… de
1808, hace más de dos siglos, cuando las buenas gentes de Madrid se alzaron en
armas contra el francés invasor. He imaginado a Goya, como un reportero actual
con la Hasselblad en ristre (si es que todavía alguien usa esa cámara) captando
cada detalle de aquellos días infaustos. La mañana del día 2 con la carga de los mamelucos en Sol, los sables
al aire, las navajas hiriendo el vientre
de los caballos, la confusa muerte; la noche del día siguiente y los
fusilamientos de represalia, la luz de un farol proyectada en el rostro del que va a morir con los brazos
en cruz, los impersonales soldados del pelotón, la ciudad oscura al fondo… No
hubo fotos, claro está, pero sí dos
cuadros magistrales.
Cuando vivía en Ceuta, alguna mañana del 2 de mayo asistí al
homenaje que la corporación municipal
rendía al teniente Ruiz cuyo busto mejora una placita que se asoma al
Revellín, la calle principal. Jacinto
Ruiz Mendoza era ceutí y estaba destinado en Madrid el día que rememoro. Enfermo como estaba, se unió a
los capitanes Daoiz y Velarde para alzar
un puñado de voluntarios y enfrentarlos
a las tropas de Napoleón, unos dos mil
soldados. Los capitanes murieron y Ruiz quedó malherido, pero se recuperó y,
ascendido a teniente coronel, intervino en numerosas batallas de la llamada Guerra de la Independencia. En la Plaza
del Rey de la capital hay una estatua de cuerpo entero hecha por Benlliure; en
Ceuta, ya digo, un busto de mármol junto a la calle Real. Dos símbolos de
cuando España recordaba a sus hombres buenos y no se avergonzaba de ensalzarlos
ni buscaba estúpidas coartadas para derribar sus estatuas.
Sin causa justificada, hoy he
considerado decente acordarme de la ciudad donde viví más de 50 años, y una
vieja postal de la plaza Ruiz ha servido para encadenar estas líneas. Las
quiero terminar con otro eslabón que une la Guerra de la Independencia con Ceuta. Porque
precisamente allí murió, a los 71 años, Agustina Saragossa i Domènech, natural
de Barcelona, conocida como Agustina de
Aragón, heroína de la defensa de Zaragoza. Cuando derribaron la casa donde falleció edificaron un inmueble de cinco pisos cuyo portal da a una
calle que honra el nombre de Agustina. En ese edificio vivían dos amigos de la
niñez colegial, y en sus escaleras y rellanos corrimos no pocas aventuras
imaginadas. Nostalgias.
José Ramón Torres Gil
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