16 marzo 2021

LOS LATIDOS MÁGICOS DEL APRENDIZAJE

 

Tal vez pueda considerarse un tanto banal hacerse la pregunta de por qué unos alumnos aprenden y otros no, si todos pertenecen a un determinado grupo escolar y tienen al mismo profesor, quien explica e incentiva para todos igual. Obviamente existen muchas razones para entender los éxitos y los fracasos de aquellos niños y niñas que se hallan integrados en la misma aula de clase. Sintetizando las causas, se debe tener en cuenta la diferencia de base “cultural” que existe entre los escolares, aunque tengan la misma o similar edad; también hay que valorar el desigual ambiente familiar (anímico, afectivo y material) que se encuentran, cuando abandonan las aulas y vuelven a sus casas; no se puede obviar tampoco la diferente educación recibida, tanto en sus hogares, como en la sociedad en la que se hallan insertos y, por supuesto, en los colegios a los que han asistido previamente; por último, también consideremos, la herencia genética y la salud mental y física diferencial entre esos niños o jóvenes adolescentes.  

Siendo en sumo importantes los citados factores, hay un elemento o punto nuclear fundamental que resuelve, en mi opinión, el inicial interrogante: no es otro sino la MOTIVACIÓN que se genera en las aulas. Veamos una interesante escena docente, que más de un profesional de la enseñanza ha podido vivir y protagonizar.  

Nos encontramos a mediados de la semana. Hace frío o calor. Los veintitantos alumnos de un grupo de la ESO, atienden (unos más que otros) a la explicación que imparte un esforzado profesor. Es la hora de las Matemáticas, la Ciencias Sociales o la Lengua Española. Cualquier otra disciplina o materia puede ser también válida para la ejemplificación. Para estos alumnos (es posible que también para el profesor) es la quinta hora de clase, en ese concreto día. En un momento determinado de la explicación, uno de los alumnos, con su mano apenas a medio levantar, interviene. Con una media sonrisa en su expresión y un mal disimulado sarcarmo, expone la siguiente pregunta. “Profe, esto que estamos estudiando y que Vd. nos explica ¿de verdad sirve para algo?” La expectación y tensión suscitada es máxima en la atmósfera del aula. Algunos de sus compañeros pueden acompañar la valiente pregunta de su “aguerrido compa” con algunas, más o menos escenificadas, risas. Otros, con un cierto rictus temeroso, miran fijamente al profesor, esperando impacientes su reacción. Y los hay quienes siguen con su continua e impaciente espera de que suene el timbre liberador, a fin de estirar un poco sus dinámicas piernas.

La pregunta es ciertamente inesperada. Un profesor con “tablas” en su experiencia, resuelve fácilmente el asunto, con alguna frase afortunada que diluya la tensión suscitada ante una intervención que puede considerarse tal vez algo irrespetuosa (según quien la hace, como la plantea y quién la recibe) pero, en todo caso, legítima. En caso de no tener fácil la respuesta, el profesor acude a un cómodo y “oxigenante” recurso: “Vamos a ver… En primer lugar, porque este tema, aunque podamos considerarlo un tanto árido o poco útil, dado el esfuerzo mental que necesitamos aplicar a su comprensión, nos ayuda a fortalecer y adiestrar nuestra inteligencia, como hacemos con otras partes de nuestra estructura corporal.” Había que quitar, de la mejor forma posible, la inadecuada “gracia” o afán de protagonismo del autor de la pregunta. Desde luego el interrogante evidenciaba varias interesantes e importantes realidades: la siempre innegociable y saludable necesidad de conocer el por qué se hace algo; el error profesional de no haberse adelantado a la pregunta que se le había planteado por un desenfadado alumno ¿Por qué no aclarar previamente el interés, fundamento o curiosidad de cada tema que se trabaje en el aula?; y también, por supuesto, la cantidad de tiempo que se desperdicia en contenidos insustanciales, banales o escasamente útiles, que “atiborran” no pocas programaciones docentes y muchos de los textos elaborados por las editoriales.

Volviendo al factor, insustituible a todas luces, de la incentivación en el aula (y también fuera de la misma), es una obviedad que unos alumnos están bastante motivados, otros bastante menos y los hay que carecen de razón alguna (en su voluntad) para esforzarse con el aprendizaje. Y ya que hablamos de motivar, habría también que aludir a otro concepto paralelo que lo sustenta y vitaliza: el INTERÉS. Uno y otro vocablo pueden considerarse como causa o como consecuencia. Pero ambos conceptos son necesarios, imprescindibles y decisivos, si deseamos aumentar el éxito en los niveles del aprendizaje. Con ellos cuesta menos el esfuerzo, no importa el tiempo que dediquemos al estudio y en vez de “sufrir” lo que haces es “disfrutar”. A todo ello habría que añadir que, aplicando inteligencia e imaginación, las dificultades se superan más fácilmente, haciendo lógicamente más agradable y digerible el supuestamente arduo o rutinario aprendizaje. No es tan difícil, en suma, encontrar el origen o causas de esos porcentajes desoladores que, en tantas ocasiones, nublan y eclipsan los resultados escolares.

Aunque todo lo expuesto parezca estar específicamente dirigido a los ciclos de la infancia y la adolescencia, también puede y debería ser aplicado para el aprendizaje en las etapas adultas. A nadie se le oculta que en este segmento poblacional, de las edades avanzadas, hay una inevitable variable que va a incidir notablemente en esos positivos o precarios resultados obtenidos. A medida que se van cumpliendo y sumando años en nuestras vidas, la capacidad mental para la memoria y la concentración puede irse degradando y debilitando, dificultando orgánicamente el pretendido objetivo del aprendizaje.

Por este racional y comprensible motivo, los profesores de alumnos “mayores” en modo alguno pueden ni deberían utilizar las mismas técnicas didácticas y metodológicas que aplicarían a colectivos escolares formados por niños o adolescentes. Pero, de manera lamentable y errónea, hay docentes que “olvidan” esta realidad generacional, sembrando el cansancio, el aburrimiento, el sufrimiento y el abandono, en sus clases para alumnos mayores. Y la situación se magnifica y agrava, cuando han de “convivir” dentro las mismas aulas, alumnos jóvenes (mayoritarios) y alumnos mayores, como ocurre, por ejemplo, en las concurridas escuelas de idiomas.-

José L. Casado Toro

Marzo 2021


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