la plaza de toros
“Las Arenas” daban por 15 ptas. un menú de mediodía, de sopa clara, y una
loncha de mortadela envuelta en una hoja, lacia y oxidada, de lechuga. A veces
los primeros platos eran de lentejas con piedrecitas, o de habichuelas pintas,
“viudas” y sin apenas grasa, con un chusco, y un porrón de vino “peleón
bautizado”, del Priorato, por el mismo precio: ¡ah!, y una jarra, tapada
con un trapito con una tira bordada, llena de agua con sabor a lejía: “és el clor, fill, que treu les malalties”: el cloro que mata las enfermedades, decía
Dolores, la señora Lola, dueña de la fonda. Teobaldo, Teo para los amigos,
parroquiano asiduo, decía que el menú de sopa clara y la loncha de mortadela,
con la lechuga lacia, era comida para los tuberculosos, y a continuación
tarareaba: “Somos los tuberculosos/ los que más nos divertimos/ y en todas
las reuniones, arrojamos y escupimos./ Es el bacilo de Koch/ el que más nos interesa/ y estamos llenos de
taras/ desde los cojones a la cabeza”. A este cuarentón, le pusieron ese
nombre tan raro, en memoria de su abuelo materno, nicaragüense. Cada vez que invitaba a alguien a su casa en
la C/ Aragón, entre las de Entenza y Rocafort, para leer algunos poemas
escritos por él, nos hacía pasar por un largo pasillo de paredes desconchadas,
hasta llegar a una salita con una pequeña biblioteca, y un profundo olor a
meados de gatos, de no ventilarla apenas, donde se encontraba su madre: Una
anciana, octogenaria, con gesto de abatimiento “episcopaliano”, recostada en un
sofá orejero, muy ajado por los posa-brazos. La anciana era espectral, siempre
recluida en esa habitación rodeada de libros de su marido, fusilado al acabar
la Guerra Civil, por haber pertenecido a la CNT, decía. Como en sus tiempos de primera juventud fue
actriz comentaba que entre otras actuaciones, hizo en el Santa Cruz, la
zarzuela catalana: “La Baldirona”, de Ángel Guimerá. El sainete: “Las Castañeras
Picadas”, de Ramón de la Cruz, como no se lo ofrecieron, jamás lo representó.
Creo que el motivo fue por ser una actriz mediocre, pobrecita. Para esta anciana, hablar de política era
como un eco de un llanto con sordina, que entonces toda España padecía en
silencio, y todo aquél que lo hacía a voz en grito: ¡a la calle Entenza!
(cárcel Modelo), por una temporada. Ella, para desviar el dolor y el recuerdo
del fusilamiento de su marido en el 39, solía hablar de la página en blanco,
donde muchos jóvenes, sin poder hablar ni manifestarse, tenían el porvenir, en
las alcantarillas del Régimen. Pero lo mejor era cuando nos hablaba, y nos leía
a Machado: “Tu verdad, no, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya
guárdatela”. El dolor que crepitaba constantemente en su memoria parecía
que le obligaron a jurar, como a cada ateniense, que perdió la batalla: “No
recordaré las desgracias”. Pero
ella, en el recuerdo de su amor profundo hacia su marido, sentada en su viejo
sillón, con su gato cabezón en el regazo, jamás dejó de pensar en él. Cuando se refería a Lorca, decía que la
muerte puso sus huevos en la herida luminosa, siendo su asesinato a escondidas
y al margen de todos los tribunales. Y como tampoco era muy de iglesia y
rosarios, cuando escuchaba alguna frase sobre la “Cruzada” de Franco, citaba
a Herbert Rutledge: “Sí, caballeros, tenéis razón; era una cruzada. Pero la
cruz era la gamada”.
Bueno, pues resultó que esta anciana, al saber que
yo era melillense, me dijo una tarde, que había residido en nuestra ciudad, en
los felices XX, con su alegre Charleston, y el Foxtrot. Trabajó en el famoso Cabaret “Concert La
Nuit”, en el barrio del General Del Real y Sánchez Paulete, barrio que
todos conocemos como “El Real”, como bailarina a comisión de cada pieza
de baile, que los clientes solían entregarles los tikets, para poder sacar a
bailar a la señorita que más les agradase.
Ella sonreía con un malévolo brillo en sus ojos, recordando los años tan
felices vividos en Melilla. Con las cejas calvas y blanquecinas, sin apenas
pestañas, se le notaba una peca de un color verde apagado en la mejilla
izquierda que decía le brotó a los veinte años. Y yo pensé, que sería ayudado
con una aguja de coser mojada en tinta china.
Juan J. Aranda
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor: Se ruega no utilizar palabras soeces ni insultos ni blasfemias, así todo irá sobre ruedas.
Reservado el derecho de admisión para comentarios.