15 septiembre 2020

AQUELLAS CARTAS DEL AYER

 

Cuando volvemos a nuestro domicilio y tenemos el buen hábito de abrir el buzón “físico” que todos los vecinos poseemos en el portal del edificio ¿qué nos gustaría encontrar en el interior del mismo? A casi todos nos agradaría extraer de ese pequeño habitáculo alguna carta o misiva “de las de antes”. Pero para nuestro “desconsuelo” la previsión nos confirma, tozudamente, el rutinario y desangelado contenido existente en los sobres e impresos que allí reposan: comunicaciones mayoritarias de origen bancario, abundante propaganda comercial de múltiple origen, alguna carta con membrete de organismo oficial que en principio produce nuestra inquietud y, en ocasiones, ese resguardo para retirar un envío a través de correos que no ha podido ser dejado por el cartero, debido a su volumen para poder entrar por la ranura del buzón. Según las fechas y circunstancias, puede haber también alguna escueta felicitación navideña, el gasto inútil de la propaganda electoral y, hoy en día, muy escasas, prácticamente inexistentes, cartas de origen personal. Muchos de esos sobres incluso van directamente al cesto de los papeles sin ser abiertos, debido a nuestra escasa motivación por conocer su repetitivo, insustancial y desmotivador contenido.

Si además miramos en ese otro buzón informático que tenemos en nuestro ordenador, comprobaremos que los correos on-line repiten básicamente la modalidad que hemos hallado en el buzón físico del portal domiciliario. Muchos de estos envíos llegados por Internet caminan directamente, sin enterarnos, al buzón del SPAM o correos no deseados, archivo que se comprueba muy de tarde en tarde.

En concreto, aquellas cartas tradicionales y manuscritas, verdaderas joyas de la literatura epistolar, hoy brillan por su ausencia. Ha desaparecido el plausible hábito de escribirlas, enviarlas y recibirlas. Nos preguntamos ¿es que las personas se comunican hoy menos que antes? En absoluto. La realidad es que, en la actualidad, estos intercambios epistolares han cambiado drásticamente sus contenidos (son más breves y concisos) y las formas de envío (móvil telefónico 4 o 5 G, utilizando las llamadas directas y el universal whatsapp, el ordenador fijo o portátil y los tablets, cada vez más parecidos a versátiles y reducidos ordenadores). El tiempo acelerado, que neciamente nos condiciona y estresa, nos habitúa a simplificar los contenidos, haciéndolos muy escuetos, telegráficos, con esa plétora de abreviaturas en el lenguaje, que sustentan la rapidez a la hora de escribir. Cualquier móvil o tableta tiene la ayuda a la escritura: con solo teclear una o las dos letras iniciales de la palabra, el sistema informático te escribe la palabra completa, colaborando con ese tiempo que parece ilusoriamente tan importante. Y no siempre caes en la cuenta de que esa palabra que te ha completado el móvil no es la que tu querías expresar, con lo cual te llegan textos que no tienen “ni pies ni cabeza” para la comprensión. A tal nivel hemos llegado, que ya no tienes que pulsar ese teclado virtual de la máquina, sino solo con tu voz es suficiente para que el texto quede escrito. Otra cosa muy distinta será la calidad literaria del mismo.

¿Y como eran aquellas cartas del ayer, que muchos recordamos con indisimulable nostalgia? Desde luego estaban revestidas de todo un ceremonial, que se iniciaba en el momento de proceder a su redacción. De hecho en muchos domicilios existía un mueble específico, denominado el escritorio de la correspondencia, sobre el que se consultaban las cartas recibidas y se escribían aquellas otras que se enviaban. Eran comunicaciones manuscritas, aplicando para ello las más variadas formas y estilos caligráficos. Se utilizaba la pluma estilográfica (antes también, aquellas otras “plumas” que se mojaban en los tarritos de tinta). En ocasiones, los lápices y los bolígrafos (éstos en época más reciente) eran adecuados instrumentos para la escritura.  Los textos resultaban plenos de belleza y “hermosura” gramatical, estilo personal y equilibrada composición,

Los encabezamientos seguían un esquema prefijado para la educada acción epistolar. Lugar de redacción, fecha y tratamiento personal al destinatario: “Mi querido, apreciado, estimado, afecto, siempre deseado, respetado, admirado, dilecto… padre, madre, esposo, hermano, hijo, tío,  amigo, compañero, señor, profesor … ” A ello seguía una fórmula normalizada que se repetía en miles de ocasiones “Espero/deseo fervientemente que a la llegada de la presente se encuentre bien de salud, nosotros bien, a Dios gracias”. Y ya comenzaba el contenido, que al igual que el encabezamiento utilizaba formas henchidas de barroquismo en el buen o mejor decir. Desde luego se cuidaba mucho la expresión del lenguaje. “Desde su última y muy grata comunicación, tengo de narrarle … Es un placer/ una alegría/ una satisfacción expresarle… No encuentro fórmula más cariñosa de decirle… Me veo en la cívica y responsable obligación de confesarle … Con el respeto y admiración que Vd. me produce he de informarle que…

En cuanto a las despedidas, las fórmulas utilizadas eran también muy bellas, rituales, apropiadas, en el arte del buen decir y escribir: “Con el ilusionado deseo de que pronto/ a la mayor premura podamos darnos un abrazo … Cuento los días y las horas en que al fin podamos estar juntos … Es mi ilusión y deseo que esta misiva encuentre en su respuesta la comprensión y la generosidad que siempre he creído ver en lo mejor de su persona …  Se despide de ti este amigo/hijo, esposo que te aprecia, que te quiere, que no te olvida … Será para mi la más íntima alegría, la mayor satisfacción, el mayor premio que puedo obtener … recibir tu siempre generosa, sensata y amorosa respuesta, anhelo que espero se produzca lo antes posible”. Había también espacio para los recordatorios (parientes, amigos, conocidos). Miles de besos, abrazos, sonrisas, voluntades y reconocimientos.

En la actual era de las prisas y las superficialidades, todo este bello ceremonial epistolar, lamentablemente, ha desaparecido. ¿Quién podría hoy negarse a recibir una tierna carta de amor, con el texto caligráfico que animara a sus repetidas lecturas, con esos gratos momentos que difunden y proporcionan modestas parcelas de felicidad de las que el mundo está tan huérfano? “Tus palabras, llenas de encanto y amor, han sido cantos de esperanza para este alma solitaria que tanto te necesita”. Sería una interesante e instructiva metodología, que la escuela no olvidara el cuidado de esos contenidos, para la correcta y bella expresión en la redacción. Pero en su lugar, vemos esos exámenes, cada vez más frecuentes, en los que no se pide redactar y bien expresar los interrogantes, sino que tan solo se exige poner una X en una de las cuatro respuestas ofrecidas. Somos esclavos de ese tiempo que tanto y tan erróneamente nos condiciona.-

 

José L. Casado Toro

Septiembre 2020.

 

 

 

 

 

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