25 noviembre 2014

LA BASURA


            No es cierto que el español sea un tipo de escasa rentabilidad. Ocurre que todos nuestros problemas se resumen en la exhibición de un macarra, que levanta el milagro millonario y mediocre de la audiencia con unos segundos de berrea. La televisión es hoy la emisaria de la calle, un negocio zafio que nos iguala a todos por abajo. Es el espejo que reproduce nuestras miserias.
            A través de la pantalla nos llega, a raudales, el sexo, la economía, la religión, y la horterada más cutre. Produce espanto cómo se consumen horas de programación sin que el espectador sufra nauseas. Mientras los mensajes que de verdad importan, aquellos que no se dicen en voz alta, salen del gañote de personajillos que se presentan en las tertulias travestidos de falsos progres con palabras rusticanas y malolientes, con una filantropía de bidé y un apocalipsis de morbo y vulgaridad. Al final de todo, lo que de verdad queda es que a esta cohorte de intelectuales de probeta y tontonas recosidas le sale muy rentable su verborrea mongólica.
            El mal gusto televisivo escala adeptos semana tras semana en la medida que la cutrez que ofrecen, en horario de máxima audiencia, eleva la ordinariez y la idiotez en colorines, analfabetizando y haciendo oro la ignorancia, de la que presumen exhibiéndose desnudos en una playa. Deberían saltar los “plomos” cuando las horas de reality superasen las que se ven de la segunda cadena, por ver si la peña cambia un rato mando por libro, con lo que se conseguiría al menos mejorar sus modales de barman de puticlub.
            Hasta para insultar hay que saber montárselo bien y si alguien lo duda basta con que lea a Quevedo o Valle-Inclán, que en esta frecuencia de onda no tenían competidores. Atinaban cuando mejor maldecían. Era suficiente una puñalada gramatical para desplumar a un rey. Pero nuestra casta de tertulia ha degenerado hasta la prevaricación de la mímica y van de estreno con ella a los platós para mostrar su bajeza en patios de monipodio. Todo ese desparrame está hoy representado por un mogollón de encantadores, adivinadoras, burlangas, aguadores y mercaderes de lo ajeno.
No entro a valorar si la televisión es buena o mala. Sencillamente es así. Nos da lo que le pedimos, lo que se espera de nosotros. Es inútil adjudicarle consideraciones éticas. Es un negocio. Y, a veces, un espejo. El último hallazgo ha sido el de recoger una analfabeta funcional de concursante, que se está haciendo de oro por dejarse trepanar la intimidad. Exactamente nadie. Dinero: esa es la cuestión. En esta época ser honesto no sale rentable. Fue Faulkner quien dijo: «Se puede confiar en las malas personas, no cambian jamás». Así que echémosle hilo a la cometa que todavía nos queda mucho que ver.


Nono Villalta, noviembre 2014    

     

2 comentarios:

  1. Pues yo, a la televisión, le estoy sumamente agradecido. Cada vez que la enciendo, al momento la apago y abro el libro

    ResponderEliminar
  2. Nono, creo que aciertas de plano con tu reflexión, pero siempre tendremos el poder de apagarla cuando nos venga en gana. Mi enhorabuena.
    Esperanza.

    ResponderEliminar

Por favor: Se ruega no utilizar palabras soeces ni insultos ni blasfemias, así todo irá sobre ruedas.
Reservado el derecho de admisión para comentarios.

Buscar