26 junio 2020

SOLO PARA LOS OJOS


Esta primavera, condicionada por el resistente virus, ha hecho cambiar muchas de nuestras costumbres y hábitos tradicionales. Y a pesar de los avances que vamos realizando hacia la “normalidad”, con las fases sucesivas de la “desescalada”, tenemos que reconocer, a poco que nos preguntemos, que en cada uno de nosotros hay formas y comportamientos diferentes a los que aplicábamos antes de ese ingrato marzo 2020, mes que no será fácil de olvidar en los archivos mágicos de nuestra memoria. Los ejemplos serían numerosos y con una incidencia diferente en cada persona, según su edad, carácter o circunstancia profesional, escolar o vivencial.

Las celebraciones y fiestas se han postergado, en principio, para el año próximo. Las aulas donde se impartían las enseñanzas presenciales, ahora permanecen vacías. Los centros sanitarios, en donde se te atendía, tras solicitar la visita, por tu médico de siempre y de una forma directa, se han convertido en teléfonos o pantallas de plasma. La ilusión o terapia de practicar la natación, en los centros deportivos correspondientes, se desaconseja, dificulta o impide. El ir al cine o visitar un museo, ahora es más complicado, por la reducción de aforo permitido y los riesgos que nuestra masiva presencia puede conllevar. Y no hablemos de los viajes, tanto los de placer como los de necesidad. Emprender en la actualidad un largo desplazamiento supone toda una “aventura” con inquietante e imprevisible riesgo.

Sin embargo, en este artículo vamos a destacar una obligación que difícilmente podríamos asumir o imaginar, antes de la aparición de estos infaustos episodios: vemos a una gran mayoría de la población, caminando por las calles, viajando en los medios de transporte o entrando en los comercios o centros culturales, con sus rostros completamente “enmascarillados”. Es decir, llevamos puesta una especie de “bozal” que nos tapa la boca y la nariz, protector que se aplica a las orejas del que la usa con un simple elástico. La necesidad de su uso es obvia: proteger la salud de todos, cuando la proximidad física hace posible la transmisión del virus, entre unas personas y otras. Es una forma de paliar o impedir los contagios, a través de los estornudos, con las partículas de saliva que expulsamos cuando estamos hablando o simplemente cuando respiramos, no sólo por la nariz, sino también a través de la boca. La razón médica o sanitaria huelga cualquier otra consideración. Cierto es que nos ha tocado aplicar su uso en pleno verano, cuando el calor del estío hace más incómodo llevarlo. En el hemisferio sur lo tendrán mejor, pues van a comenzar precisamente su estación meteorológica invernal, pero esto es la suerte o la realidad de la Geografía. 

Cuando normalmente observamos o miramos a una persona, nos fijamos principalmente en todos los detalles, físicos y mímicos de su rostro. Ahora sólo podemos contemplar sus ojos. La nariz, la boca, las mejillas, incluso sus pómulos, labios, dentadura, su aseo facial o nivel actual de afeitado, permanecen ocultos. De tal forma que, en no escasas ocasiones, nos cruzamos con ese “alguien” que nos saluda con su mano o esa voz distorsionada tras el tejido de la mascarilla y se nos plantean dudas acerca de quién puede ser, pues no acertamos a reconocerle “de inmediato”.  Sólo tenemos, como marco de referencia cierta, la “libertad” de su mirada.

Y puede ser placentero observar esos ojos azules, grisáceos, plateados, verdosos, marrones o de esa mezcla cromática que algunas veces parecen celestes, grises, nublados o plomizos. Pero tras esos ojos, en los que muchas veces nunca nos fijamos, puede haber un sentimiento de alegría, de tristeza, de preocupación, de esperanza o un complemento para la sonrisa mímica. Los ojos ciertamente pueden “llorar” pero no parece que sea tan fácil hacerlos reír.

Siempre ha sido atractivo o fascinante resolver ese placer o curiosidad por lo oculto. Determinadas culturas o religiones privan celosamente la visión sobre determinadas partes corporales. Y ese drástico ocultamiento de la privacidad potencia y favorece la imaginación y el deseo de quienes no pueden acceder a su puntual visión. Sin embargo, la privación de la visión mímica y el gesto facial perjudica, qué duda cabe, la interpretación primaria o sucesiva acerca de nuestro interlocutor, sea familiar, amigo, compañero de trabajo, vecino, comerciante, operario, profesor o usuario del bus en el que viajamos. Ya no resulta tan fácil “adivinar” qué clase de persona puede ser o es. Y es que los caracteres personales no se muestran fácilmente al exterior. Y si tan sólo dejamos los ojos para ello, pues más complicado nos lo ponen.

¿Cómo es o puede ser esa persona que tengo a no muchos centímetros de distancia? Divertida, prudente, tímida, expresiva, “mandona”, engañosa, dubitativa, tímida, colérica, sosegada, nerviosa, valiente, cobarde, imaginativa, activa, pasiva, envidiosa, orgullosa, egoísta, humilde, ambiciosa, polémica, reflexiva, mentirosa, generosa, verdadera… En las actuales circunstancias, todos con la mascarilla puesta, como primer referente sólo tenemos la evidencia identitaria de su mirada. Ciertamente habrá otros elementos corporales que nos pueden ayudar, pero normalmente estarán cubiertos o protegidos de la visión externa. Sólo tenemos a ciencia cierta el “espejo” de sus ojos.

Y claro que estos órganos son vitalmente importantes, difícilmente sustituibles, por la maravillosa facultad de percepción visual que nos proporcionan. Pero no es fácil conocer bien a las personas, sólo por su mirada. De todas formas siempre se nos ha dicho “desconfía de las personas que no te miran a los ojos, cuando te hablan”. Tal es así que ahora, más que nunca por estas adversas tiempos que afectan a nuestras vivencias, estamos esforzándonos en interpretar y valorar mejor los mensajes transmitidos y que “leemos” en esos ojos, teñidos de color y valores, de nuestros semejantes.-

 

José L. Casado Toro

Junio 2020.


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