09 mayo 2014

LENGUAJE NO VERBAL

                                                                    
En esta época tan avanzada de los medios audiovisuales, la comunicación no verbal sigue tan vigente como siempre, aunque con alguna variante. Mientras en las redes sociales se imponen los mensajes con pocos caracteres, casi siempre indescifrables, salvo para los twitteros expertos o «carrozas actualizados», todos acechamos el movimiento oportuno de nuestro ocasional interlocutor para que nos cuente lo que no nos dicen sus palabras.
El lenguaje gestual es inherente a los seres vivos. No tenemos más que observar a nuestras mascotas cómo consiguen que las comprendamos sin hablar: con un movimiento de cola o ronroneando a nuestro alrededor nos expresan sus sentimientos sin disfrazarlos.
Los seres racionales, unos más que otros,  hemos refinado con la práctica esa cualidad tan certera de comunicarnos sin palabras: Una caída de ojos. El mesado de una melena. La calidez de una mano. La intensidad de una mirada. La forma de sentarnos según cruzamos o no las piernas. El manoteo que acompaña nuestros argumentos cuando queremos reafirmarlos. Todo movimiento corporal, según dicen los expertos, tiene su significado.
En esa dualidad  que cada hecho contiene, amparados por competentes estudios y después de analizar muchos resultados, han surgido los imitadores de gestos  profesionales. Con el asesoramiento de un buen «coach» -otro reciente término anglosajón que ha calado con fuerza en nuestro vocabulario-se han propuesto ampliar el espectro de mentiras escenificándolas con el ademán correcto, para hacerlas pasar por una manifestación sincera.
Es una lástima, porque hasta hace bien poco era lo más seguro cuando el instinto nos decía que las palabras que acabábamos de escuchar nos parecían inciertas. Ahora tampoco podemos fiarnos de esas señales que emiten los cuerpos de una forma casual, ya que a través de talleres especializados en las más importantes asignaturas de vida, les enseñan a las cabezas, más o menos amuebladas, cómo deben moverse para conseguir sus propósitos. Aunque, a decir verdad todos nos hemos cruzado con verdaderos especialistas a lo largo de la vida que dejaría como aprendiz al mejor de los «coach».
¡Qué pena que se pierdan en el limbo del comportamiento los gestos heredados! Ya dudaremos al decir eso de: «Míralo, se mueve igualito que su padre».
A juzgar por lo cara que se vende la sinceridad en nuestros días, quizá tendremos que ejercer de Sherlock Holmes y volvernos cada vez más sagaces  a la hora de juzgar el lenguaje corporal y los mensajes subliminales de los semejantes que no nos inspiren demasiada confianza.
También podemos echarle paciencia y hacer caso a nuestro sabio refranero: «Más tarde o más temprano, a todo el mundo se le ve el plumero».



Esperanza Liñán Gálvez


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