02 junio 2022

SONIDOS INCÓMODOS EN LA CIUDAD

 

No resulta agradable vivir en una sociedad ruidosa, con una contaminación de sonidos que pueden acabar ensordeciéndonos. Los médicos otorrinos, especialistas en nariz, garganta y oído, advierten acerca del daño al que no pocos jóvenes se exponen, cuando asisten a las discotecas y a los conciertos multitudinarios, en los que suele alcanzarse un nivel de decibelios perjudicial para el futuro de sus oídos.  Son esos mismos jóvenes que llevan, durante horas y semanas, conectados a sus orejas el cable y el auricular procedente del iPad o el propio móvil telefónico, con un sonido a todo volumen que martillea temeraria y perniciosamente nuestros frágiles órganos auditivos.  

Lo cierto es que esa contaminación acústica nos persigue en muchos espacios donde desarrollamos nuestras vivencias. Ya se ha aludido a los grandes espectáculos musicales, en algunos de los cuales los asistentes han de introducirse en sus orejas esa bolita de cera o papel que ayude a reducir la exagerada intensidad en el volumen que emiten los equipos de sonido. También debería preocuparnos la atmosfera acústica que se alcanza en los salones de restauración, cuando hay una elevada densidad de asistentes. El nivel del sonido se va paulatinamente incrementando, a medida que van pasando los minutos, llegándose a la cómica situación de que no se habla, sino que se grita, con el ánimo de que la persona que está sentado enfrente de ti (en esas grandes mesas redondas de 8 o 10 comensales) pueda llegar a entender “algo” de lo que le estás transmitiendo. Como unos y otros practican esa elevación del volumen en sus voces, llega un momento en que la atmósfera parece llevar más ruido que oxígeno, en una clara e ineducada contaminación acústica.

Muchos de estos problemas y riesgos para nuestros órganos auditivos derivan claramente de la relajación que hacemos a las normas de una buena o correcta educación. A los mediterráneos se nos considera como más “chillones” con respecto a los naturales de los países nórdicos, tal vez por esa psicología del carácter o temperatura atmosférica que afecta y diferencia a un napolitano con respecto a un londinense, entre otros ejemplos para contrastar.

Desde luego algo se podría y debería hacer con este “ruidoso” panorama, claramente lesivo para nuestra salud. Pensemos en algunas fáciles sugerencias.

Tenemos que reeducarnos para intentar hablar y comunicar en voz baja, en el círculo habitual sociolaboral, familiar y vecinal con el que nos relacionamos y dialogamos. Será una tarea lenta, pero posible y muy saludable.

Hay bibliotecas y salones de estudio, en los centros educativos, que tienen instalado una especie de señalizador cromático o “semáforo” que funciona con un medidor de sonido. Automáticamente la luz pasa del color verde, al naranja o rojo, cuando el índice de decibelios alcanza niveles “contaminantes” para el oído. Esa luz anaranjada o roja te estará impulsando a bajar el ruido que provocas con tus expresiones.

En los salones de restauración, además de esos indicadores luminosos que erróneamente no son aplicados, sería interesante hacer la siguiente prueba: desde el inicio del banquete o celebración, mantener en bajo volumen una música ambiental, acústica o sin palabras. No tiene que ser exclusivamente música orquestal del género clásico, sino otras piezas de interpretaciones que hagan agradable la estancia, acompañando la ingesta de los comensales e inhibiendo a muchos de ellos de esa desacertada costumbre de gritar o chillar, en vez de hablar modulando en tono bajo la intensidad del volumen. Sería interesante llevar a cabo esta prueba, que podría aliviar la “jaula de grillos o cotorras” en que se convierte la acústica de estas celebraciones.

Todavía el número de vehículos eléctricos que circulan por nuestras calles es porcentualmente muy bajo. Un coche con motorización eléctrica apenas suena en su desplazamiento. Incluso has de tener cuidado al cruzar o al caminar por la calzada porque no los sientes llegar. Mientras que no alcancemos un número elevado de vehículos híbridos o totalmente eléctricos por nuestras vías de circulación, será necesario imponer la revisión de los motores y carburadores de los coches, con cíclica periodicidad. Incluso penalizando con impuestos aquellos coches que más contaminan, no sólo con el CO2, sino también con el nivel acústico que provocan. Y ya que estamos en la carretera, cuidar el tipo de asfalto que se aplican a las arterias viales más concurridas. De la combinación de asfalto y neumático puede derivarse una “suciedad” acústica mayor o menor.

Finalizamos estos comentarios aconsejando, una vez más, la vuelta a la naturaleza. En los sutiles entornos de los bosques, valles, montañas y zonas litorales hay ruidos. Pero son sonidos que no molestan, sino que son incluso gratos para nuestros oídos, haciéndonos sentir, soñar y disfrutar.

- El sonido del agua, aquélla que fluye a nuestra visión o esa otra que escuchamos, pero no la vemos con facilidad.

- La emoción tensional del viento, silbando en su mayor, o menor desplazamiento eólico. Desde la simple o tenue brisa, hasta la intensidad de una ventisca.

- La percusión con encanto que realizan las hojas y las ramas de los árboles, impulsadas por aire que se desplaza de un lugar a otro.

- El trinar y otros sonidos que realizan los pájaros y otros animales de la naturaleza, con desigual delicadeza, pero con el “sabor” mágico de lo natural.  

- Y, por último, ese “milagro que se produce cuando percibimos y sentimos el sonido derivado de la propia ausencia acústica, en los ambientes silenciosos de la naturaleza. Es el sonido del no sonido. Verdaderamente “orquestal”, mágico y maravilloso. Es como un lúdico concierto protagonizado con el sencillo instrumental de los silencios e interpretado con destreza por los elementos del medio natural.

 

José L. Casado Toro

Mayo 2022.

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