14 junio 2015

FRÁGILES CERTEZAS -


 Que bien pudieran haber sido “CIERTAS FRAGILIDADES” o “DUDAS PROFUNDAS”.

¡Ahí es nada¡

Dar el salto de un “manojo de flores adornando a la flor principal”, de “La maestra y otros relatos”, ramajes  ornamentales alrededor, que la enaltecen, a plantar, directamente un árbol, FRÁGILES CERTEZAS, cuando sabemos que Mayte y la fragilidad son como el aceite y el agua.
Mayte, desde esa juventud que va acumulando con los años, es de las mujeres que es capaz de “estar en misa y repicando”, “nadando y guardando la ropa”, suyo es el don de la ubicuidad, puede estar en varios sitios a la vez.
Tanto su inteligencia (saber) como su voluntad (querer) están en continua efervescencia (aunque Unamuno me corregiría y me diría que por qué hablar sólo de la “voluntad” y no de la “noluntad”).

Tengo que decir (y lo digo desde el principio) que me ha gustado, que me la he leído de un tirón este fin de semana.
Que los personajes están bien construidos, desde los abuelos (el viejo abogado y la sensata, filósofa e imprevisible abuela) hasta los tres hijos de Julia.
Que los protagonistas, varones (no me gusta decir “hombres”) y mujeres van mostrándose, dejándose ver, desde la catadura moral de algunos  hasta el “bienser” de otros.
Que la trama discurre fluida, con rápidas diapositivas narradas, pero que no hace perder el hilo desde que sale del bufete y va deshilachándose, desarrollándose, desenrollándose hasta el desenlace final.
Que los cortos, pero profundos, monólogos confesionales han sido, para mí, un edulcorante del argumento.
Y (tengo una debilidad), que me hubiera gustado que, antes del END, verlos besándose en el Huerto de Calixto y Melibea, y yo, escondido tras la Celestina.
(Pero otra vez será)

Dicen que, un día, le preguntaron a Nietzsche por qué escribía tanto, a lo que el filósofo contestó: “¿es que creéis que puedo dejar de escribir, que puedo no escribir”?

Así es Mayte.

Capaz de poner a andar personajes macizos que, a base de incisiones, en forma de monólogos interiores, van supurando su interioridad y mostrando al lector sus vivencias.
Monólogos en gerundio reflexivo (“preguntándose”, “respondiéndose”, “acusándose y acusándole”, culpándose y culpándole”, “lamentándose”…
Desde que Mayte echa a andar a Julia ésta, va tan de prisa, que necesita tomar aire, hacer pequeños altos en el camino, cambiando el diálogo vivo por el monólogo confesional, agujeros en su alma por los que brotan y manan borbotones de recuerdos, de deseos, de dudas, de reproches, de frustraciones.
Radiografías vitales, a fin de cuentas.

Al revés que en los diálogos, pensamientos directos, en los que se habla con los otros o se hace hablar a los otros, los monólogos son pensamientos reflejos, hay que “hacer la comba” para hablar uno consigo mismo y manifestarlo, además.

Cuatro varones (un psicópata y dos “encoñados”) van desfilando por la novela de los que sólo el cuarto, enigmático, cercano y distante, Ernesto, no tiene marcada la meta sino que es él quien va acompañando y sutilmente marcándosela a la protagonista.
A los que acompañan una mujer maltratada, una chantajista y Julia, la protagonista, a la que se le han caído los palos del sombrajo. Unos cuernos han tenido la culpa.

Cada uno hace su vida intentando adaptarse a las nuevas circunstancias que Mayte va derramando en su caminar por el libro.
Mayte es más lamarkiana que darwinista.

Sus personajes se mueven por el “para” más que por el “porque”.
Como si los ojos estuvieran hechos “para” ver y no que, si vemos, es “porque” tenemos ojos.
Al “para” de la realidad novelada le corresponde el “porque” de la realidad real.
Las circunstancias nunca son “causas”, sólo “ocasiones”.
De “las mismas causas siempre se producen los mismos efectos, de manera necesaria”, pero “de las mismas circunstancias o condiciones (las de la Revolución Francesa) pudo salir esa revolución, otra revolución o ninguna revolución”.

El único “para” del que no podemos escabullirnos es el que no está en nuestras manos, la muerte, “objetivo y meta obligatorios de todo ser vivo” y “fin de trayecto”, del que no te apeas sino que te bajan, porque has empezado a oler mal.

¿“Para que” tenemos que morir? “Para nada”
¿“Por qué” tenemos que morir? Porque el motor se gripa, los frenos no responden, el cuerpo derrapa y el desguace, desde cualquier cuneta de la vida, espera.

Es verdad que todos aspiramos a “la” eternidad, sabiendo que sólo podemos y debemos aspirar a “eternidades terrenas”, a no morir del todo, a dejar rastro tras nuestra partida.
Del más allá nada sabemos porque nadie ha vuelto a darnos noticias, de si sí o de si no, de si así o de si “asao”, por eso nuestro inconsciente nos lanza a eternidades más a mano, más en nuestras manos.

Nuestro instinto sexual nos lanza a una eternidad, a un no perecer del todo, a un seguir vivos, a perpetuarnos en la especie, a ser eternos en nuestros hijos, en ellos y a través de ellos, en los nietos, esos “en los que el deseo de parecerse a la imagen que de ella tienen” dedica Mayte este libro.
Nuestro cuerpo sigue vivo transformado en otros cuerpos en los que puede seguirse el rastro de la herencia. Todos somos hijos de Adán.

También queremos perpetuarnos en  las almas de los otros, en sus mentes.

Dice Fernando Savater que “si hay cultura es porque existe la muerte”. Y nadie, normal, quiere morirse. Por eso crea cultura.

Cuando ya no estemos estaremos, un tiempo, en sus mentes en forma de recuerdos, de imágenes, de vivencias pasadas, pero a la tercera generación habremos desaparecido de sus mentes, a no ser que “escribamos un libro” y Cervantes siga vivo, tras siglos de ausencia física, pero con presencia mental.
Todavía es posible la presencia cuando las distancias temporales y espaciales rompan la coetaneidad.
Nuestros pensamientos, exteriorizados en un libro, garantizan la presencia, sobre todo si el libro es bueno.

Dicen que lo importante no es escribir un libro, sino que haya lectores del mismo, lo que siempre ocurre cuando el libro es bueno.

Y este libro, Mayte, tu primer libro, es bueno y somos muchos los que al leerlo, te tenemos presente aunque estés en Amaduma, con la Concejala de turno o solicitando el salón de actos de Cajamar o en una de tus múltiples excursiones.

Escribir un libro es querer y luchar por esta segunda manera de ser inmortal.

Lo del árbol ya parece que hasta que no. Cultivamos macetas, jazmines y damas de noche en nuestras terrazas. Y ellos nos alegran la vida.

La aventura de escribir es una peregrinación desde el intimismo personal vivenciado  al interior de la mente de los lectores pasando por el exterior del libro.

Los motivos son empujones subjetivos que uno puede, en el último momento, parar.
Somos más o menos libres de tirarnos por la ventana, de lo que no somos libres es de parar el guarrazo que vamos a pegarnos (obedeciendo a Newton)

Si la mariposa de Hong Kong puede provocar un terremoto en Nueva York, las mariposas de la novela, en su aleteo vital, acaban en Nueva York(es) particulares, que van, desde el suicidio a la ceguera voluntaria, desde la paternidad imprevista a la liberación del maltrato y a las dos mariposas liberadas y libres que comienzan a aletear juntas y en compañía.

He paseado con ellos, como acompañante invisible, disfrazado de cicerone, por mi Salamanca del alma, intentando que vieran la Plaza Mayor, churrigueresca, como “un cuadrilátero, irregular, pero asombrosamente armónico” (en palabras de Unamuno) y les he indicado que hay un medallón, casi siempre pintarrajeado, poco grato para los demócratas, poco noble para la historia, que se ha colado entre tantos monarcas, escritores, músicos, arquitectos,…
Y, ante la Clerecía, les he obligado echar la vista atrás, a mi Casa de las Conchas, en la esquina de los tres “coños” (“coño cuanto cura”, “coño cuanta monja”, “coño cuanto frío” ante esa mi casa durante cinco cursos, mi Universidad Pontificia.
Y los he espiado, envidioso, junto a la Celestina, en el Huerto de Calisto y Melibea, y envidiando esa mano en la cintura, en el primer amago imantado, en la Peña Celestina y con ocasión de la altura de unos tacones, inseguros, sobre el adoquinado.

Es verdad que, en la vida, hay tres palabras que deberían ser tabúes, que deberían ser pecado humano y nunca pronunciarse: “todos”, “siempre” y “nunca”.

El suicidio de uno, casi hasta se agradece, la nueva paternidad asusta, el ciego voluntario que quiere volver al lugar del maltrato extraña  y el enigmático personaje, siempre como recién duchado, va tejiendo la tela de araña en la que Julia, inconsciente, irá cayendo en sus redes.
Porque tampoco Julia, siendo mujer, se libra de que el oxígeno le llegue sólo al cerebro sin hacer parada en el sexo y que el inoportuno teléfono móvil cause un “interruptus” en la habitación de un hotel “que da a la Plaza Mayor”.

La vida no tiene deudas con nadie. Todo ser vivo debe indemnizar a la vida, que les hace el favor de mantenerlos vivos.

Algo que he aprendido, de la filosofía, es que los malos son malos, pero no son tontos y que, igual que hay una “inteligencia benéfica” hay una “inteligencia maléfica”. Y en la novela aparecen.

La Teología del dolor, del sufrimiento, no está de moda, corresponde a otros tiempos.
Cada vez somos más conscientes de que el dolor no es mérito de nada y para nada.
Ni Jesús sufrió por nosotros.
Lo pillaron en una redada y no pudo escapar.
Fue mal juzgado, injustamente condenado y triste y realmente crucificado.
No que voluntariamente fuera al matadero para el sacrificio, para redimirnos. ¿Redimirnos de qué?. “¿Qué delito cometimos // contra vosotros naciendo.//…)

¡Ay, si Cristo volviera!

“20 años siendo la mitad de un todo”, el típico error que la religión nos ha grapado en el alma. La teoría de la “media naranja”.
Un error, sobre todo (aunque no sólo), femenino (el de la primera Julia, exprimida) hasta que se decide ser una naranja entera, naranja de zumo y de comer.

El matrimonio nunca es “dos cuerpos en un solo cuerpo”. El matrimonio son dos personas, con sus proyectos individuales, personales y, también, un proyecto común, para el que cada uno de ellos deberá ceder, pero no renunciar, a su propio proyecto.

La  recién madre, Julia, que renuncia a su proyecto personal en aras del proyecto común y que sólo se libera cuando el otro anuncia paternidad exterior y se decide a ser naranja entera. Esa es la Julia de la novela.

¡Como si no fuera difícil, ya, la convivencia con esa media naranja que se cree perfecta¡

JULIA NO ES MAYTE, ¡QUÉ MÁS QUISIERA JULIA¡

Julia, ante la infidelidad de Carlos, se encuentra, no con un nudo en la garganta, sino con un nudo gordiano en el alma. Y encuentra la manera de ir aflojando y desatando su nudo, que es crear nudos en los personajes novelados, inmiscuirse en los problemas ajenos, irlos desanudando y, así, su pretendido nudo se va diluyendo, porque no era tan gordiano, casi nudo, una simple lazada.

Me río cuando dicen que a partir de los 70 se entra en el país de los achaques y yo, que ya lo soy, me encuentro en un paraíso libre y lúdico.

Y Mayte, al ritmo que va, creará y tomará posesión de nuevos paraísos y encontrará hasta “el Paraíso perdido”.


Un abrazo.


Tomás Morales Cañedo


1 comentario:

  1. Tomás, coincido en todas tus apreciaciones. Ya me has dejado poco que decir. Es una buena novela que se lee con ganas hasta el final y Mayte ha demostrado, una vez más, que cuando se saben hacer bien las cosas el resultado nunca defrauda. Enhorabuena a ella por crear esta novela y a tí por comentarla con tanto acierto.
    Esperanza.

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