Pedro Simón ha escrito este libro desde la voz narrativa de un niño, David,
en primera persona. También a través del diario epistolar del personaje que
marca tanto su infancia: Emérita o la Eme, según el momento.
El autor ha desarrollado muy bien, a lo largo de la novela, este recurso
literario. No es fácil evitar comentarios adultos en algún rincón del argumento
y él lo ha conseguido. Nos cuenta la vida de una familia y sus avatares en unos
años concretos de nuestra historia, regalándonos con sus frases momentos
deliciosos. Cómo el niño percibe la diferencia en la forma de actuar de la maestra:
la señorita Mercedes o su madre, según está en el colegio o en su casa. Las metáforas
se hacen visuales en palabras de David, o Currete, como lo llamaba la Eme: El ultramarinos era un tendedero de colores.
El rojo de los pimientos colgados a secar… Y un inventario de los olores. A
especias, a ahumados, a pan recién hecho.
Una de las más elocuentes es la reflexión de lo que él creía significar para
su familia: A mí solo me escuchaba una
sorda.
Emérita, después de aprender a escribir mejor gracias a los dictados del
niño y sus hermanas, nos relata sus experiencias y sentimientos desde que entró
a servir en casa de la maestra, su marido, sus dos hijas (las blandas) y su
Currete. La sencillez de sus palabras son, mismamente,
las que tienen su mayor peso. Cómo describe que, para ella, el desorden es vida y el orden, soledad. El
gran cariño que siente por el pequeño, cuidándolo hasta en los más mínimos
detalles. Él llena el vacío por la pérdida de su hijo y compensa esa culpa que
la acompaña.
En otro párrafo, David, ya mayor, define la época que le había tocado
vivir: Veníamos de las paredes de adobe.
Íbamos hacia el papel pintado. Aspirábamos a ser gotelé.
A partir de la página doscientos
cincuenta o algo más, David hombre nos cuenta, en pocos renglones, sobre su familia
actual, su trabajo, madre y hermanas. Es un adulto y entonces recapacita sobre su
vida en el pueblo y el recuerdo de Eme. Se arrepiente de no haber sido
agradecido con aquella mujer a la que dejó de contestar sus cartas. La que
significó tanto en su niñez. Su madre postiza y olvidada durante veinte años. Cuando
decide buscarla para reparar su falta ya es demasiado tarde.
Es una historia en apariencia cotidiana y
sencilla: una maestra y su familia en los años 70 que, como tantas otras, recorrieron
la geografía española con el anhelo de trabajar en la capital, Madrid. Su profundidad
se siente, especialmente, a través de la mirada de Currete y la Eme: su forma
de dibujar la realidad con un lenguaje cercano pero conmovedor hasta los
cimientos.
El final se resume en su título: una
ingratitud, no practicada adrede, hacia la persona que significó tanto en su
vida. Pone al personaje principal frente al espejo de esos comportamientos
humanos, que revisados a través del tiempo, no fueron tan humanos como entonces
creyeron.
Es un libro magnífico, alejado de los best-sellers, pero de los que dejan
huella. Su calidad literaria no se pesa por las setecientas u ochocientas
páginas de paja...
Esperanza Liñán Gálvez
Esperanza, muy buena reseña, enhorabuena.
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