Cuando
volvemos a nuestro domicilio y tenemos el buen hábito de abrir el buzón “físico”
que todos los vecinos poseemos en el portal del edificio ¿qué nos gustaría
encontrar en el interior del mismo? A casi todos nos agradaría extraer de ese
pequeño habitáculo alguna carta o misiva “de las de antes”. Pero para nuestro
“desconsuelo” la previsión nos confirma, tozudamente, el rutinario y
desangelado contenido existente en los sobres e impresos que allí reposan:
comunicaciones mayoritarias de origen bancario, abundante propaganda comercial
de múltiple origen, alguna carta con membrete de organismo oficial que en
principio produce nuestra inquietud y, en ocasiones, ese resguardo para retirar
un envío a través de correos que no ha podido ser dejado por el cartero, debido
a su volumen para poder entrar por la ranura del buzón. Según las fechas y
circunstancias, puede haber también alguna escueta felicitación navideña, el
gasto inútil de la propaganda electoral y, hoy en día, muy escasas, prácticamente
inexistentes, cartas de origen personal. Muchos de esos sobres incluso van directamente
al cesto de los papeles sin ser abiertos, debido a nuestra escasa motivación
por conocer su repetitivo, insustancial y desmotivador contenido.
Si además miramos
en ese otro buzón informático que tenemos en nuestro ordenador, comprobaremos
que los correos on-line repiten básicamente la modalidad que hemos hallado en
el buzón físico del portal domiciliario. Muchos de estos envíos llegados por
Internet caminan directamente, sin enterarnos, al buzón del SPAM o correos no
deseados, archivo que se comprueba muy de tarde en tarde.
En concreto,
aquellas cartas tradicionales y manuscritas, verdaderas joyas de la literatura
epistolar, hoy brillan por su ausencia. Ha desaparecido el plausible hábito de
escribirlas, enviarlas y recibirlas. Nos preguntamos ¿es que las personas se
comunican hoy menos que antes? En absoluto. La realidad es que, en la
actualidad, estos intercambios epistolares han cambiado drásticamente sus
contenidos (son más breves y concisos) y las formas de envío (móvil telefónico
4 o 5 G, utilizando las llamadas directas y el universal whatsapp, el ordenador
fijo o portátil y los tablets, cada vez más parecidos a versátiles y reducidos
ordenadores). El tiempo acelerado, que neciamente nos condiciona y estresa, nos
habitúa a simplificar los contenidos, haciéndolos muy escuetos, telegráficos,
con esa plétora de abreviaturas en el lenguaje, que sustentan la rapidez a la
hora de escribir. Cualquier móvil o tableta tiene la ayuda a la escritura: con
solo teclear una o las dos letras iniciales de la palabra, el sistema
informático te escribe la palabra completa, colaborando con ese tiempo que
parece ilusoriamente tan importante. Y no siempre caes en la cuenta de que esa
palabra que te ha completado el móvil no es la que tu querías expresar, con lo
cual te llegan textos que no tienen “ni pies ni cabeza” para la comprensión. A
tal nivel hemos llegado, que ya no tienes que pulsar ese teclado virtual de la
máquina, sino solo con tu voz es suficiente para que el texto quede escrito.
Otra cosa muy distinta será la calidad literaria del mismo.
¿Y
como eran aquellas cartas del ayer, que muchos recordamos con indisimulable
nostalgia? Desde luego
estaban revestidas de todo un ceremonial, que se iniciaba en el momento de proceder
a su redacción. De hecho en muchos domicilios existía un mueble específico,
denominado el escritorio de la correspondencia, sobre el que se consultaban las
cartas recibidas y se escribían aquellas otras que se enviaban. Eran comunicaciones
manuscritas, aplicando para ello las más variadas formas y estilos
caligráficos. Se utilizaba la pluma estilográfica (antes también, aquellas
otras “plumas” que se mojaban en los tarritos de tinta). En ocasiones, los
lápices y los bolígrafos (éstos en época más reciente) eran adecuados
instrumentos para la escritura. Los
textos resultaban plenos de belleza y “hermosura” gramatical, estilo personal y
equilibrada composición,
Los
encabezamientos seguían un esquema prefijado para la educada acción epistolar.
Lugar de redacción, fecha y tratamiento personal al destinatario: “Mi querido,
apreciado, estimado, afecto, siempre deseado, respetado, admirado, dilecto…
padre, madre, esposo, hermano, hijo, tío,
amigo, compañero, señor, profesor … ” A ello seguía una fórmula
normalizada que se repetía en miles de ocasiones “Espero/deseo fervientemente que
a la llegada de la presente se encuentre bien de salud, nosotros bien, a Dios
gracias”. Y ya comenzaba el contenido, que al igual que el encabezamiento
utilizaba formas henchidas de barroquismo en el buen o mejor decir. Desde luego
se cuidaba mucho la expresión del lenguaje. “Desde su última y muy grata
comunicación, tengo de narrarle … Es un placer/ una alegría/ una satisfacción
expresarle… No encuentro fórmula más cariñosa de decirle… Me veo en la cívica y
responsable obligación de confesarle … Con el respeto y admiración que Vd. me
produce he de informarle que…
En cuanto a
las despedidas, las fórmulas utilizadas eran también muy bellas, rituales,
apropiadas, en el arte del buen decir y escribir: “Con el ilusionado deseo de
que pronto/ a la mayor premura podamos darnos un abrazo … Cuento los días y las
horas en que al fin podamos estar juntos … Es mi ilusión y deseo que esta misiva
encuentre en su respuesta la comprensión y la generosidad que siempre he creído
ver en lo mejor de su persona … Se
despide de ti este amigo/hijo, esposo que te aprecia, que te quiere, que no te
olvida … Será para mi la más íntima alegría, la mayor satisfacción, el mayor
premio que puedo obtener … recibir tu siempre generosa, sensata y amorosa
respuesta, anhelo que espero se produzca lo antes posible”. Había también
espacio para los recordatorios (parientes, amigos, conocidos). Miles de besos,
abrazos, sonrisas, voluntades y reconocimientos.
En la actual
era de las prisas y las superficialidades, todo este bello ceremonial
epistolar, lamentablemente, ha desaparecido. ¿Quién podría hoy negarse a
recibir una tierna carta de amor, con el texto caligráfico que animara a sus
repetidas lecturas, con esos gratos momentos que difunden y proporcionan modestas
parcelas de felicidad de las que el mundo está tan huérfano? “Tus palabras,
llenas de encanto y amor, han sido cantos de esperanza para este alma solitaria
que tanto te necesita”. Sería una interesante e instructiva metodología, que la
escuela no olvidara el cuidado de esos contenidos, para la correcta y bella
expresión en la redacción. Pero en su lugar, vemos esos exámenes, cada vez más
frecuentes, en los que no se pide redactar y bien expresar los interrogantes,
sino que tan solo se exige poner una X en una de las cuatro respuestas
ofrecidas. Somos esclavos de ese tiempo que tanto y tan erróneamente nos
condiciona.-
José L.
Casado Toro
Septiembre
2020.
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